Hice la primera comunión (han pasado tantos años que muy posiblemente fuera absolutamente la primera) en la parroquia de mi barrio, Tetuán de las Victorias. Dada la historia del ejército español en el siglo XIX no sé si la adjetivación del nombre del barrio era el más oportuno, pero nada tiene que ver en esta columna de Acento.com. Les decía que fui a la parroquia de mi barrio, que estaba en la calle Villaamil. Allí pasé varias tardes con un sacerdote llamado don Pedro y, al terminar sus explicaciones del catecismo, nos comíamos mano a mano las obleas con las que me hacía ensayar, que si toda acción del cuerpo y los sentidos precisa su ensayo, los asuntos el alma mucho más. Aunque, bien pensado, me parece que el bueno de don Pedro no consiguió que yo siguiera el camino recto que me trazara. De todo tiene que haber en la viña del Señor, tanto santos como pecadores o incrédulos.

Además de motivo para nombrar una calle de mi barrio madrileño, fue Genaro Pérez Villaamil un pintor romántico y liberal que murió joven, a los 47 años. Antes de morir, obviamente, se fue al exilio ―histórico destino provisional o definitivo de tantos españoles buenos― escapando del gobierno autoritario del general Espartero, duque de la Victoria (¡qué manía con la victoria!) y aprovechó para viajar por Europa, vender cuadros de paisaje y mostrarlos en exposiciones. Participó, por ejemplo, en el famoso Salón parisiense abierto, en el Palais Royal, el 13 de mayo de 1846. Presentaba un lienzo del salón del trono del palacio real de Madrid.

Charles Baudelaire, el gran poeta francés con cuya obra “Las flores del mal” se fecha el inicio de la poesía moderna, comenta el cuadro de la exposición del cuarenta y seis. La considera pintura decorativa, lo que no es un precisamente un halago, destaca su colorido y denuncia un defecto: el techo tiene menos el aspecto de un techo que de un cielo verdadero.

Se dice que, a veces, la naturaleza mejora el arte, pero el poeta francés acusa a Villaamil de hacer un arte que mejora la realidad y la confunde con el propio cielo, el real, el que nos recubre a todos, hagamos lo que hagamos y creamos lo que creamos. Mirando el cuadro, uno se pregunta si Baudelaire se burlaba del pintor español o creía realmente que el cielo era así, con angelitos, músicos y otros individuos echados o paseando por las nubes. Pero cabe también suponer que, como el poeta no conocía Madrid, no creyera que el salón del trono fuera así (que lo era desde que lo pintó Tiépolo), o bien careciese de techo y, desde él, podía verse el cielo en todo su esplendor.

Villaamil sabía teatralizar lo que mostraba. No en balde había decorado en 1832 el Teatro Tapia, en la calle de la Fortaleza, del viejo San Juan, en Puerto Rico. ¿Por qué negarle la capacidad de crear el efecto de realidad?

El pintor, liberal, tuvo que quitarse de en medio cuando llegó otro liberal autoritario al poder y que se decía cínicamente más liberal que él. A fin y al cabo esto lo estamos viviendo hoy mismito en muchos países. Yo me crié en un régimen también autoritario y el cielo era muy importante. Para mí, ahora, lo fundamental es que, don Pedro quiso que mirase al cielo desde la calle dedicada a Villamil, y yo sólo veía angelitos saltando de nube en nube.

Jorge Urrutia en Acento.com.do

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