El fin de año da siempre lugar a balances y predicciones cada vez más inciertas en un mundo convulsionado, en guerra, y con más amenazas que nunca.
El género humano no aprendió nada del COVID 19 y de la inmensa y breve alegría que abarcó todo el planeta luego de sentirnos liberados del virus. Tan pronto recuperamos nuestras vidas han reaparecido en primer plano los conflictos mortíferos.
Hoy en día, las estridentes declaraciones del presidente electo de los Estados Unidos contribuyen a agrandar el malestar y sacuden a diario el mundo con los misiles verbales que lanza en todas las direcciones, tapando la voz del papa Francisco que llama “a silenciar las armas y abrir diálogos”. El solo hecho de su elección ha reforzado el discurso de odio contra las comunidades LBTG, los migrantes y otros grupos sociales.
En cuanto a nuestro terruño, a pesar de las mejoras sustanciales que han colocado a la República Dominicana en un sitial económico privilegiado, el recordatorio de nuestras propias debilidades no deja de hacerse sentir en este periodo.
Como bien lo decía Pedro Mir, “somos una isla colocada en el mismo trayecto del sol”. Pero sucede que también estamos situados en la ruta de los huracanes tropicales. Formamos parte de los llamados Pequeños Estados Insulares en Desarrollo que enfrentan vulnerabilidades sociales, económicas y ambientales únicas.
Se demostró que el clima no espera que pasen las fiestas para hacer sus estragos. Las lluvias han afectado la vida de comunidades vulnerables de la provincia de Puerto Plata, dejando de nuevo al desnudo la precariedad de muchos de nuestros conciudadanos.
Otra de nuestras debilidades es la permanencia de los feminicidios. En estos días dos mujeres fueron asesinadas por sus exparejas; una en el municipio Los Alcarrizos, provincia Santo Domingo, donde la víctima, de 43 años, fue baleada. El segundo caso se produjo en la provincia San Pedro de Macorís, donde una joven de 23 años fue ultimada mientras se encontraba en un salón de belleza.
Por otro lado, la protección de la niñez dominicana está siempre sobre el tapete. Un adolescente perdió la vida, impactado por una bala perdida el 25 de diciembre en el Distrito Nacional, durante un conflicto originado por un accidente de tránsito entre dos motociclistas.
Veintiún niños se intoxicaron por alcohol durante las celebraciones de Nochebuena. Esta situación llama la atención sobre el hecho que el consumo de alcohol está en auge entre los menores de edad en prácticamente todas las clases y grupos sociales. Un familiar me contaba en Nochebuena como chicas de “buenas familias y buenos colegios”, compañeras de sus nietos, eran cargadas borrachas por sus choferes a sus respectivos hogares donde los padres, en sueño profundo, no se percatan de la situación de peligro que esto entraña ni de su irresponsabilidad.
Sin embargo, nuestra peor vergüenza en este principio de año son los llamados al odio de ciertos programas de televisión que definen la elección del presidente Trump como un milagro societal. Sin régimen de consecuencias, en vez de ser sometidos a la justicia por incitación al crimen, sus conductores -con un aplomo desafiante- usan un lenguaje amenazante, violento, vulgar, desinformativo y careciente de la más mínima tolerancia a las minorías, a los migrantes y a quienes disienten de sus opiniones.
Tampoco la “camiona” ha seguido lo que antes se llamaba la “tregua navideña” y continúa sin cesar la búsqueda de inmigrantes en situación irregular. El mismo día de Nochebuena uno de los vehículos de la Dirección de Migración tuvo un accidente en la provincia de San Juan con un saldo de 23 ciudadanos haitianos heridos y un dominicano fallecido.
Sin embargo, al mismo tiempo, la Federación Nacional de Arroz está pidiendo cambiar el plan de deportación de migrantes por un programa de regularización de migrantes y su inscripción en la Seguridad Social para no entorpecer la producción de productos sensibles que dependen de la mano de obra extranjera.
Es una paradoja que nuestra economía dependa de una mano de obra extranjera barata y de un capital extranjero que se invierte muchas veces aquí precisamente debido a los bajos salarios prevalecientes, que a esa mano de obra se la expulse sin contemplaciones y los dueños de las industrias y las fincas soliciten su regularización para que puedan seguir trabajando en nuestro suelo.
Estas reflexiones al inicio de un nuevo año nos llaman a la vigilancia como ciudadanos responsables en defensa del medioambiente y ante las múltiples formas de violencia.
Depende de nosotros promover incansablemente una cultura de paz, el buen trato y los derechos fundamentales.