El pasado 19 de mayo, más de 8,1 millones de dominicanos fueron convocados a las urnas para elegir al presidente que gobernará durante los próximos cuatro años, y a 32 senadores y 190 diputados en el territorio y en el exterior.
El derecho a votar todos, sin discriminación, le ha costado a la humanidad sangre, sudor y lágrimas, como dijo el célebre W. Churchill. Hace pocos siglos solo votaban las élites del poder y no los de abajo. En República Dominicana, durante la tiranía de Trujillo, los senadores y diputados los designaba el jefe, y los revalidaban en las urnas. Muchos firmaban su renuncia junto a la toma de posesión; y otros eran designados en contra de su voluntad para controlarlos, como a los héroes Juancito Rodríguez y su hijo Doroteo Rodríguez. Aquí, las mujeres empezaron a votar en 1942, y en Estados Unidos de América, los afro-descendientes o negros en 1965. Recordemos que nuestra Constitución establece que votar es un derecho y un deber, y se debe ejercer de manera personal, libre, directa y secreta, aunque no es obligatorio.
En el país, la política y la campaña electoral han cambiado mucho. Los partidos y candidatos no presentan grandes diferencias ideológicas. Exhiben similares enfoques sobre los grandes problemas nacionales. Se celebraron debates presidenciales, vicepresidenciales y senatoriales que animaron la campaña, los que, tal vez compensaron, la ausencia de grandes mítines y marchas caravanas. Se eligieron gerentes o administradores. Por suerte, la campaña electoral culminó tranquila y decente, y asa fueron las votaciones y el conteo de los votos.
En el sufragio influyen factores, como la filiación o simpatía a un partido o agrupación política; las grandes promesas, sintetizadas, por ejemplo en lemas como: “El cambio sigue”, “Para volver al progreso”, o “Por un futuro seguro”; las que impactan en la percepción, en la moral y motivación; y despiertan esperanzas. Y en cuanto a los candidatos, influyen su prestigio, personalidad, oratoria, capacidad, carisma y simpatía, optimismo o seguridad, y otras emociones positivas y negativas.
Especialistas en psicología social, como mi maestro Leonte Brea, explican que el votante, en el momento de elegir sus candidatos experimenta diversos conflictos; por los que muchos deciden abstenerse y no acudir a votar. Recordemos que aquí sigue la tradición de que las grandes fortunas y las masas populares requieren el aliento del poder del Estado. Esta ha sido unas de las campañas electorales más costosas. Entre otras razones, por la concertación de tantas alianzas, un factor clave en la conquista del poder, y por la aplicación de aquella vieja sabiduría que dice: “Las dádivas rompen hasta las rocas”; muy eficientemente aplicada en lo que llaman el clientelismo o donación para atraer simpatizantes; y el transfuguismo o captación de adversarios mediante pagos o negociaciones.
Aunque la política es sigue siendo un oficio peligroso, donde influyen dos grandes enemigos: el ego de los participantes y las herramientas del poder. Nuestra sociedad sigue muy politizada, por ejemplo en las elecciones pasadas concurrieron 34 partidos y 9 candidatos presidenciales; por lo que me acercaré algunas causas psicológicas de esta situación. El destacado pensador Yuval Harari, en su famoso libro Sapiens, relata que Daniel Kahneman, el psicólogo premio Nobel, al intentar explicar comportamientos paradójicos o incomprensibles de los humanos, afirma que los estudios demuestran que la felicidad consiste en ver que la vida tiene sentido y vale la pena; y que no depende de la suma de momentos alegres y tristes, sino de los valores y esperanzas de cada quien. De ahí que el poeta nacional Dr. Pedro Mir, destacado luchador político de toda una vida, contaba que sus momentos más felices fueron ilusiones. A votar por mandato de su consciencia. Que viva nuestra patria soberana.
** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván.