Los primeros seis meses de este año han sido trágicos para las mujeres. Los feminicidios han continuado exacerbando la conciencia pública y desguarneciendo los esfuerzos públicos y privados para impulsar programas de prevención de la violencia contra las mujeres y en particular contra los asesinatos de mujeres por su condición de género.

Un trabajo periodístico de Ana Esmirna Ferreira, de Acento, da cuenta que entre los meses de enero a junio se han producido 24 crímenes machistas contra mujeres, por su condición de mujeres, y porque sus compañeros, maridos, ex relacionados consideraron que ellas eran de su propiedad y, frente a la circunstancia que fuera, tenían que terminar con sus vidas.

La tragedia es mayúscula. Se trata de mujeres jóvenes, en edad temprana, de estudios y de procreación, y representa un mentís a los esfuerzos colectivos para reducir la violencia de género, porque en algunos casos los criminales han decidido quitarse ellos mismos sus vidas, ante el hecho atroz que han cometido.

Nos cuenta Ana Esmirna Ferreira que la ministra de la Mujer, Mayra Jiménez, tiene una perspectiva más optimista sobre los crímenes de género de los últimos seis meses.

Pese a esto, la ministra de la Mujer, Mayra Jiménez, destacó que estos casos son consistentes con las estadísticas de años anteriores, y aunque subraya la persistencia de este problema en la sociedad dominicana , afirmó que el país ha experimentado una reducción en un 40 % de estos casos en el período 2023-2024.

No es consuelo, sin embargo, que los hombres sigan matando a las mujeres, como acaba de ocurrir este 18 de junio con Sixta Villar de Jesús, cuando salía de una Iglesia, en Villa Altagracia. Su victimario, Juan Carlos Correa, la esperó y al salir de una celebración religiosa le disparó y la mató, porque había abandonado una relación sentimental con él.

Se trata del sentimiento de propiedad que desarrollan los hombres con las mujeres, porque desde su infancia, la educación que reciben es que los hombres son los que deciden, los que dominan, los que mantienen, los que sustentan la familia, y por tanto reciben la enseñanza de que las mujeres son parte del ajuar de la propiedad que reciben cuando forman una familia.

Eso tiene que cambiar. Es la educación. Es la familia. Es la Iglesia católica, es la iglesia evangélica, es la misoginia, es la sensación de minusvalía que se transmite a las mujeres y de autosuficiencia que se transmite a los varones. Y desde pequeño cada varón se siente en condiciones de decidir si la mujer puede vivir o morir, porque quien toma esa decisión no es otro que él mismo. Y eso tiene que cambiar.

En el Ministerio de Educación se ha intentado establecer educación sexual, una educación en género, que prepare a los varones para admitir que las mujeres son sus iguales, sus compañeras, y que tienen la posibilidad de decidir su destino, sobre sus cuerpos, sobre si tener o no tener hijos, y la cuestión de quién conduce el hogar. La pareja es la que conduce, pero en la República Dominicana los líderes religiosos, sociales, educadores, transmiten la idea de que el hombre es quien decide, y que si lo hace la mujer el varón es un “mamita” y un “amanerado”, y que eso reduce la hombría del jefe del hogar.

Los discursos de nuestros líderes sociales y religiosos, congresistas y educadores, resultan lacerantes, porque desprecian a la mujer, porque prefieren hablar de la “ideología de género” y no de la equidad de género, y por tanto las muertes de tantas mujeres hay que atribuirlas a esos sectores que siempre prefieren condenar a las mujeres a triste papel secundario de amas de casa, de organizadoras de la casa, tendera de camas, cocinera, sin posibilidad de superarse. Y por eso los hombres siempre sentirán que tienen el poder, la autoridad, y hasta la posibilidad re asesinar a sus mujeres, especialmente cuando ellas deciden emprender camino propio.

La tragedia social dominicana es horrible. Hay que dar un giro a la educación. Hay que admitir la educación sexual en las escuelas, que sea integral, pero que incluya la educación de los varones en el respeto a las mujeres, que tienen potestad y albedrío para decidir sus propias vidas.

Esta tragedia hay que pararla. Evitemos que al concluir el 2024 haya 50 mujeres asesinadas.