Quiero reseñar el reciente libro del poeta, editor y gestor cultural Luis Reynaldo Pérez quien entrega a los lectores un poemario titulado «Me crece tu nombre como un fruto de agua». En esa meditación que sigue a la lectura atenta de un libro he recordado una cita feliz del poeta checo Jaroslav Seifert y aquí se las dejo: «Creo, pero si he de ser sincero diré más bien sólo opino, que lo que suele llamarse poesía es un gran misterio único del cual el poeta, y concretamente cada uno, desvela un poco o un mucho. Luego deja la pluma o cierra la máquina de escribir, se queda pensativo y, al anochecer, muere».
Lo que suele llamarse poesía es un gran misterio único y a cada uno nos toca encontrar el sentido ya sea este poco o mucho; esa es nuestra labor última y, si al sentido vamos, entonces la poesía es la ocasión feliz de encontrar la belleza en el ojo de quien de quien lee. Y si bien de aquí podría derivarse una nueva versión de aquella afirmación de Roberto Bolaño de que los poetas son endogámicos y que sólo se leen entre ellos, prefiero desecharla y sustituirla por ese «concretamente cada uno» que nos deja Seifert. Y es desde esa concreción que quiero hablar de este libro.
Mucho se ha escrito sobre el lenguaje poético, sobre ese enrarecimiento que es lo que a la larga diferencia un poema de un manual para cambiar un neumático, un soneto de una lista de supermercado, una oda de un contrato de alquiler. «Me crece tu nombre como un fruto de agua» no se parece a mucha de la poesía contemporánea dominicana que mira hacia afuera y desde ese mirar construye una poética de lo sucedido que da a lo poetizado visos de una crudeza real. Se trata de una poesía de tono bajo (es una virtud), sin acentos épicos, sin estridencias, casi para leerse como un susurro. Es una poesía casi minimalista (otra virtud), hecha con pocos elementos o palabras que se repiten: agua, saliva, poro, cuerpo, boca; con construcciones hermosas convocadas por las mismas palabras: rosa de saliva, pájaro de papel tendido en la noche, pezones de hierba, alga de tus ojos, predios lunados de tu piel.
En poesía cada palabra se refiere a otra palabra, la medida es el lenguaje mismo, lo que se quiere decir desde la manera como se dice. De esa circularidad es que está lleno este libro, de ese referir circular como se lee por ejemplo en «Inventario de certezas»:
Junco amoratando orilla de río,
rabia cimbrada en mis dedos,
alguna palabra de limo recorriendo mi lengua,
esa gota detenida en la ventana:
un balde de estrellas.
Intermitencia de cenizas,
remolino de silencio,
palidez encendida de una noche de agosto,
luna felina acurrucada en mis hombros,
esa mancha de sílabas colgada en los dientes,
esta noche de viento opaco y remoto,
este desatino que retoza en las acacias.
¿Dónde estás aparición de girasol y agua lluvia?
¿Dónde tus pies derraman caracoles a sus pasos?
Ven a llenar con la luz de tus huesos,
con el ensortijado palpitar de tu pelo,
con la sirena lasciva que vive en tu boca
esta soledad salitre que invade mi cama.
Y es que Luis Reynaldo es un poeta del lenguaje puro, un poeta que oculta cosas a la vista, hasta sus metáforas son veladas o podrían pasar desapercibidas. Hay que encontrarlas en la maraña de un manejo del lenguaje que no condensa o concretiza imágenes como sucede en otras propuestas, tampoco se expresa claramente y paradójicamente tampoco de manera oscura todo está allí a la vista pero a la vez oculto, como se lee en «Ramillete de sombras en mi pecho»:
La luz se negó a salir
se apagó la lluvia,
se secó el tiempo,
se quemó la radiante orilla de nubes.
En la pared una helada estrella late
como un cadáver de perro
entre esta negritud que empapa la ciudad.
Los cocuyos sin patria alumbran tu pelo
y a lo lejos las chicharras preñan el cielo con su canto.
En el aire hay gusanos
escarbando su memoria:
una sacudida de sangre
remueve la existencia.
Gobierno de silencios se trepa
entre nosotros que caminamos como árboles
sin raíces
en esta ciudad de mierda.
¿Quién eres?
Vocación de dudas martillando mis huesos.
¿Quién soy?
Desorden hecho carne que pudre las aceras.
¿Quién soy?
Ovillo de sueños roto sobre el asfalto
¿Quién soy ahora?
Relámpago que quiebra la tarde,
belleza desafinada que vive en tus labios
¿Quién eres?
Ramillete de sombras en mi pecho.
No es de extrañarse ante esta fijación con la lengua que el poeta haya elegido epígrafes de Enriquillo Sánchez, Luis Alfredo Torres, Xavier Villaurrutia, Alexis Gómez Rosa y José Mármol, verdaderos profesionales del lenguaje como dijera una vez el mismo Mármol de los poetas. Se permite entonces doblar la materia que maneja, como vemos en el poema 16, de la sección titulada «Monedas»:
Esta tristanía
de la noche sin tu boca:
insomnecida.
El poeta y cada uno de nosotros desvela un poco o mucho, luego nos quedamos pensativos podría decirse parafraseando a Seifert. Nos quedamos pensativos y volvemos a estos poemas que son de amor y de ausencia. En este libro se pueden encontrar muchas cosas: yo, por ejemplo, alguna alegría he encontrado; algún exiliado del amor o de la carne podría encontrar una profunda sensación de vacío; algún amante consuelo ante la partida. Son poemas para mirar de manera atenta, para leer en voz baja, para mirar un cuerpo, para cerrar la puerta de la casa en compañía de alguien al atardecer. Para eso y para otro universo de cosas es la poesía y este libro lo confirma.