En la semana que acaba de transcurrir, el WTI cerró en US$88.58 el barril de petróleo, por debajo del precio significativo de los US$90. Eso indica que a corto plazo todo apunta a un cambio de tendencia en la proyección de los precios, de una alcista, a una a la baja.
Entre las razones de ese cambio podemos citar la conclusión del verano, desaceleración del crecimiento de China, segundo consumidor del oro negro en el mundo, al igual que señales de recesión global.
En el mismo orden se prevé que la alianza OPEP implementará un modesto incremento de 100.000 b/d en las cuotas de producción para septiembre, en un leve gesto hacia el presidente de EE. UU., Joe Biden, quien presionó por más suministros para hacer frente a los altos precios del crudo. Sin embargo, el aumento de la cuota de 100.000 b/d es mucho menor que los aumentos de 648.000 b/d promulgados para los meses de julio y agosto.
Ahora bien. Si tuviéramos que apuntar hacia dónde creemos que se dirigen los precios del oro negro, con cierto escepticismo diríamos que a la baja, por las razones expuestas anteriormente. Incluso nos atreveríamos a decir que en lo que resta del año, mantendrá esa misma tendencia. Sin embargo, como tenemos una realidad a corto plazo, al igual tenemos otra a largo plazo.
En el gran contexto de las cosas, los Estados Unidos que es el principal consumidor del crudo en el mundo, está luchando con la peor crisis energética en casi cinco décadas, un período de precios altos y suministro limitado, lo que provoca que la misma sea diferente a los problemas que sacudieron al país en la década de los 70.
El desafío actual comenzó luego que en la pasada década tuvimos la oportunidad de energía accesible que revolucionó el mundo energético. El auge del “fracking”, que extrae petróleo y gas de la roca de esquisto, abrió suministros domésticos baratos, mientras que la energía más limpia proporcionada por los parques eólicos y solares se volvió mucho menos costosa. Así observamos que los precios de la gasolina y el petróleo cayeron, mientras que la energía a gas y la energía renovable dejaron de lado las plantas nucleares y de carbón más costosas económica y políticamente menos populares.
Los precios bajos del petróleo continuaron hasta el 2019, no obstante una transición inapropiada a la energía renovable, así como también la reducción de la inversión en la producción del oro negro y gas, la inacción política y las fuerzas económicas inesperadas provocadas por la pandemia y los cierres. Y para catapultar el ataque de Rusia, el 24 de febrero contra Ucrania, aplicó aún más presión a los suministros globales, pasando a precios históricos del petróleo y sus derivados.
Durante ese crucial verano, luego de EE. UU. liberar 146 millones de barriles de su reserva estratégica especial (SPR), los inventarios comerciales de crudo de EE. UU. todavía son 17 millones de barriles más bajos que en julio de 2021, por lo que creemos que si Estados Unidos no extiende las liberaciones de SPR más allá de octubre, tal vez volveríamos a la delicada situación de la primera mitad de este año.
También debemos tomar en consideración la gran discrepancia que existe entre los precios de energía entre Estados Unidos y Europa. Actualmente el petróleo en Europa se cotiza en un 7% premium en comparación con EE. UU., al igual la gasolina en un 70% premium y el gas natural en un 700% premium. Este gran “arbitraje” a largo plazo en determinadas coyunturas tiende a disminuir, casi siempre con aumentos de estos en Estados Unidos, con relación a los mismos en la región euro.
Al ver ese comportamiento en las fluctuaciones de los precios del WTI & Brent, podemos identificar que ellos se mueven en ciclos. Al estudiar la historia nos damos cuenta de que el pasado boom de los “commodities” inició a mediados del año 2003, principios del 2004. En ese momento la industria petrolera operaba en lo que se conoce como “full capacity”, terminando dos décadas de hidrocarburos baratos. Eso indujo a la baja inversión en la industria (refinerías, oleoductos y pozos petroleros). Así tenemos que ante el surgimiento de la demanda, no hubo suficiente suministro para satisfacer lo que significó el crecimiento que fue la más alta desde el 1978. La consecuencia fue el intercambio global de petróleo entre el 200 y 2008, creciendo el intercambio global de petróleo en más de un 27%; o bien, duplicando la demanda.
Características similares enfrentamos actualmente con una baja inversión en la industria, lo que nos inclina a pensar que si observamos esa tendencia de forma retrospectiva, estaríamos obligados a estar de acuerdo con otros analistas del sector de que estamos inmerso en lo que se conoce como el super-ciclo de los commodities, catalizado por los precios del oro negro, los cual a largo plazo reasumirán su tendencia alcista.
Lo que queda de este año, nos da la oportunidad, contrario a las no esperadas alzas del año 2008, llegando a los US$147 el barril, al igual que de manera breve a los US$131 en este 2022, de trazar las políticas públicas necesarias y ser más preventivos ante potenciales alzas de la factura petrolera a largo plazo. Ahí están las herramientas, ya sean aprovechando los mercados capitales, o los contratos de importación de petróleo y sus derivados a largo plazo. No siempre es muy tarde para avanzar, este es un buen momento.