Iniciamos un nuevo año. Hay quienes lo ven con pesimismo por todo aquello de la “crisis”, mientras otros, por el contrario, con cierto optimismo. Para una gran mayoría su espera, fue solo motivo de “fiestas y bebedera”. En definitiva, todo depende del cristal aquel.

Para los dominicanos, 2024, será un año de mucho ajetreo político y con ello mucha alaraca de todo tipo. Serán las elecciones para un nuevo mandato de gobierno. Las promesas o los denuestos estarán a la orden del día; a eso ya estamos medio acostumbrados y no cada cuatro años, es todo el tiempo, pues pareciera que cada año hay elecciones.

Esa cultura política centrada en alcanzar o mantener el poder a como dé lugar, solo cuenta con una narrativa que, por supuesto, nada tiene que ver con las verdaderas y necesarias soluciones a los problemas nacionales. Son solo eso, discursos, que cada vez cuentan con menos substancia y sí, de muchas promesas, que en la mayoría de los casos serán de antemano auto-incumplidas.

Los tiempos aquellos de las revoluciones y los proyectos sociales solo quedan en el recuerdo de algunos que siguen aferrados a lo que les dio sentido a sus vidas entonces. A los jóvenes de hoy esos discursos no les dice nada, pues al vivir el futuro como presente, solo comprenden a aquello que están ya tan acostumbrados: un video, un meme, un emoji.

Quizás es propicio recordar que alrededor del 40% de la población con derecho al voto tiene menos de 40 años, ubicándose entre los grupos generacionales milenial, llamados también generación X, y los de la generación Z. Mientras a los primeros se les ha caracterizado con la “frustración”, a lo segundos con la “irreverencia”.

Éste último grupo generacional también se le conoce como la generación “clic”, pues para ellos solo existe el presente y el futuro a cortísimo plazo. Desdeñan de aquellas cuestiones que requieren tiempo y esfuerzo permanente, riguroso, de mucho sacrificio y paciencia para alcanzarla. En nuestro país, según la Oficina Nacional de Estadística, son el 23.7% de la población.

Ambos grupos son nativos digitales, sobre todo el segundo, lo que permite comprender hasta cierto punto su necesidad de ver la vida a lo inmediato, sin irse muy lejos, pues ésta tiene que ser vivida ahora, no mañana. Mañana sería mucho esperar.

A ninguno de los dos grupos generacionales les convence e interesa los largos discursos y, aún más, de difícil comprensión. Gran parte de ellos, que están o pasaron ya por la universidad, las cátedras magistrales les aburre; su formación profesional está y estuvo guiada por presentaciones precisas, sobre todo, con muchas láminas y fotos.

Por otra parte, son grupos generacionales que nacieron y se desarrollan en una época que ha carecido de referentes morales y éticos que les guíe y dé respuestas a sus expectativas de vida. Para los más jóvenes esos referentes son los conocidos “influencer”, esos jóvenes que han desarrollado una real capacidad de influir en ellos a través de las redes sociales.

Para los “mayorcitos” esta situación que se vive hoy solo les deja cierta “nostalgia”, pues aún siguen añorando el pasado y, aún más, sueñan con él, quizás como un mecanismo de consuelo o manejo de ese sentimiento de encontrarse en un mundo que no comprende y que se le hace difícil vivir en él.

Por otro lado, una muestra de esos jóvenes nacidos en el período 1994-2010, participaron en el Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana (ICCS) del 2009 y, por supuesto, muchos de ellos hijos de la generación anterior, los milenial. En dicho estudio se evalúas los conocimientos y actitudes cívicas y ciudadanas que les permite asumir su rol como tal en el contexto que les corresponde.

En síntesis, los resultados fueron que el 61% de los estudiantes estaban por debajo del nivel 1 de conocimientos y si los sumamos a los que estaban en el nivel 1 y menos, llegaban al 92%. En el nivel 3 solo aparecían entonces un 1% de la muestra. El promedio internacional para ese nivel era del 28%. Es decir, mostramos un nivel muy bajo de conocimientos en los temas de educación cívica y ciudadana.

Un dato interesante fue que un porcentaje relativamente alto de la muestra (29.8%) señalaba un bajo nivel de confianza en los partidos políticos, aunque se apreciaba, por otra parte, una alta valoración a cuestiones como el derecho a votar (95.3%) y a la protesta de manera pacífica (82.3%). Es decir, la alta valoración de los derechos políticos no se traducía en confianza frente a los partidos políticos.

Por otro lado, en el mismo estudio realizado en el año 2016 y en el cual se incluyó un módulo especial para los países de América Latina con temas característicos de la región como el autoritarismo, corrupción, entre otros, resultó alarmante para muchos, las respuestas que dieron nuestros estudiantes a esos temas.

Dos cuestiones fueron sobresalientes respecto al autoritarismo, la primera tenía que ver con su actitud de favorecer las dictaduras cuando traen orden y seguridad, como también beneficios económicos. De ahí su actitud positiva hacia la concentración del poder en una sola persona que garantice el orden.

Respecto a la corrupción mostraban una actitud positiva hacia la aceptación del soborno por parte de los funcionarios públicos cuando su salario es muy bajo, además de que veían como propicio que un funcionario público utilice los recursos de la institución donde trabaja para su beneficio. Es más, los buenos candidato dan beneficios personales a sus electores a cambio de su voto, como apoyo a sus amigos para conseguir un empleo.

En los discursos todos planteamos la necesidad de un país encaminado hacia el desarrollo de sus fuerzas productivas y una ciudadanía responsable, guiada por el bien común y el bienestar colectivo. Esperamos que la educación básica siembre los elementos esenciales para el desarrollo de esa ciudadanía.

Pero hay una escuela muy amplia que, sin embargo, no ha sido capaz de modelar un ejercicio público y privado que apueste en ese mismo sentido. Se trata de la cultura política que, aunque no tiene un aula con pizarra, tiza y borrador, si tiene actores de primer orden que deberían modelar un ciudadano ético, que promueve con su vida valores morales positivos, en vez de un comportamiento centrado en el oportunismo, el patrimonialismo, la corrupción y el nepotismo.

Quizás sería mucho pedir, pero prefiero asumir la esperanza de que es posible instituciones políticas centradas en el bienestar de todos los ciudadanos, apostando hacia la construcción de una nueva ciudadanía, consciente de sus derechos como también de sus deberes en ese mismo sentido.

República Dominicana ha tenido una extraordinaria historia de lucha, enfrentando enemigos muy poderosos, frente a los cuales ha salido airosa. Espero que el 2024 nos sorprenda y nos haga ver y vivir aquel eslogan de antaño: “unidos, venceremos”, pues lo que podríamos hacer juntos, nadie en su particularidad lo podría hacer.