Los países que no han podido responder con cierta eficacia las demandas económicas, la generación de empleos, la seguridad alimentaria y garantizado la libertad individual, han entrado en serias dificultades políticas.

Lo acabamos de ver en Argentina, en donde el peronismo se afianzó en el poder y en vez de resolver los reales problemas, y hacer frente con dignidad la demanda de su pueblo, se dedicó a la demagogia y a la acumulación de su clase empresarial y política, para terminar agotando todas sus posibilidades en un último proceso electoral que colocó al país entre dos males mayores.

La llegada al poder de Javier Milei, como libertario y representante de la posición más extrema de la corriente ultraconservadora, votado especialmente por jóvenes, es una muestra de hasta dónde alcanzó su agotamiento la corriente peronista y sus partidos allegados.

En Argentina está comenzando a montarse una contrarreforma que borre todo cuanto representa la socialdemocracia y las conquistas históricas logradas por las fuerzas sindicales de ese país. El experimento avanza, pero sus resultados podrían ser mas catastróficos de los que ofrecieron las corrientes izquierdistas y socialdemócratas.

Pero el caso argentino no es una novedad. Ya lo habíamos visto en Brasil, en la que el sector más derechista de la política, encabezado por Jair Bolsonaro, logró colarse entre la desconfianza, la corrupción y los fracasos del Partido de los Trabajadores, que encabezada Luis Ignacio Lula Da Silva, a quien han tenido que recurrir los brasileños luego de la caída estrepitosa de Bolsonaro.

La derecha está envalentonada en todo el continente, y recurre al fracaso de las posiciones izquierdistas y democráticas, que se adhirieron al Foro de Sao Paulo y a las posiciones centristas que asumieron muchos gobiernos, que votados por el pueblo más pobre, se aliaron con los grupos empresariales y conservadores, para poner en marcha políticas neoliberales.

Donald Trump en los Estados Unidos es el polémico empresario que más ha divulgado y empujado las corrientes neoconservadoras, y quien ha utilizado un lenguaje soez que resulta ahora muy común entre políticos de derecha. Recurrir al insulto, a la agresión verbal, la descalificación, está de moda, y hoy en Argentina, por ejemplo, el insulto entre los diletantes de la política es como una institución nacional. A mucha gente parece gustarle esa forma de hacer política, que no permite profundizar en nada, y que representa una disrupción denigrante y absolutoria en el debate político. Cualquier debate serio se interrumpe y concluye con un insulto o una descalificación.

Donald Trump, que inspiró a Bolsonaro en Brasil y a Milei en Argentina, intenta retomar el mando político en Estados Unidos. Pese a los serios problemas judiciales que enfrenta, pareciera lograrlo, y muchos están convencidos de que regresará a la Casa Blanca a partir de enero del 2025.

En Chile la derecha fracasó, igual que en Colombia. En ambos casos la izquierda, con Gabriel Boric y Gustavo Petro, se enfrentan a serias dificultades y desgastes, porque tampoco han interpretado ni actuado con los signos de los tiempos, ni han asumido un modelo que se corresponda con las expectativas de los jóvenes y de los electores más necesitados.

La única vía para llegar al poder democráticamente son las elecciones. Y los procesos electorales hay que ganarlos con los votos mayoritarios de la población. Ya la población no se satisface con ideologías, ni se adhiere a posiciones redentoras.

Si un gobernante y su partido han fracasado en su obra de gobierno, lo sacan, sin importar quién sea el contendiente. Por eso fue posible que Bolsonaro fuera presidente, lo mismo que Javier Milei. Que Milei odiara al papa Francisco o que se asesore con su perro, carece de relevancia para el electorado.

A la mayoría lo que le importa es que la solucionen los serios problemas de subsistencia, de empleos, de servicios, de trabajo, de transporte, de salud, de educación. La lista es larga. Los gobiernos que pueden atender esas necesidades triunfan, incluyendo los de derecha, que como Nayib Bukele en El Salvador, dice haber enfrentado la violencia social y tiene altos índices de aprobación.

República Dominicana está ante un proceso electoral desafiante. O renueva el gobierno, con nuevos políticos, o reafirma al Partido Revolucionario Moderno y a Luis Abinader.

La oposición tiene que hacer un gran esfuerzo para avanzar. Tiene que irse delante del partido gobernante en propuestas serias, atendibles, que representen un legado significativo para nuestra democracia. Leonel Fernández ha sido presidente tres veces, y es un político exitoso. Abel Martínez es un político localmente exitoso, que ha gobernado con eficiencia la ciudad de Santiago.

Sin embargo, hay cosas que resultan lamentables. Por ejemplo, ellos están apostando volver atrás en cuestiones que no pueden repetirse. Desean, por ejemplo, repetir la práctica de tener procuradores generales de sus partidos, como ocurrió en los gobiernos de Leonel y en los de Danilo Medina.

Luis Abinader, como presidente de la República, que podría estar a la defensiva, es quien está a la ofensiva. Presentó 12 grandes propuestas de cambio en la sociedad dominicana, y las puso en manos de los partidos opositores y del Consejo Económico y Social (CES). La oposición ha rechazado esas propuestas, incluyendo la de disponer en la Constitución de la República que el Ministerio Público sea independiente, no adherido a los partidos políticos ni al presidente de turno.

Necesitamos opositores que avancen los procesos democráticos del país, no que los retrotraigan a los viejos tiempos. Necesitamos políticos opositores que no vivan de las consignas, sino de propuestas de más democracia, de más redención, de más seguridad e institucionalidad.

Luis Abinader ha emprendido una reforma de la Policía Nacional, y ha insistido. Y le ha dedicado tiempo, y ha concertado con la sociedad civil, pero la oposición insiste en que no están haciendo nada.

Esas esos cuestiones para observar, porque la democracia tiene que ganar con cada proceso electoral, y en el caso dominicano no puede haber ningún camino para retroceder, sino para avanzar.

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