La irrupción de personajes que supuestamente aborrecen la política, pero que se presentan como héroes que encarnan los anhelos de solución de los problemas de los pueblos, terminan en frustraciones, empeoran los problemas que prometen resolver.
Son muchos los ejemplos recientes: Jeanine Añez Chávez, presidenta de facto en Bolivia, hoy en prisión; Donald Trump, en Estados Unidos, que todavía no acepta que fue derrotado y enfrenta investigaciones judiciales por varios probables delitos; Nayib Bukele, que ha convertido a El Salvador en una gran prisión, sin tener ningún respeto por los derechos civiles, y ha mostrado intención de perpetrarse en el poder contra lo que ordena la Constitución; Jair Bolsonaro, en Brasil, quien acaba de ser derrotado por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Un de las características de los líderes de la "antipolítica" es que no respetan la regla más elemental de una democracia: aceptar con serenidad y disposición de colaboración tanto la victoria como la derrota.
Azuzan a sus más furibundos seguidores para que actúen de manera violenta, pero nunca dan la cara ni asumen la responsabilidad.
En el caso de Brasil es necesario que la comunidad internacional se mantenga alerta. En estos momentos está en marcha un intento de golpe de estado para desconocer la victoria de Lula da Silva, quizás con la intención de instalar un gobierno militar o mantener en el poder a Jair Bolsonaro.
Lo que pretenden los seguidores más extremistas de Bolsonaro parece una locura en estos tiempos, y de lograr su despropósito sería muy difícil que cuenten con el apoyo y el reconocimiento internacional.
La lección que debe quedar de lo que ocurre en Brasil, y de lo que ha ocurrido en los demás países mencionados, es que esos improvisados que asaltan la política con la promesa de redimir a los pueblos, son enemigos de la democracia y de sus instituciones, y terminan empeorando lo que prometen mejorar.