Quienes asesinaron a Joshua Fernández recibieron la pena estipulada por la Ley, quizás muchos sectores de la sociedad se sentirán satisfechos, ante la barbarie cometida por los condenados. Quizás los familiares de la víctima sentirán cierto alivio, pues se hizo justicia. Pero, una vida fue troncada por la simple “búsqueda del dinero fácil”.

Las magistradas “hablaron como madres compungidas”, “llamaron a la sociedad a que promueva una reflexión general, para que se reviertan las condiciones que han llevado a muchos jóvenes a delinquir para conseguir riqueza”; “deploraron, apesadumbradas, esta generalizada inclinación a irrespetar las leyes y las reglas de convivencia de la sociedad”.

Una gran verdad fue dicha por ellas al motivar su sentencia: “con este episodio, y con lo que se les asemejen, se producen tres pérdidas. Pierde la sociedad, al sufrir una lesión el bien jurídico protegido; pierde la familia del joven asesinado, y pierden la de los que cometieron el crimen”.

El mensaje fue patético (según el editorial del Listín Diario), oportuno e imperativo: la sociedad tiene que detenerse a pensar en cómo hacer frente a esta cultura de desenfrenos que incita a los jóvenes a esquivar el trabajo honesto y la formación educativa, para buscar placeres y riquezas a través de las adiciones, de los atracos y asesinatos o de cualquier modalidad de ilícitos que, para desventura, realizan con la mayor impunidad”.

La condena es lo que estipula la ley, pero el daño hecho es irreparable, pues una vida fue extirpada del vínculo familiar y social, sin ninguna posibilidad de recuperarla, ni sustituirla siquiera en la imaginación ni el deseo de quienes tuvieron que dar sepultura a su ser querido.

Día a día somos testigos de una de las razones que conducen a algunos jóvenes a irse por el camino de la delincuencia y del dinero fácil. Somos testigos de un daño casi irreparable en algunos casos y que incluso ha motivado grandes eventos y foros, sin que a la fecha se avizoren soluciones reales y efectivas.

Se trata de un sistema educativo ineficiente que, aunque ha logrado que un porcentaje significativo de la población infantil se inicie en la vida escolar en la edad requerida, de igual manera, otro porcentaje significativo no ve alcanzado su sueño y el sueño de sus familiares, pues se ve excluido del sistema y no termina su escolarización oportuna.

Aún más grave. No solo no termina, es que incluso no desarrolla las competencias mínimas para una vida buena, de trabajo y servicio en la comunidad y la sociedad en que vive, pues su paso por la escuela no le permite aprender a leer, a pensar en su futuro de manera dignamente humana. Su desesperanza se agiganta.

Es un conocimiento a voces que doce años de estudios básicos, es decir, seis de primaria y otros seis de secundaria, al final de cuentas equivalen a solo 6.5 años de escolaridad real. ¿Qué significa? Que aún concluyendo los estudios básicos estipulado por el sistema, en términos de aprendizajes, solo equivalen a 6.5 años. A la ineficiencia súmele la baja efectividad.

Siempre he planteado que la calidad de la educación no es solo un propósito. Es un derecho que tienen los niños, niñas y jóvenes de aprender y desarrollarse de manera integral y plena, y como maestro, se constituye en un compromiso ético, incluso moral, de hacer que eso sea posible. Ésa es su misión fundamental.

No son más foros ni planes decenales que se requieren, que en la mayoría de las veces no dejan de ser solo eso: foros y planes. Se requiere una escuela que asuma seriamente su compromiso por educar, por enseñar, por hacer posible la transformación de esos niños, niñas y jóvenes en seres humanos que aprenden.

Podemos contar con la mejor Ley de Educación, ya antes la tuvimos; con los mejores planes, igual; con un nuevo pacto por la educación, ¿qué decir? Si las autoridades de gobierno, como expresión de la cultura política reinante, solo ve una oportunidad de financiación de su activismo político, así fuere desde el sindicato o desde la estructura ministerial; si el sector empresarial solo ve en la educación una oportunidad de negocio, la sociedad dominicana no encontrará camino, no digo para su desarrollo social y económico solamente, sino para la vida decente.

Daños irreparables los hay día a día y, si seguimos por el mismo camino, será por los siglos de los siglos… Estamos ante la necesidad de una irrupción radical en la educación y por supuesto, como sociedad en su conjunto. Me apena seguir escuchando las mismas palabras y los mismos discursos.