Los países que constituían los ejemplos a seguir en cuanto a estabilidad política, bienestar económico, respeto a los derechos humanos y justicia, hoy atraviesan momentos críticos.
En Estados Unidos, por ejemplo, se enfrentarán en las próximas elecciones presidenciales un presidente que busca un segundo mandato, pese a serios problemas de pérdida de la memoria y de desconexión con la realidad, y un expresidente condenado por un caso de violación a la ley y con otros expedientes pendientes de juicio. Uno tiene 82 años y el otro 78.
Ambos se han montado sobre el discurso del rechazo a los migrantes y el nacionalismo económico frente al país socio y competidor China.
En el caso de los países de Europa, parece que viven de nuevo en la primera mitad del siglo XX, cuando las ideas de la extrema derecha y el nacionalismo dieron lugar a la más sangrienta y destructiva de las guerras.
La extrema derecha se fortalece y gana espacios políticos en Italia, Reino Unido, Países Bajos, Suecia, Suiza, Alemania, España y Francia.
Los tradicionales partidos socialdemócratas, socialcristianos y de la izquierda moderada están débiles, y no exhiben músculos suficientes para frenar el avance de los ultraderechistas. Hasta la continuidad de la Unión Europea está en juego.
Y lo más paradójico, los países que tanto propagaron las bondades de los mercados abiertos y el libre comercio, hoy retroceden hacia los modelos proteccionistas, cierran sus mercados e imponen restricciones y barreras de aranceles a las importaciones.
Mientras que la República Popular China, con un sistema político y económico socialista, pero que permite que operen las reglas del mercado capitalista, aboga en todos los foros internacionales por el libre comercio. Le sigue los pasos a China otro país socialista con mercado: Vietnam, ya resaltado como un ejemplo de reformas exitosas, crecimiento económico y reducción de la pobreza.
En el caso de América Latina, hay países de democracias estables, otros gobernados por tiranos, y hasta por presidentes que apuestan a la disminución extrema del Estado y sus instituciones, bajo la fe ciega en que el mercado y la ausencia de regulación constituyen la fórmula mágica para el desarrollo y el bienestar.
La República Dominicana, que debe mejorar muchas cosas, por lo menos goza de un sistema político estable y una economía en crecimiento.