Crecí odiando ciertos muros, alrededor de los jardines, cárceles,

castillos. Y me opongo a la construcción de uno entre la Dominicana

y Haití. No es necesario separar la isla entre aquellos que tienen recursos

y aquellos que no los tienen. La fortuna y la lucha debemos compartirlas

igualmente. La gente debe trasladarse sin entrar en los ríos, bajo el manto

de la noche, o pagando a un oficial de la aduana en dinero dominicano.

El tránsito va en un solo sentido salvo a los haitianos que vuelven para

visitar a sus familias, bolsas llenas de latas y baratijas dominicanas.

El gobierno dominicano dice que la migración ilegal, el tráfico de armas

y de seres humanos deben ser parados por un muro de concreto de casi trece

pies de altura con un alambre encima y observado por cámaras digitales. Haití

no es una cárcel gigante. Su pueblo no nace encarcelado. Deja al pueblo moverse,

bailar, buscar trabajo, labrar terrenos, vender bisutería dominicana envuelta

en plástico, pero no los guarden en un corral. Usted no debe dejarlos afuera.