La comparecencia del ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Álvarez Gil, ante el Senado de la República para informar a los miembros de esta cámara legislativa sobre el proceso que ha llevado el país frente a Haití, a fin de evitar el uso exclusivo de las aguas del río Dajabón en las actividades agrícolas y de otra índole por parte de los haitianos, fue un ejercicio valioso de información, de lucidez y de fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas.
El criterio generalizado que se tiene cuando un ministro o funcionario público es llamado a responder preguntas de los legisladores, es que hay serios problemas que no marchan bien, y en su potestad legislativa, y como cuerpo de control, el los senadores critican, ponen en evidencia fallas y errores, y le dan una lección a los comparecientes.
Nuestro sistema tradicional de división de poderes establece la comparecencia de los funcionarios del poder ejecutivo ante el Congreso Nacional. No contamos con un régimen parlamentario en que todo se lleva a la legislatura, y se decide allí, con mociones de censuras o destituciones de mandatarios.
Roberto Álvarez, además de abogado, es una persona curtida en el debate y ha tenido experiencia como embajador, por ejemplo ante la OEA, organismo multilateral en que ocupó la presidencia de su Consejo Permanente, cuando la posición de secretario general fue desempeñada por el chileno José Miguel Insulza.
No solo eso. Roberto se ha fogueado ante múltiples organismos defensores de los derechos humanos, del hemisferio, y es el redactor de documentos importantes de la región sobre asuntos en los que tiene amplia experiencia.
Hijo de Don Ambrosio Álvarez, se graduó de abogado en la UASD, y tiene maestría en Relaciones Internacionales de la Universidad de Johns Hopkins, y en Derecho Comparado en la Universidad de Georgetown. Fue consultor del Banco Interamericano de Desarrollo y Delegado Oficial de Amnistía Internacional en Nicaragua y Sri Lanka. También ocupó la coordinación general de Participación Ciudadana, capítulo dominicano de Transparencia Internacional.
El ejercicio de comparecencia y las preguntas y discursos con cuestionamientos al gobierno, procedentes de senadores de la oposición, fue muy positivo porque permitió a Roberto Alvarez brindar información de primera mano sobre varios aspectos de nuestras relaciones exteriores, y sobre asuntos históricos, marítimos, migratorios, de transparencia y de la carrera diplomática, aunque lo más relevante fue todo cuanto se dijo sobre la República Dominicana y Haití.
Algunos senadores fueron preparados para poner en jaque a Roberto Alvarez, llevaron fotografías, videos, documentos, y aprovechando la audiencia que no siempre se tiene, hicieron gala de un empeño -digno de mejor suerte- para poner en aprietos al canciller de la República.
Algunos legisladores no quedaron satisfechos con las respuestas que le dieron, pero Alvarez demostró ser un eficiente funcionario, con formación y calidad profesional muy elevadas, con una memoria brillante y con una fuerza para el debate que pocas personas le conocían.
Sencillamente brillante, ilustrativo, descriptivo, en un lenguaje entendible para el público del hemiciclo y para los que veíamos la comparencia por televisión. Esa comparecencia es una oportunidad para reflexionar sobre la formación de los miembros de nuestros organismos legislativos y su calidad como expositores o formuladores de preguntas, muchas de las cuales venían antecedidas por un discurso extenso y acusatorio contra el canciller y el gobierno.
Hay que destacar que el presidente del Senador, Ricardo de los Santos, hizo un gran esfuerzo para mantener el debate en el nivel adecuado, y para llamar la atención a sus colegas senadores que la sesión era para formular preguntas y no para hacer discursos acusatorios contra el funcionario.
Una prueba más de que nuestro sistema democrático se fortalece, y se crece en ocasiones como esta, en que un ministro acude a ilustrar a los senadores sobre el estado de situación de nuestras relaciones con Haití.