La inmensa mayoría de nuestra población, incluyendo los egresados de universidades, en realidad califican como analfabetos funcionales. Esa es la verdad monda y lironda, aunque suene duro decirlo y más duro admitirlo.

Y esa condición tiene una raíz, misma que dio origen a estas reflexiones que he ido compartiendo.

Invertimos cuantiosos recursos en fabricar analfabetos funcionales y se disfrazan y maquillan cifras para disimular el fracaso. Es más, se llegó a alardear de una “revolución educativa”, cuando no podíamos ir peor.

Me anticipo a aclarar que ni este artículo ni los anteriores, ni tampoco los que vendrán luego, se refieren a la actual gestión del Ministerio de Educación ni a las anteriores gestiones, porque este es un problema sistémico y complejo que incluso, como veremos, sobrepasa nuestras fronteras y todas las gestiones del Ministerio o de la que antes fue la Secretaría.

Tampoco es un problema exclusivamente local, aunque eso en nada implica consuelo o justificación, porque la iletralidad o analfabetismo funcional tiene un fortísimo y deletéreo impacto en la economía y muchísimas otras áreas sensibles y mejor lo tomamos en serio por lo serias que son sus consecuencias.

El asunto es que me alarma que no se tenga conciencia del problema. Se le toma a la ligera. Y de ahí que importa poner el dedo en la llaga de nuestra debilidad educativa.

¿Qué es el analfabetismo funcional?

En 1978, la UNESCO, en su Conferencia General, hizó la definición siguiente

para el concepto de analfabeto funcional:

“Analfabeto funcional es aquella persona que no puede participar en todas

aquellas actividades en las cuales la alfabetización es requerida para la

actuación eficaz en su grupo y comunidad y que le permite, asimismo,

continuar usando la lectura, la escritura y la aritmética al servicio de su propio desarrollo y del desarrollo de su comunidad.”

Como Marcial Muñoz definió el concepto: “Analfabetismo funcional se define como la incapacidad de una persona de emplear eficientemente sus habilidades de lectura, entendimiento o cálculo básico en tareas cotidianas. Escribir un email, comprender un artículo, un libro, o simplemente su capacidad reflexiva sobre algún aspecto de la vida.

Las tres áreas de competencias que se toman en cuenta para saber quién califica o no como analfabeto funcional son:

La comprensión lectura
La redacción eficaz
Las habilidades aritméticas

porque todo deriva de esas tres competencias básicas.

El argentino Alberto Merani llegó a abarcar como analfabetos funcionales al 75% de la población alfabetizada en nuestros países, destacando que signos de esa condición son la “incapacidad para comprender lo que lee. Lee solo decodificando lo escrito, sin procesar las ideas fuerza, sin analizar ni poder elaborar resúmenes. En este tipo de analfabetismo, los conocimientos se acumulan hasta donde puede soportar la memoria, y al escribir plasma lo almacenado como si solo fuera un banco de datos, en forma mecánica.” (Alberto Merani: Analfabetismo, opresión social y pedagogía. Docencia, 6, 2006)

Para el Departamento de Educación de los Estados Unidos, país al cual estamos vinculado por múltiples vías (incluyendo la gran masa de dominicanos y descendientes de dominicanos que residen allá), y su encuesta National Assessment of Adult Literacy (NAAL), hay tres tipos de alfabetización:

Alfabetización en prosa: conocimientos y habilidades necesarios para buscar, comprender y utilizar textos continuos. Los ejemplos incluyen editoriales, noticias, folletos y materiales educativos. 

Alfabetización en manejo de documentos: conocimientos y habilidades necesarios para buscar, comprender y utilizar textos discontinuos en diversos formatos. Los ejemplos incluyen solicitudes de empleo, formularios de nómina, horarios de transporte, mapas, tablas y etiquetas de medicamentos y alimentos.

Alfabetización aritmética y de cálculo: el conocimiento y las habilidades necesarias para identificar y realizar cálculos, ya sea solos o secuencialmente, utilizando números incluidos en materiales impresos. Los ejemplos incluyen equilibrar una chequera, calcular propinas, completar un formulario de pedido o determinar una cantidad.

Y para el NAAL “los trabajos modernos exigen a menudo un alto nivel de alfabetización, y su falta en adultos y adolescentes se ha estudiado ampliamente.” (NAAL, 2003)

¿Qué nos muestra un estudio de la Gallup sobre Estados Unidos?

