Resulta desconcertante ver cómo, por intereses o razones puramente ideológicas, algunos sectores pueden ser tan indolentes frente a las más extremas injusticias. Voy a exponer dos ejemplos de ello. Es bastante conocido que, después de la revolución neoliberal patrocinada por Reagan, Thatcher, Pinochet y Juan Pablo Segundo, el sistema económico mundial se hizo mucho más injusto, los más ricos se han hecho increíblemente ricos.
Una manifestación de ello es que muchos empresarios, aprovechando el avance tecnológico, hicieron enormes fortunas gracias a la difusión por el mundo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en sustitución de las antiguas fuentes de riqueza basadas en la propiedad de la tierra, minas o fábricas.
Mediante nuevas leyes de propiedad intelectual, impusieron a todos los pueblos el consumo de los bienes y servicios provistos por ellos, y crearon monopolios que les permiten hacer negocios en todos los países sin hacer su contribución. Pero no se conformaron con eso, sino que, como pueden dirigir sus conglomerados desde cualquier oficina, trasladaron sus sedes a paraísos fiscales, donde apenas pagan simbólicamente.
Y en los demás países, como para hacer negocios no necesitan tener oficinas, nadie puede obligarlos a realizar contribución fiscal, eludiendo también responsabilidades en sus propios países de origen. Observando el fenómeno, en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se había gestado una iniciativa para globalizar los impuestos de estas empresas, así como globalizadas están sus ganancias: que paguen donde hacen sus negocios. Esa iniciativa venía encontrando resistencias entre los más conservadores, principalmente en los Estados Unidos, que es de donde proceden la mayoría de esas empresas.
Primer ejemplo: en el 2020 llega el COVID-19, se convierte en pandemia, diseminando la enfermedad, el desempleo, la pobreza y la muerte por todos los rincones. Casi todo el mundo salió perdiendo, excepto algunos, que sacaron pingües beneficios del dolor ajeno. ¿Saben quiénes? Ellos mismos. Acompañados ahora de grandes farmacéuticas, bancos y cadenas de supermercados.
Mucha gente confió en que ver tanto dolor, pobreza y muerte iba a conmover las conciencias de los líderes mundiales, y que el capitalismo comenzaría a cambiar. Aprovechando el ascenso de un gobierno demócrata en los EUA y la coyuntura impuesta por la pandemia, comenzaron a llover por el mundo voces para que se cobraran altos impuestos a las riquezas desmedidas y a los beneficios extraordinarios, y así compensar a los más perjudicados. Se llevó la iniciativa al seno del G-20 y, tras muchas discusiones y recortes, se aprobó que se estableciera un mínimo universal de por lo menos 15% a los beneficios de las transnacionales. Pero todavía ningún congreso la ha aprobado.
Segundo ejemplo, en este caso referido al ámbito europeo por la guerra que mantienen Rusia y Estados Unidos en territorio de Ucrania. Pues resulta que, como resultado, se ha presentado una escasez e impresionante elevación de precios del gas natural, y esto se ha reflejado en pingües beneficios para las empresas eléctricas.
Me explico: En un mercado eléctrico competitivo, el precio de la electricidad se determina por el costo marginal. Esto es, la demanda de energía se suple recurriendo primero a las fuentes más baratas, que suelen ser las renovables, aunque no siempre. De todos modos, como estas no son suficientes para satisfacer toda la demanda o, aunque los fueran, ningún país quiere depender de una sola fuente, el siguiente tramo se satisface con otros generadores, que suelen ser más costosos. Y así se va pasando de los más baratos a los más caros, y a medida que se incorporan estos, el precio a que venden los últimos se generaliza, encareciendo la electricidad para todos y generando enormes ganancias para los primeros.
Dentro de las fuentes más baratas, después del sol, el viento y el agua, está la energía nuclear, y después algunos combustibles fósiles, como el gas natural y el carbón, y finalmente petróleo. Pero en Europa se habían venido quedando en desuso muchas plantas nucleares y de carbón por problemas medioambientales y de seguridad. Y por la guerra y las sanciones a Rusia el gas natural se ha hecho escaso y super caro, y los países han vuelto a usar la energía nuclear y el carbón, e intensificado el uso de petróleo, que es más fácil de comprar y transportar.
Ahora las plantas a base de gas son las más costosas y determinan el costo marginal, provocando que el precio de la electricidad se haya hecho insoportable para empresas y hogares, pero generando tremendas ganancias para los generadores que usan otras fuentes.
Estas ganancias son un regalo caído del cielo, porque lograrlas no requirió ningún esfuerzo y ni siquiera eso conmueve algunos sectores. Se llevó al seno de la Unión Europea una propuesta para que paguen un impuesto por esas ganancias extremas que permita compensar a las familias pobres. Esa propuesta fue expuesta por la presidenta Úrsula von der Leyen con dolor en el alma, porque va en contra de lo postulado por su propio partido de derecha. Y cuando se lleve la iniciativa a los parlamentos nacionales, es casi seguro que sea rechazado por su propio partido, el Popular.