La destitución de Roberto Fulcar como ministro de Educación parecía esperada por una gran cantidad de personas.

¿Qué le ocurrió al jefe de la campaña electoral de Luis Abinader en su gestión en Minerd, que generó tanto rechazo?

Hasta el artista venezolano, radicado en República Dominicana, Ricardo Montaner, celebró la destitución y se pronunció agradecido, “porque ahora si habrá escuela” en la comunidad de Samaná donde reside.

Para ser justos, hay que decir que a Fulcar se le atribuyen sus propios errores y otros que no corresponden a él, como los relacionados con el desayuno escolar y el Inabie.

Manejar un presupuesto como el 4 % del PIB, el 16 % del presupuesto nacional del año, es un serio desafío para cualquier ministro. Fulcar no había pasado por la experiencia de administrar recursos de esa magnitud y personal tan variado, especializado y numeroso como el de Educación. Tampoco tenía experiencia administrando licitaciones complejas, con tantos intereses cruzados.

Cada licitación, cada contratación de personal, cada asignación de contratos a terceros dejaba una estela de enemigos que nadie alrededor de Fulcar le hizo ver.

Un ministerio con tantos temas, con tantos recursos, más un ministro con escasa experiencia administrando asuntos estatales, fueron generando una larga cola de agravios que Fulcar ni sus asesores pudieron detenerse a analizar.

Hubo un momento en que el ministro de Educación parecía una especie en ebullición hacia la presidencia de la República. Se forjó un ambiente de grandeza y posición todopoderosa que dañó a cercanos y lejanos, acrecentó las animosidades y las quejas tocaron la puerta del Poder Ejecutivo.

En los medios ya se tenía la impresión que el ministro con mayor nivel de rechazo era Roberto Fulcar. Sus viejos compañeros izquierdistas y magisteriales se burlaban, y sólo atinaban a esperar el decreto de destitución.

Fulcar debía saber que estaba en condiciones precarias frente a un presidente necesitado de mejores resultados, de menos escándalos, y de unos resultados que pudieran comenzar a verse como positivos. Y con Fulcar no era posible.

En una especie de último intento por rendir cuentas, Fulcar convocó a todos los medios, ejecutivos, personalidades, para hablar de los resultados de dos años de gestión. Quiso resolver sus problemas con una presentación que debió ser más frecuente, más lógica, más amigable, y por supuesto menos grandilocuente.

Con la designación de Ángel Hernández, asesor educativo del Poder Ejecutivo, el presidente ofreció un puñetazo en la mesa. No es cuestión de política, sino de resultados. No quiere polémicas ni resabios ni explicaciones desafortunadas, quienes que sus ministros sean y actúen con transparencia, y no se crean los dioses del Olimpo.

Al doctor Fulcar le quedará dedicarse a la política, ocupar su ministerio sin cartera, y sin presupuesto, para reconstruir las relaciones y amistades que dejó lesionadas en su desempeño de dos años, y sobre la que hubo tantas expectativas, porque era uno de los ministros que venían de la base, de abajo.

No es la primera vez que pasa.