De nuevo, las lluvias han puesto en evidencia la vulnerabilidad del Gran Santo Domingo antes eventos naturales que ponen a prueba y hacer colapsar el tráfico y el transporte, el sistema de drenaje pluvial y, esta vez como pocas veces, el manejo de los residuos sólidos. Esta circunstancia, se ha manifestado en todo el litoral marino con una mezcla materias orgánicas vivas y en descomposición con decenas de toneladas de plástico de todo tipo flotando en el mar frente el malecón, el más emblemático paseo marítimo del Caribe, que han producido una mancha compacta de varios kilómetros. La casi totalidad de los componentes de esa mancha son arrastrados por el río Ozama hacia el mar, producto del desbordamiento de la pobreza, entre otros factores, y la degradación urbana/ambiental.

 

Una atenta observación de esa mácula a todo lo largo del litoral del malecón en los momentos de grandes aguaceros se va agrandando con el paso del tiempo. Crece conforme se ensanchan la degradación urbana en el Gran Santo Domingo, el cual es una especie de isla, pues está prácticamente bordeado por ríos y mar. Inicialmente era una mancha de agua turbia, pero en la medida que se acentúa el crecimiento espacial y poblacional de esta gran urbe y con el fenómeno de los sargazos, el problema se ha hecho más grave y recurrente. Pero, no es sólo por esto, sino también por el incremento poblacional en zonas de sectores de altos y medianos ingresos y de gran diversidad de actividades productivas, formales e informales cuyos residuos terminan en los ríos.

 

El pobre y a veces inexistente sistema de alcantarillado pluvial y sanitario en varias zonas del Distrito Nacional y del Gran Santo Domingo, agrava el problema, sumado a un significativo número de grandes empresas cuyos desechos terminan en los ríos, en una tétrica confluencia de producción de riqueza y pobreza sin control alguno. Por consiguiente, habría que preguntarse hasta dónde es correcta la percepción/afirmación de que la recurrente sombra de sucio frente al malecón es producto del desaprensivo manejo de los residuos sólido de la población pobre que vive en las zonas degradas. Y, si lo fuera, ¿tienen sus viviendas y entornos las condiciones espaciales y que les permita un mejor manejo de los desechos que producen?, es innegable que las condiciones para ese manejo son precarias o inexistentes.

 

En las ciudades, la pobreza material genera pobreza de todo tipo que no sólo afecta a los pobres, sino que limita la calidad de vida de toda su población. La pésima calidad de vida en las áreas hiperdegradadas, advierte Mike Davis, se desborda y expande en todo el tejido espacial de las ciudades, limitando sus potencialidades. Citando el Observatorio Urbano de la Naciones Unidas, dice que la presente la pobreza urbana en varios países podría afectar un 45-50% de la población urbana total. Esto nos plantea el tema de cuánto le cuesta la pobreza a un país, cuál es el costo de no invertir directamente en saneamiento de áreas degradas o en proceso de degradación, cuánto cuesta el deterioro, a ojos vistas, de amplias zonas del Distrito Nacional, como el centro histórico, calles como la Avenida Mella y los barrios periféricos del centro histórico.

 

Pero, ese saneamiento sería insostenible sin una ley de suelo y una política orientada hacia la construcción y mejoramiento de viviendas desde una perspectiva de regeneración de las áreas degradadas de la ciudad, en breve, con una orientación del gasto público sustentada en una práctica de urbanismo de carácter integral, no sólo mirando e invirtiendo en las zonas consolidadas y apetecidas por el capital inmobiliario.  A pesar de la pandemia, las ganancias de ese 1% de la población mundial que controla casi el 50% de la riqueza se han incrementado en los primeros tres años de esta década. En nuestro país, un puñado de familias hace alarde del crecimiento de sus emporios, a pesar de la pandemia. Una expresión local de la tendencia del gran capital a nivel mundial: producción de riqueza y pobreza.

 

Como consecuencia de la pandemia, en los tres primeros años de esta década, según datos oficiales, en el Gran Santo Domingo, más del 30% de la población del país, se ha incrementado el número de pobres en aproximadamente un 0.50%. Preguntémonos de cuánto habrá sido el incremento de la desigualdad, que es expresión más afrentosa de la pobreza. Ese incremento de la cantidad de pobres aumenta los costos de los operativos para mitigar el recurrente bochorno del malecón el igualmente, tenderán a incrementarse los episodios de colapso urbana/ambiental de la metrópolis, limitando su papel en el desarrollo nacional en tanto centro que concentra la mayor cantidad de riqueza del país.

 

Por tanto: 1° no sólo es el desborde de eventos naturales lo que produce episódicos colapsos de la ciudad, sino en última instancia, las desigualdades espaciales y sociales que la lastran y 2°, es cierto que limitar la corrupción para  hacer más con menos recursos expresa calidad del gasto, pero esto es sostenible solo si el grueso de la inversión pública se hace partiendo de los centros urbanos y sus entornos rurales, uno de los objetivos del Hábitat III, y con autoridades locales capaces de hacer socialmente rentable esa inversión.