El pasado día 12 de octubre un grupo de jóvenes montó un espectáculo artístico en una plaza pública, en denuncia de lo que la historia oficial llama el Día de la Raza. Un acto pacífico, que no le estaba haciendo daño a nadie.

De súbito, se presentó al lugar un contingente de hombres y mujeres en actitud intimidante y agresiva e interrumpió la actividad violentamente. Todo ocurrió a la vista de las autoridades policiales que, al decir de los agredidos, nada hicieron para impedir la agresión.

Por la gravedad que esto encierra me ocupo del asunto. Sumo mi protesta personal, franca y sin medias tintas, a los que han condenado este acto de intolerancia, incompatible con el derecho a la manifestación ciudadana con fines pacíficos y, en el caso que nos ocupa, culturales.

Hace un buen tiempo ha hecho acto de presencia en nuestras calles un grupo uniformado de negro, con pinta de tropa de choque y de milicia fascista, que se atribuye la misión de enfrentar la inmigración haitiana, como si con ello quisiera dejar dicho que el gobierno, las Fuerzas Armadas y el Ministerio de Interior son unos incapaces de aplicar las regulaciones a los migrantes extranjeros, de Haití y de cualquier otro país.

Instituciones como el Instituto Duartiano y personas reconocidas por su presencia en distintos campos de la vida nacional, invocan la misma causa y los del grupo operativo uniformado suelen encontrar cobertura en esas instituciones y esas personas. A ellas hay que reconocerles el derecho pleno a expresar sus ideas y a la libre manifestación en defensa de sus concepciones. Muchas de ellas saben que cuentan con el aprecio y el respeto que siempre me han merecido.
Pero ellas están en la rigurosa e ineludible obligación de definirse ante las operaciones del grupo de pretendido talente paramilitar que suele acompañarlos en los desfiles.

Hasta ahora el Instituto Duartiano, que está convocando marchas callejeras, ha sido siempre una institución respetable. Deseo que bajo la presidencia del doctor Wilson Gómez lo siga siendo. Por eso, ojalá nunca se apartase del carácter solemne que el nombre del Patricio le impone, ojalá mida el alcance de las acciones en que se embarca y sepa valorar bien la conducta y el modo de operar de los grupos con los que en estos días está apareciendo en acción conjunta.

Vaya igualmente, la advertencia franca a las autoridades, que hasta el momento han dejado correr la bola sin tomar medida alguna. Desde el propio presidente, esas autoridades son responsables de mantener el orden público y responsables igualmente de garantizar el ejercicio de los derechos democráticos. Los jóvenes manifestantes ejercían esos derechos, la autoridad tenía del deber de protegerlos y, consumada la agresión física que dejó al menos una muchacha herida, tenía y tiene aún la obligación de castigar legalmente a los agresores.

En el país hay un clima apropiado para el debate y la exposición libre de las ideas, cada quién tiene derecho a sostener las suyas, y lo menos que necesitamos son unos azotacalles que por la intimidación y la violencia quieran callarle la boca a quienes no piensen como ellos.