El torrente de agua que cayó sobre la República Dominicana, especialmente partes de las zonas este y sur, el pasado viernes tiene poco parangón en la historia del país.

Historiadores hablan de un fenómeno parecido en 1909, y que sirvió de base al profesor Juan Bosch para escribir su cuento Dos pesos de agua.

En apenas tres horas una parte del país recibió tanta agua, de las intensas y copiosas lluvias, que fue imposible prever las consecuencias. Y prácticamente todo el mundo estuvo desprevenido, atrapado, especialmente aquellas familias y personas que estaban ubicadas en lugares por donde hubo en el pasado cañadas y corrientes de ríos.

En el cuento de Juan Bosch, doña Remigia se gastó dos pesos en velas para rezar pidiendo las lluvias, ante una sequía que tenía la posibilidad de eliminar personas, cultivos y animales. Las ánimas finalmente se dispusieron a cumplir con las peticiones de Remigia, según el cuento. Y fue una tragedia:

Pasó una semana; pasaron diez días, quince… Zumbaba el aguacero sin una hora de tregua. Se acabaron el arroz y la manteca; se acabó la sal. Bajo el agua tomó Remigia el camino de Las Cruces para comprar comida. Salió de mañana y retornó a media noche. Los ríos, los caños de agua y hasta las lagunas se adueñaban del mundo, borraban los caminos, se metían lentamente entre los conucos.

Lo extraño, en el caso de los torrenciales aguaceros del pasado viernes es que las autoridades de la Dirección de Meteorología, tan diligentes y eficientes al mando de Gloria Ceballos, no se pusieron al día ni advirtieron, ni el Centro de Operaciones de Emergencia, se activaron para prevenir la tragedia a la que nos exponíamos.

Cinco días antes las autoridades del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos detectaron el fenómeno y publicaron informaciones y hasta gráficos de la combinación de dos fenómenos en la región del Caribe, que traería una gran cantidad de lluvia. Pasó de forma inadvertida. Casi como ocurrió a las autoridades del gobierno dominicano en 1998, cuando el ciclón Georges se dirigía al país. 

Las calles se entaponaron, los sistemas de alcantarillados resultaron obsoletos e infuncionales, cientos de parqueos se inundaron, urbanizaciones enteras quedaron atrapadas por las lluvias acumuladas, las corrientes de agua aumentaron y arrastraron todo cuanto tenían al frente, incluyendo viviendas, calles, casas, automóviles, personas. En fin una tragedia. Hasta ahora las autoridades han informado que cuatro personas fallecieron, otras tres personas están desaparecidas, decenas de vehículos fueron arrastrados por las corrientes, lo mismo que una gran cantidad de viviendas.

En una acción improvisada, de inmediato, el gobierno, el Ayuntamiento del Distrito Nacional, el Centro de Operaciones de Emergencia, el Metro de Santo Domingo y otras entidades activaron operativos de apoyo a los ciudadanos. El fenómeno natural concluyó unas horas después dejando una gran cantidad de agua acumulada en las vías de la capital.

Comenzaron entonces los ataques políticos y las acusaciones de improvisación a las autoridades. Esto podría pasarle a cualquier gobierno, a cualquier alcalde, y no había formas de hacerle frente, que no fueron previniendo a las personas a no salir a las calles.

Ahora, en situaciones como esta, se piensa y se vuelve con el mismo sermón de que debemos invertir en el alcantarillado sanitario, que debemos planificar mejor la ciudad y su crecimiento, y que debemos dejar atrás las prioridades definidas por el gobierno para asumir esta nueva prioridad.

El gobierno ha dispuesto apoyar a las familias afectadas, especialmente las que han tenido pérdidas de viviendas y automóviles. 

Una cosa que deberá indagarse es las pérdidas de vidas. Tal vez no fueron cuatro las personas fallecidas. Tal vez fueron más. Y las desaparecidas. Es probable que el registro no sea acertado, y sean más los que han fallecido y desaparecido.

El gobierno tiene ejemplos eficientes de sistemas de alcantarillado sanitario, como el de la Ciudad Colonial o el que ser estableció en el sur de la zona industrial de Herrera. Se trata de sembrar cientos, miles de millones de pesos, que deberán facilitar el desagüe de la ciudad cuando fenómenos como este nos afecten.