Uno de los objetivos de la Socio-hermenéutica es interpretar el malentendido e incomprensión que se producen en el ámbito social que incluye imaginarios, visiones del mundo y experiencias morales expresas de la cual podemos constatar a través del simple dato que nos ofrece la vida cotidiana. De este modo, la indiferencia hacia un hecho lleva como consecuencia a la normalización de malas prácticas en el sentido de que el sujeto cree normal o natural ciertas acciones cuando la verdad es que afecta directamente el lazo social y la institucionalidad. Uno de ellos es el conflicto de intereses, considerado de los grandes vicios que azora tanto a las instituciones públicas y privadas. Es un antivalor que termina destruyendo toda jerarquía y las labores que contribuyen al mejor funcionamiento de los procesos que se llevan a cabo en ellas.
No se puede ser juez y parte si no es a riesgo de violentar derechos y poner en jaque la solución de los conflictos. Al parecer, en nuestro país existe una incapacidad generalizada para entender lo pernicioso que es el conflicto de interés y más cuando se encuentra sistematizado en el engranaje institucional y en la mentalidad colectiva. Hacerse copartícipe de un proceso que está llamado a evaluarse y tomarse decisiones importantes tratando de mantener la distancia, es poco saludable para la vida de las instituciones. Con el objetivo de esclarecer esta aseveración voy a referirme a un ejemplo concreto sacado de la cotidianidad dominicana en la que se destacan diversos actores.
Michel Foucault fue bastante claro al referirse a esa forma de represión que justifica al poder: la táctica de la censura, la conversión de la libertad de palabra en tabú
En una entidad descentralizada del Estado funciona un gremio que está llamado a defender los derechos de sus servidores, pero ocurre que las autoridades que dirigen dicha institución son elegibles por estos. Se ha de suponer que cualquiera que aspire a dirigir los bienes de los colaboradores no debe congraciarse con ningún aspirante, a sabiendas de que esto afectaría a los beneficios del colectivo gremial. Por el contrario, en esa agrupación los gremialistas de turno se confabulan por prebendas con los altos mandos, violentando así el principio ético del interés general y el bien común en favor de intereses personales o particulares.
Por esa razón, en el momento de estallar un problema, los dirigentes del gremio no pueden luchar o reclamar los derechos de los servidores afectados, pues ya existe de antemano un compromiso de carácter político y hasta económico. Lo peor de todo es cuándo confrontas dicha situación, la respuesta es un silencio frío e incómodo, a modo de complicidad entre los actores, ya que, los colaboradores están tan alienados que son incapaces de reaccionar ante el mal que les acecha. Es como un leñador que sabe que anda un lobo suelto en el bosque y a pesar continúa sus pasos por el sendero de forma normal sin apropiarse del peligro que enfrenta.
El conflicto de interés produce alienación. De hecho, es una de sus formas. Al momento de tomar una decisión ya se encuentra afectada por sus intereses privados y tiene que acomodar sus fines y medios. En la mayoría de los casos se recurre a una anulación anticipada de los beneficios del grupo, recurriendo a la artimaña discursiva, muchas veces haciendo público un supuesto “compás de espera” bajo el tono de un llamado a la paciencia o a la chance. Ante esto, es muy cuestionable la actitud colaboracionista de los afectados, pues estos también participan de las prebendas o gracias de las autoridades y son capaces de sacrificar a sus colegas, como ocurrió con algunos judíos en los campos de concentración alemanes.
En ese devenir de las cosas, el que se rebela es considerado un individuo que molesta o un “anti todo” y arremeten contra él un discurso alienado disfrazado de quietud y paciencia. Es tachado automáticamente y expulsado de la comuna. Le dan la espalda y lo tildan de “loco viejo”, un “tipo que jode demasiado” o simplemente, “alguien perdido” en tanto perdedor.
Michel Foucault fue bastante claro al referirse a esa forma de represión que justifica al poder: la táctica de la censura, la conversión de la libertad de palabra en tabú, la desviación de los problemas a través del miedo recurriendo a un imaginario del terror, son las maneras que tiene el poder corrupto de salirse con las suyas y aniquilar las fuerzas que exigen un verdadero cambio.
El conflicto de intereses convierte en escombros a las instituciones. Reproduce represión en tanto se confabula con los asuntos más espurios que enajenan el alma, sin importar en el espacio en que nos encontremos, sea el sector del servicio público, dentro de la academia, incluso en el ámbito privado.