Los flujos migratorios son tan viejos como la humanidad, de las zonas más pobres a las más ricas. No sólo migran los humanos sino distintas especies del mundo animal. En el mundo moderno este fenómeno no sólo ocurre de un país a otro, sino dentro de un mismo país. Frente a esto es legítimo que los gobiernos tomen medidas para evitar que este fenómeno se salga de las manos.
En nuestro país somos receptores y emisores de migrantes. Como receptores debo reconocer que los gobiernos no han hecho lo suficiente para organizar la inmigración, sobre todo a nivel de la frontera con un país tan pobre, no solo a nivel económico sino social e institucional, como lo es Haití.
Creo que es posible frenar la inmigración ilegal. Para ello es fundamental combatir la corrupción y el tráfico de indocumentados en la frontera e intervenir el mercado de trabajo. Es fácil decirlo, pero pocos se atreven a entrarle a los dueños de ese mercado, son intocables.
Estoy viendo con preocupación cómo crecen las prédicas y acciones xenofóbicas, que no conducen a ninguna parte, básicamente contra los inmigrantes haitianos por negros y pobres. Negar eso es engañarnos a nosotros mismos. Por demás, nuestra independencia fue de Haití y hay sectores en ese país que odian al nuestro. Igual ocurre aquí. Tenemos sectores muy retrógrados que lejos de plantear soluciones, alimentan el odio racial; son los mismos que han complotado contra todo proceso democrático. Son trujillistas de corazón, los mismos que auspiciaron el golpe contra Juan Bosch y apoyaron la invasión norteamericana del 65 y el fatídico gobierno de Balaguer. Esos no tienen calidad para hablar de Patria.
Combatí en la Gesta de Abril con un fusil en la mano y a pecho descubierto; la sangre del poeta y héroe dominicano de origen haitiano Jacques Viau Renaud me salpicó, pues estaba junto a él cuando cayó el mortero que le costó la vida. Otros combatientes haitianos cayeron en esa gesta y en la guerra restauradora. Es injusto odiar a un pueblo hundido en la miseria por culpa de la clase dirigente que ha vivido por décadas de su desgracia.
Sí creo que es impostergable organizar con entereza el proceso migratorio que se ha salido de las manos y enfrentar con coraje a quienes se alimentan de ese desorden. Es nuestro derecho como país soberano, pero hacerlo con el debido respeto a los derechos humanos. Por igual debemos seguir clamando a la comunidad internacional que la situación de Haití nos concierne a todos. Ese país merece un mejor destino.