Nacimos y crecimos en Enriquillo, municipio de Barahona, cuya zona ha sido impactada por huracanes y tormentas en varias ocasiones. Muchas de estas con resultados desastrosos para la infraestructura y la agricultura. Por razones naturales la lluvia siempre ha sido, en este pueblo, un problema y una bendición para sus habitantes; o mucha o ninguna. Recordamos a los campesinos hacer penitencias pidiendo a Dios y a otras de sus deidades que lloviera. Largas caravanas con cánticos y alabanzas recorrían sus calles pidiendo agua, lluvia. Ofrendas de todo tipo junto a la fe tranquilizaban su angustia; quienes entregaban el futuro de sus cosechas a la voluntad de Dios. No siempre eran agraciados y se quedaban resignados y más pobres; con la esperanza de que el próximo año sería mejor. Del mismo modo, recordamos la temporada ciclónica con todas las implicaciones de orden económico y de salud posibles para un lugar tan vulnerable ante esta situación. Aun así, en nuestro imaginario, quedó un lugar para romantizar la lluvia, puesto que, el arte jugó su papel, la poesía, la música popular, la ficción salvaron el escollo de la realidad. Esta tarde vi llover…dice Manzanero, Me moriré en París con aguaceros… César Vallejos…entre otros. Lo cierto es, que hoy existe una gran diferencia entre ese imaginario y la realidad de República Dominicana frente a la lluvia.
Nacimos luego del ciclón Inés y conocimos de sus estragos por nuestros ancestros, pero vivimos el David y la tormenta Federico, sufrimos sus consecuencias que fueron muchas; dentro de las que figuran escasez de alimentos y enfermedades; más, en nuestra comunidad no recordamos pérdidas de vidas. Recordamos un mar embravecido, el río crecido, ciertos días mucha agua; más de la que se pedía; con los efectos adversos, como en el cuento Dos pesos de agua de Juan Bosch. Alguna que otra zona incomunicada por poco tiempo y el lamento de los mayores por el futuro económico. Así como, una sensación de pérdida y desolación que pasaba rápido; todo volvía a la normalidad, a la rutina, a la vida de precariedades y abandono que todavía vive esta región. El conformismo y la resignación ante la miseria que también trabaja Juan Bosch en sus cuentos.
También forma parte de los recuerdos el sentido social de comunidad. Todo un pueblo alerta a los boletines sobre el fenómeno, en su mayoría, mediante un radio de pila. Se reforzaban la puertas y ventanas, las familias se abastecían de gas kerosene, carbón, entre otros productos de primera necesidad en estos casos. Las autoridades se encargaban y se aseguraban de los refugios, principalmente las iglesias. Los más afortunados ponían sus viviendas al servicio de los demás; entre todos se pasaba el mal momento. Luego venía la lucha de las madres con los muchachos chapoteando en los charcos y haciendo travesuras en el bravo mar, a fin de evitar desgracias. En el recuerdo la lluvia era buena, mala y hasta romántica.
Hoy, hablar de lluvia en República Dominicana es hablar de muerte, no importa el lugar geográfico donde se encuentre, así lo confirman los últimos acontecimientos al respecto. Es lo mismo estar en Jimaní y lo arrastre la riada que estar en la capital y le caiga encima la pared de un túnel. Es lo mismo estar en el río Fula y ahogarse ante su crecida que trasladarse a su casa de un lugar a otro mientras llueve en la capital. Es lo mismo morir arrastrado por el agua en una cañada, que cruzar cualquier calle en un carro durante el aguacero. Igual puede morir aplastado por una pared de una vivienda pobre que ahogado por inundación mientras pretende salvar el carro en el parqueo de una torre de apartamentos.
En fin, ya no hay lugar para romantizar la lluvia en República Dominicana, cada vez que llueve alguien tiene que morir. Hay que enfrentarse al horror, a la destrucción o al dolor de ver morir a otros seres queridos, conocidos o simplemente dominicanos, turistas; en sentido general seres humanos. Hay que escuchar una y otra vez a los políticos culparse unos a otros de la desgracia. Hay que escuchar los argumentos vacíos de los que están gobernando y las falsas promesas de los que están en la oposición. Hay que ver una y otra vez las imágenes de dolor en los medios de comunicación, hay que sentir la pobreza desnuda que no da lugar ni para la duda, ni para el romance.