En general, las migraciones son ventajosas tanto para el país que las emite como para el que las recibe. Pero también tienen sus efectos perversos. Y la inmigración haitiana, que es el grueso de la inmigración en el país, es evidente que los tiene, y muy notorios.

Junto al ejército de haitianos que ha atravesado la frontera para insertarse en las actividades agrícolas, construcción, turismo, zonas francas, servicios, etc., también ha venido gente a deambular por nuestros campos y ciudades (vagabundos, pedigüeños, prostitutas, enfermos mentales). Estos son los que deben ser recogidos y expatriados. Pero otro tratamiento debería darse a los cientos de miles que con su trabajo sostienen importantes sectores de la economía.

Y ese tratamiento distinto podría bien comenzar por la realización de estudios que precisen el aporte de esta inmigración a la producción de riqueza en esos sectores y divulgar sus resultados. He aquí una tarea para el ministerio de Economía y el Instituto Nacional de Migración que, a mi juicio, son dos de las instituciones públicas que cuentan con profesionales capacitados para hacerlo.

Paralelamente a esto, sería bueno un pequeño esfuerzo de nuestros intelectuales para que la información que a diario circula en los medios y en las redes, insistiendo desmesuradamente en los efectos perversos de esta inmigración, no ocupe completamente el debate sobre este tema, sino que sea solo parte de él, no el único. La diversidad de opiniones enriquece el debate.

Justamente ayer (24-08-22) aparece en el Listín Diario esta información: “Salud invierte 688 millones en parturientas haitianas en dos años”.

En ningún lugar de esta reseña aparece qué proporción de estas parturientas son las conyugues de haitianos que tienen años trabajando en el país y cuántas son las que vienen a parir a través de mafias, que todos deberíamos aplaudir su erradicación.

Informaciones como estas, insistiendo en la carga que representa esta inmigración para el país, aparecen a diario en los medios y en las redes. Incluso, se va mucho más lejos, se presenta siempre esta migración como parte de un plan, un complot de las potencias, Estados Unidos, Francia y Canadá, supuestamente interesadas en buscarle una salida al problema haitiano, a costa de la vecina República Dominicana.

Como dominicano radicado en Canadá desde hace más de cuarenta años y un poco informado sobre la política interior y exterior de este país, no veo el interés que podría tener Canadá en eso. Y, que conste, que no he cambiado mi patriotismo dominicano por otro canadiense. No tengo razones para hacerlo. República Dominicana no es mi patria, tampoco Canadá. Mi patria, en términos de identificación, sentimientos, vínculos afectivos, es el planeta. Y mi nacionalidad, por las mismas razones, es la humanidad. ¡Cuánto desearía que así constara en mis documentos de identidad!

En el Caribe insular, es en República Dominicana que Canadá tiene sus inversiones, esencialmente en minería, finanzas, turismo y zonas francas. Y es también allí que sus ciudadanos van anualmente a vacacionar, no a Haití, por razones obvias.

Desestabilizar el país donde tienen sus intereses, garantizados por una estabilidad política y una cierta estabilidad macroeconómica, para buscarle una salida a otro políticamente inestable y en bancarrota, donde no tienen significativos intereses económicos y las posibilidades de estabilidad política, por el momento, no se ven en el horizonte, me parece una locura. Ese mismo razonamiento sería válido para Estados Unidos y Francia. Ninguno de los dos tiene más intereses al oeste que al este de la isla, ni más garantía para los mismos. Admito que hay razones para acusar a ambos de muchas cosas, pero no de tontos.

Aún más cuesta arriba me luce la idea de que las Naciones Unidas son parte de ese complot. Porque sería asumir que la sinrazón y el despropósito se han apoderado de la comunidad internacional y que, tenemos tan mala suerte, que somos las víctimas de esta locura planetaria.

Con mucha facilidad asumimos que la inmigración dominicana en los Estados Unidos tiene sus ventajas, tanto para nosotros, país emisor, como para ellos, país receptor. Para República Dominicana, es una de las principales fuentes de divisas, y la más democrática, porque es la que más ampliamente se distribuye entre los diferentes sectores de la población; para los Estados unidos, es un ejército de trabajadores que participan en la producción de riquezas y una cantera de emprendedores que han desarrollado y regentan miles de pequeñas, medianas y grandes empresas comerciales y de servicio que generan empleos.

Pero también esta inmigración tiene sus efectos perversos. Estos inmigrantes, que, como todos, viajan con su cultura a cuestas, son los responsables del desorden y el sucio que hay Washington Heights, en el alto Manhattan, y otras ciudades norteamericanas. También cientos de dominicanos son repatriados periódicamente, luego de cumplir condena por haber delinquido en ese país.

La inmigración haitiana tiene también sus notorios efectos perversos. Pero esto no niega que esta inmigración, colorida, ruidosa, molestosa, al igual que la dominicana en los Estados Unidos, participe en la producción de riqueza, y que, de ordenarse, cosa que nunca se ha hecho ni se tiene interés de hacer, podría también ser parte de una diversidad cultural valorada, como son los cocolos, turcos, chinos, japoneses.