La conclusión de todo balance, mínimamente serio, sobre la realidad que vive el mundo actual es que vivimos un momento de generalizada y profunda crisis. Difícilmente haya un sistema político, sin importar su signo o continente donde este se encuentre que, con sus gradaciones, no dé muestra inequívoca de estar en crisis, siendo el sistema capitalista hegemonizado por los EEUU donde más sobresale esta circunstancia. También, están en esa situación los diferentes bloques existentes, articulados o no y sin importar sus regímenes políticos. Pero lo que más me abruma es la crisis de alternativas en que discurre la acción de las fuerzas político-sociales que desde diversas posiciones se reclaman del cambio.
Nunca como hoy se había presentado una situación en que el sistema capitalista, si bien conserva su dominación, no ejerce una clara hegemonía (aceptación). Son múltiples y variadas las grandes movilizaciones de protestas que en las últimas décadas se suceden en todo el mundo sin tangibles resultados, nosotros, como país, incluido. Sin embargo, nunca ha sido tan clara la debilidad de las fuerzas del cambio en su lucha contra ese sistema, y es que la complejidad del mundo hace insuficientes muchos de los asertos teóricos que les sirvieron de base, lo cual las obliga a un balance sobre porqué se ha producido esta circunstancia. Hasta el momento, por menos aquí, no hemos hecho ese balance.
En las últimas semanas el periódico Acento y AcentoTV han entrevistado a dos docenas de dirigentes de izquierda, los cuales han pasado una suerte de balance de la práctica de esta corriente, pero la reflexión ha sido esencialmente local careciendo de una necesaria y específica referencia a experiencias de otros países, para una perspectiva regional y mundial tener mayor conocimiento de nuestra realidad. Pienso que de ese balance resultará inequívoco que, en Occidente, en esta época, la vía electoral es el escenario de la lucha política, y que desde la segunda década de siglo XIX ninguna insurrección, ni ningún movimiento de protesta, por más extenso que haya sido, se ha constituido en poder.
De la constatación de ese hecho y por la complejidad del mundo actual, se ha impuesto el aserto político que indica, hasta ahora, que la democracia constituye el escenario fundamental de la lucha política, lo cual, más que antes, obliga a tener un cuerpo de ideas que en línea general definan el tipo de sociedad que se quiere. Por consiguiente, las fuerzas que asuman esa táctica de lucha como estrategia tienen que ganar lo que Antonio Gramsci llamó hegemonía, vale decir, el consenso, la aceptación de vastos y plurales sectores de la sociedad. Si no se gana el apoyo de esos sectores, difícilmente podrán disputar con éxito el poder a quienes lo detentan. Y, de lograrse, sin hegemonía la unidad será efímera y el proyecto de cambio, de instaurarse, adolecería de precaria sostenibilidad.
En nuestro caso particular, en la búsqueda de alternativa a la situación actual a través de un bloque electoral unitario, algunos plantean que un programa sintetizaría la cuestión del tipo de sociedad que quiere y ofrece dicho bloque. En determinadas coyunturas, como es el caso, los programas unitarios con fines electorales son útiles, pero suelen ser un pliego de intenciones que recoge las posiciones sobre temas puntuales que son de interés de cada uno de los diversos sectores integrados en dicho proyecto. Un programa difícilmente pueda ser tan abarcador que logre plasmar un proyecto de sociedad, sobre todo en este momento en que resulta imposible soslayar las experiencias de cambio que se han intentado en diversos países a lo largo de la historia y eso no es tema de programa.
El abordaje de esas experiencias es clave, pues ninguna de estas ha logrado escapar a la tentación autoritaria, excluyente y negadoras de valores básicos de la democracia y en el imaginario de la gente, todo el mundo asocia la izquierda a esas experiencias, un lastre que impide a la gente calibrar en su justa dimensión el papel de la izquierda en los procesos democratizadores de sus respectivas sociedades. Con ese peso muerto, en un mundo tan complejo y exigente de los valores básicos de la democracia, difícilmente podrá construirse la hegemonía. Para que un proyecto sea realmente de cambio y sostenible, pensando en Gramsci, es indispensable ser hegemónico antes de la toma del poder.
De ahí mi insistencia en que la izquierda tiene que darse una imagen realmente democrática, lo cual significa la defensa de los valores de la democracia sin importar dónde ni el color de régimen que los limites o suprima, y hacer un balance exhaustivo de su historia, sus prácticas y sus asertos ideológico/políticos a la luz del presente. La crisis del capitalismo a nivel mundial es insoslayable y podrán presentarse coyunturas sumamente favorables para la izquierda, pero, como decía Séneca: “no hay viento favorable para el barco que no sabe adónde va”, de ahí mi insistencia en un balance para que las perspectivas de ese corriente deje de ser insosteniblemente borrosa y desmovilizadora.