El pasado miércoles los miembros de la OPEP+, lidereada por Arabia Saudita y Rusia, anunciaron en Viena un recorte de su oferta o cuota de producción en 2 millones de barriles por día (MM b/d), lo que significará la más grande reducción desde mayo del 2020, cuando fue de más de 9 MM b/d.
Nos imaginamos titulares periodísticos alrededor del mundo destacando esa disminución de 2 MM b/d en un panorama con poco rejuego entra la oferta y la demanda; sin embargo, se puede afirmar que técnicamente la disminución no será tal, pues la realidad es que la mayor parte de los miembros de la OPEP+ actualmente están produciendo por debajo de la cuota establecida, lo que implica que el recorte será mucho menor de lo anunciado.
Si vemos de forma detallada las cuotas de producción límite de cada miembro del cartel, en realidad solo impactará a países que estén produciendo cerca del límite de sus cuotas, tales como Arabia Saudita, Argelia, Iraq y Kuwait, lo que en términos reales se traduce en un recorte que no va más allá de 850 a 900 MM b/d, lo que tampoco se puede minimizar.
Ahora bien, desde el anuncio de ese recorte, aunque se experimentó un aumento en el WTI, que va desde los $87 el barril hasta los $92, su cotización se considera estable y dentro del rango previsto. Esta moderada alza en términos relativos se debe a un sin número de elementos, entre ellos la falta de credibilidad de esta organización que tiene un largo historial de decir una cosa y hacer otra, al igual que el mercado ya había descontado este recorte.
¿Qué persigue la OPEP+ con ese movimiento que se estima como un exabrupto? En nuestra opinión tiene dos lecturas, la primera es un componente geopolítico, y la segunda es de carácter puramente económico. En el primer caso, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, se han desatado los demonios que van desde la concretización de embargo del hidrocarburo ruso por parte de Europa a partir del 5 de diciembre, hasta el intento de implementar un tope en el precio en que los países de occidente comprarían la materia prima.
Un tope de precio proporcionaría a los grandes consumidores (es decir, Occidente) una herramienta de política exterior funcional y probada que cambiaría fundamentalmente el equilibrio de apalancamiento que han definido los mercados petroleros durante décadas. De igual forma representaría un mecanismo para apuntar específicamente a los ingresos del petróleo, sin tener que recurrir a sanciones secundarias o directamente a los flujos de petróleo.
Es de entender que dadas las circunstancias del momento (estrecho margen entre oferta y demanda) los consumidores, en especial Estados Unidos, tienen claro que hay caminos para la intervención en el mercado petrolero más allá de depender de la OPEP+; unos son las Reservas Estratégicas Especiales (SPR, por sus siglas en inglés), y el otro es tratar de imponer precio tope a la factura del oro negro. En especial los saudíes de todo esto han entendido que mientras más herramientas tengan los consumidores dentro de su arsenal de intervención en el mercado petrolero, más difícil será para la OPEP+ mantener el precio y la influencia política.
Ciertamente que, en términos generales, estamos ante una recomposición de los mercados de petróleo, mientras que también las relaciones comerciales y políticas están redefiniendo las reglas del juego. Es de señalar que a la OPEP no le gusta la dirección hacia donde apunta la estructura de los mercados, y de ahí su reacción.
La segunda lectura que le damos es que, ante la incertidumbre económica, y con los tambores de una recesión global escuchándose cada día más fuerte, incluyendo una disminución en las proyecciones de crecimiento de la economía con China de un 5.1% a 4.3%, y una contracción de 0.6% del PIB en Europa, de forma proactiva han tomado la decisión de recortar la oferta previendo una eventual caída del consumo global.
De lo anterior se desprende que al final todo es una mezcla de un panorama geopolítico y razones económicas.
Justamente hace unos días un gran amigo nos preguntaba qué quién tiene la razón, y la respuesta es que por más buena o mala que sea una intención, son decisiones que se toman en función del instinto de supervivencia de un sector, velando por sus intereses particulares, pues mientras más nos acerquemos a la independencia energética de ese conglomerado de países, más frecuentes observaremos “radicales” decisiones como esa.