La frase, "a leer se aprende leyendo y a escribir escribiendo", es una inferencia al libro: "La cocina de la escritura", del profesor catalán Daniel Cassany (Libro publicado por primera vez en el año 1995 por la Editorial Anagrama en Barcelona, España).
Si bien es cierto que el hábito constituye un aspecto importante para el desarrollo del arte de la escritura, el sólo escribir no resulta suficiente para adquirir este dominio. ¿Por qué?
Porque pudiera ser que se omitan las reglas propias de la lengua en que se escribe por desconocimiento. En consecuencia, lo escrito resultaría incoherente, inentendible e inaceptado dentro de la comunidad escolar y académica; salvo que se trate de un ejercicio creativo y cosciente de transgresión del lenguaje verbal para producir efectos en los lectores destinatarios.
Cassany también afirma que, aunque la práctica constituye un punto fundamental para el aprendizaje de la escritura, se requiere que los potenciales usuarios de la lengua escrita confronten dicha práctica con la teoría pertinente. Tal vez redunde recordar que, en el contexto pedagógico, lectura y escritura constituyen caras de una misma moneda.
Y es lógico que así sea. De lo contrario, ¿Cómo pudiera saber el que escribe cuándo usar, por ejemplo, "asimismo, "así mismo" o "a sí mismo", sin antes tener consciencia teórica y pragmática sobre dichas locuciones? ¿Cómo pudiera concordar el núcleo del sujeto con sus modificadores y, a la vez, con el núcleo del predicado, para que los enunciados del texto adquieran sentido? ¿Cómo saber en cuál excepción deben ser colocadas comas entre sujeto y predicado, si no se conoce la teoría que explica este caso?
Saber escribir implica creatividad, dominio, empatía, disciplina, constancia, concentración, atención, asociación, fijación, revisión, autocorreción, etcétera. Es un ejercicio crítico que pone en funcionamiento la capacidad de razonar.
En cuanto a nuestro idioma, cuyo universo lexical luce indeterminado, es más que evidente la necesidad de estudiar la gramática y la ortografía para poder extrapolar esos saberes a los textos escritos (Sí, textos escritos).
Nuestra lengua posee cinco usos distintos de "que", cinco tipos diferentes de "sé"; así como un mínimo de diez formas mínimas constitutivas de las palabras (morfemas) y una cantidad indeterminada de morfos (realizaciones de un morfema en el habla). Esta riqueza lingüística requiere ineludiblemente ser estudiada para así poder aplicar dichos saberes a la escritura.
He aquí la complejidad de este saber, puesto que el mismo no alude a la simple transcripción de frases preelaboradas. De hecho, hay para quienes el saber escribir será siempre un ideal casi inalcansable, debido a multiples factores. Otros desarrollarán este arte continuamente por medio de la lectura de obras representativas de literatura local y universal.
Tampoco se trata únicamente del cultivo de una hermosa caligrafía, aunque esta sería un valor apreciable especialmente para quienes realizamos el loable ejercicio docente.
Saber escribir implica creatividad, dominio, empatía, disciplina, constancia, concentración, atención, asociación, fijación, revisión, autocorreción, etcétera. Es un ejercicio crítico que pone en funcionamiento la capacidad de razonar. Al mismo tiempo implica el dominio de un conjunto amplio de elementos lingüsticos y pragmàticos que no todos adquieren completamente en tan sólo dos semestres universitarios.
Empero en nuestros sistemas educativos latinoamericanos, también en el español, el estudio de las disciplinas ha sido reducido a su mínima expresión porque, desde las grandes potencias que se disputan el dominio platenario, se quiere formar sujetos que respondan a ideales espurios, ajenos a la lengua materna y a la cultura autóctona de cada pueblo, de modo que, a la postre, la eliminación de las fronteras de nuestros países no encuentre resistencia (Yuval Nohah Harari (2014) De animales a hombres (Sapiens).
Recuerdo tiempo atrás haber escuchado, en la capital española, a un prestigioso doctor (PhD), de la Universidad Complutense de Madrid, afirmar que "para escribir no es necesario leer absolutamente nada". Tal afirmación me pareció desprovista de observación y de reflexión, ya que es alto sabido que la lectura constituye el medio idóneo para adquirir bagaje cultural, una condición previa al saber hablar, al saber escribir, al saber escuchar, al pensar, etcétera.
Lo había aprendido muy bien en la UASD siendo alumno de la Maestría en Lingüístíca Aplicada, bajo la sombrilla intelectiva de mis entonces profesores Celso J. Benavides y Manuel Matos Moquete, a través de quienes pude interactuar con los tratados lingüísticos y filosófico/pedagógicos de Eugenio Coseriu y Miguel de Unamuno, respectivamente, entre otros autores de renombre. Por eso, al escuchar al profesor español, susurré lo siguiente al oído de mi esposa, quien me acompañaba: "¿Qué podrá escribir quién tiene poco o nada qué decir?" Corriendo el tiempo, llegué a comprender que ese importante intelectual actuaba conforme a una agenda planetaria de colonización ideológica.
Por eso, entre otros factores, hoy por hoy no es común encontrar a quiénes puedan escribir correctamente en una lengua, puesto que, amén de carencia de hábitos, el estudio de los usos gramaticales sólo ha existido en un discurso que no ha calado en un alto porcentaje de la población estudiantil porque, taimadamente, ha sido concebido para que no forje conciencia ni identidad nacional.
En este contexto adquiere sentido la revisión de la Ordenanza 09-15, relativa a la formación de maestros de excelencia, puesto que en ella se percibe notable ausencia de los contenidos disciplinares, incluyendo lo relativo al aprendizaje de la escritura.
Los créditos orientados al estudio de la literatura y de la lengua española son una conquista de un grupo de profesores de la UASD, quienes seguimos firme defendiendo la idea de que sin conocimiento ni sabiduría es imposible formar auténticos ciudadanos, al estilo del filósofo alemán, Jürgen Habermas, cuando afirma, grosso modo, que 'el mejor ciudadano del mundo es el que cumple con las leyes de su país y el mejor país del mundo es el que garantiza los derechos de todos sus ciudadanos'.