Al cierre de los mercados el pasado viernes, el margen de ganancias de las refinerías calculado por el “crack-spread” se mantuvo en niveles históricos. Para el año 2007, con el precio del WTI alcanzando los US$147 por barril, el margen de utilidad de la refinería no alcanzó el US$20 por barril. Sin embargo, hoy se registra por encima de los US$60, es decir, que esas utilidades se han más que triplicado.
Resaltamos eso ante la gran cobertura que se le ha dado recientemente a los exorbitantes beneficios en el último trimestre de la ExxonMobil, Maranthon Petroleum, Phillips 66 y Valero Energy, estimados en más de un 33% con respecto al año pasado y las cuales representan el 77% del mercado de los Estados Unidos.
De manera contraproducente, las refinerías han disminuido su capacidad de producción, de 18.9 MM b/d en junio del 2021 a 16.8 MM b/d en el mismo mes de este 2022. Desde nuestro punto de vista, a pesar de tener en las actuales circunstancias un promedio de utilización de un 94%, las grandes compañías petroleras no tienen ningún incentivo para aumentar su total de capacidad a largo o corto plazo con los niveles de ganancias que se encuentran percibiendo. Incluso, nos tomaríamos el atrevimiento de señalar que es una forma de chantaje ante la administración Biden, que ha permitido concretizar la transición energética a energías renovables.
A pesar de la postura de abandono de energía no renovable, ante la continua tendencia alcista de los hidrocarburos, la Casa Blanca también liberó la cifra más alta de su reserva estratégica de petróleo, llevando la misma a su nivel más bajo desde el 1987 (526.6 millones). Es de asegurar que de los precios seguir su ascendencia, se propone también suspender por tres meses el impuesto federal sobre la gasolina como una forma de combatir la inflación.
Los impuestos a la gasolina en los Estados Unidos son impuestos especiales, que se descomponen en el federal, representando éste un impuesto fijo de 18.4 centavos, que no ha variado desde el 1993, y por el otro lado el federal, que varía según el estado, desde el más bajo, Alaska de 9 centavos por galón, hasta Pensilvania con 57.6 centavos.
Los ingresos recaudados por concepto de esos gravámenes comúnmente se destinan a la reparación de carreteras y otros proyectos de infraestructura.
Contrario al impuesto federal, los impuestos estatales han venido en aumento desde el 2010; para ser más precisos, en 36 de los 50 estados. Sin embargo, los ingresos recaudados no son suficientes en comparación con los crecientes costos de infraestructura e inflación.
Paradójicamente, el desarrollo de vehículos eléctricos y una mayor eficiencia de combustible de todos los automóviles, ha reducido la demanda de gasolina en relación con las millas recorridas por las unidades, ampliando aún más la brecha entre los fondos recaudados del gravamen a la gasolina y los costos de mantenimiento de carreteras.
Viendo ese panorama, y asumiendo se concretice la eliminación temporal de los impuestos a la gasolina en los Estados Unidos, como se ha estado rumorando, entendemos que se cometería un grave error.
Debemos recordar que en previas entregas explicábamos que el gran aliado a una transición a las energías renovables era un alza de los derivados del petróleo, que se convertirían en el gran incentivo a fin de que el consumidor disponga de alternativas, aunque también hemos confesado en numerosas ocasiones, que cualquier tipo de transición a energía renovable no sería nada fácil y que conllevaría sacrificios, como además que sería un trayecto muy espinoso.
El tratar de reducir los impuestos a la gasolina en estos momentos, como una solución temporal, conduciría a un aumento del consumo, incentivando aún más la demanda de la misma. Y es que la mejor solución para bajar el consumo y como consecuencia aliviar los precios, es justamente la destrucción de demanda vía las tendencias alcistas de los hidrocarburos; lo contrario conduciría a continuar incentivando el consumo de estos.
Al parecer, las ideas de menos dependencia de energías fósiles están ahí, erradas o no, pero están ahí. Aunque por el inmediatismo de las elecciones de noviembre próximo, al doblar de la esquina, no existe la disposición de hacer transformaciones por el temor a perder capital político.