Los extremos siempre han resultado en tragedias y fracasos, siempre que se trata de la actividad política.

Los ejemplos de fracasos de liderazgos que se tornaron al radicalismo extremo o que surgieron como tales llenan volúmenes de la historia de la humanidad.

Incluso hombres y mujeres desprendidos, que se entregaron con amor y convicción a la causa de construir en sus países sociedades más justas, en muchos casos se dejaron seducir por el camino del radicalismo y vieron tronchadas a destiempo sus vidas.

En el caso de la República Dominicana, las mentes más lúcidas políticamente, que en el inicio de nuestra democracia se adhirieron a posiciones extremas, terminaron fracasando en sus proyectos políticos y dejando una estela de mártires que bien pudieron, en vida, servir a la patria y ser factores de cambio.

Por otro lado, las coyunturas a veces dirigen a los seres humanos a tomar decisiones difíciles y a cometer errores. En nuestro país hay muchos ejemplos, como los sacrificios de líderes tan honestos y valienes como Manuel Aurelio Tavárez Justo, Amín Abel Hasbún, Otto Morales, Rafael Tomás Fernández Domínguez, Juan Miguel Román, Francisco Alberto Caamaño, Orlando Martínez, y tantos otros, resultado de una guerra fría a lo dominicano. Con regímenes autoritarios, que enfrentaron a su modo las políticas opositoras, muchas de ellas radicales, de los movimientos políticos integrados por jóvenes.

Parece que la historia no les ha enseñado nada a algunos líderes políticos. Intentan montarse sobre la ola de un neoderechismo importado, y lucen como malos actores

Los políticos tradicionales, que sobrevivieron a la dictadura de Trujillo, Juan Bosch, Joaquín Balaguer, Juan Isidro Jimenes Grullón, Viriato Fiallo, Ángel Miolán, José Francisco Peña Gómez, entre otros, tuvieron la posibilidad de construir un proceso democrático que favoreciera al pueblo dominicano. Pero no hubo un pacto político para fortalecer el camino hacia la democracia, y a la elección de Juan Bosch y del PRD en 1962 le siguió un golpe de Estado, instalándose un gobierno corrupto y proyanqui. Posteriormente se produjo un levantamiento militar, una guerra civil, una intervención militar y luego una negociación que condujo a elecciones controladas por los invasores estadounidenses.

La derecha salió ganando la batalla, con la ayuda de Estados Unidos, y los 12 años de Balaguer establecieron una democracia controlada, trágica, que implicó la organización de la juventud en posiciones políticas de izquierda radicales, especialmente el foquismo que había triunfado en Cuba, y que fascinó a los jóvenes revolucionarios dominicanos.

Al finalizar los 12 años de Balaguer, en 1978, el país reinicio su proceso de construcción de la democracia, con Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y José Francisco Peña Gómez como los guías de ese proceso. La división del PRD reintrodujo a Joaquín Balaguer al poder en 1986, y en los próximos 10 años Balaguer hizo dos gobiernos y medio que lo colocaron en el pabellón de los constructores democráticos. Fueron otras las circunstancias y fue decisivo para que Leonel Fernández y el PLD llegaran al poder de su mano, con su ejemplo, y con la militancia reformista adherida a ese proyecto.

El PLD abandonó las posiciones de izquierda, herencia del boschismo, y asumió posturas políticas e ideológicas de derecha. Pasó a ser el partido de la derecha dominicana, que recibió apoyo de prácticamente todos los grupos derechistas que eran minoritarios, especialmente partidos formados por exmilitares, con posiciones ampliamente conocidas como anticomunistas. Al PLD le fue bien y gobernó 20 años, pero sus desaciertos, la corrupción, más la división por la lucha de poder entre sus líderes, la ambición desmedida, que es otra expresión de radicalismo, facilitó el camino al Partido Revolucionario Moderno, que ganó el poder en 2020. Un PRM con posiciones menos ideologizadas, con cierta apertura, y recogiendo a una gran parte de los antiguos comunistas y socialistas radicales que asumieron trabajar en el sistema como demócratas, socialdemócratas y socialistas democráticos.

Vale decir, que aunque no se adscribe abiertamente a la corriente socialista democrática, el PRM ha hecho un esfuerzo y construido un gobierno centrista, con jóvenes que nunca fueron afiliados a los partidos radicales, algunos de los cuales son hijos de antiguos dirigentes del PRD o fueron de la juventud reformista, y han contribuido con el establecimiento de un gobierno híbrido, más adaptado al conservadurismo tradicional de los dominicanos.

Por eso resulta siempre chocante el radicalismo de ciertos políticos, que lanzan discursos tremendistas, acusaciones sin sustento en la realidad, sin pruebas, y piensan que esos ditirambos les darán beneficios electorales para la contienda que tendremos en un mes.

Parece que la historia no les ha enseñado nada a algunos líderes políticos. Intentan montarse sobre la ola de un neoderechismo importado, y lucen como malos actores, no caracterizan bien sus personajes, y eso les impide fascinar a la ciudadanía, encantarla de nuevo.

Asumir las posiciones más radicales no ha dejado buenos frutos a la izquierda ni a la derecha. Los ejemplos sobran en América Latina, y República Dominicana sabe muy bien del daño que hacen los que se creen únicos, los que se creen con el derecho de gobernar hasta morir.

El fracaso de los radicalismos no nos ha enseñado, al parecer, que el mejor camino para el logro de objetivos progresistas es asumir posiciones que no implique rupturas o hecatombes sociales y políticas. También es válido para los conservadores moderados, que no apuestan a implantar regímenes de tierra arrasada.