Nueva York.

En un estudio del 8 de septiembre del 2020, de la Barbara Bush Fundation por Family Literacy, con el título de Assessing the Economic Gains of

Eradicating Illiteracy Nationally and Regionally in the United States (Evaluación  de  los  beneficios  económicos  de erradicar  el  analfabetismo  a  nivel  nacional  y  regional  en  los  Estados  Unidos), Jonathan Rothwell, de la Gallup, destaca que “según  un  estudio  reciente  del  Departamento  de  Educación (de los Estados Unidos),  aproximadamente  la  mitad  de  los  adultos  estadounidenses  de  entre  16  y  74  años  (el  54%  o  130  millones  de  personas) califican como analfabetos funcionales”.

Lo interesante es que, evaluación la productividad y el ingreso de los segmentos que cuentan con una alfabetización funcional (se desempeñan bien en las áreas claves de comprensión lectora, redacción y cálculo) con respecto a los analfabetos funcionales y analfabetos totales, los norteamericanos han calculado que si se eleva el nivel de alfabetización de ese 54% del nivel 1 al nivel 3 (en la escala que ellos manejan), tendrían un impacto sólido en el crecimiento del PBI. Así, en el documento referido leemos: “Este análisis concluye que lograr que todos los adultos estadounidenses alcancen al menos un nivel 3 de alfabetización generaría 2,2 billones de dólares adicionales en ingresos anuales para el país. Es es el 10% del producto interno bruto” (de los Estados Unidos).

Ese estudio fue comentado en la revista Forbes por Michael Nietzel, exrector universitario norteamericano y articulista de Forbes, el 9 de septiembre del 2020.

Dicen que cuando en EE.UU. tosen, aquí nos da una pulmonía

Aquí, por igual, un mayor nivel de alfabetización funcional impactaría la productividad, la calidad de vida y el desarrollo, pues la ignorancia del otro nos afecta tanto como la propia, ya que todos influimos unos en otros y cada persona toma cientos de decisiones diarias (desde rebasar o no un vehículo, cruzar o no una calle, conectar o no un aparato, encender o no una máquina, añadir o no un ingrediente, seguir o no una instrucción, etc.), que impactan no solo a ese individuo, sino a otros muchos.

Para ser más concretos, más del 90% de todas las noticias trágicas que leemos en nuestra prensa están directamente vinculadas a la inmensa masa de analfabetos funcionales que existe en nuestra población y las decisiones que toman, las acciones que emprenden y los razonamientos que hacen.

¿No será que habilitarlos para que sepan tomar mejores decisiones, emprender acciones más inteligentes y razonar de manera más eficientes nos beneficiará a nosotros tanto como a esas personas?

¿O es que no nos damos cuenta de que convivimos, no importa nuestro grado académico o de alfabetización funcional, con personas analfabetas funcionales que tienen poder sobre nuestra salud y nuestra vida, desde la conserje que prepara el café al conductor de autobús o de camión articulado que decide no respetar el semáforo o el límite de velocidad?

¿Por qué urge convertir en alfabetos funcionales a nuestra población?

Personas caminando en la calle El Conde.

Las habilidades para comprender lo que se lee, redactar de manera inteligible, hacer cálculos, entender documentos y formas, comprender y aplicar instrucciones y desempeñarse de manera eficiente son prerrequisitos claves para poder ser reentrenable, para el reskilling que la Cuarta Revolución Industrial nos impone.

Hay oportunidades que no prodremos aprovechar por carecer de capital humano adecuado y eso ya ha sucedido. Inversiones que nos contemplaron como posibilidad, nos descartaron por incompetencia y migraron a otros países con mejor calidad de formación en su población.

Las historias conocidas dan ganas de llorar.

La deserción escolar y universitaria que en nuestro país es altísima, sobre todo en varones, llena nuestros barrios de Ni-Ni que terminan en actividades de sobrevivencia como el motoconcho, cuando no en el delito, intoxicados por Nexflix y sus seriales.

De nuevo, si usted, como yo, vive en República Dominicana, seremos las potenciales víctimas de ese invernadero de atracadores que es esa masa de Ni-Ni que vegeta en nuestros barrios, a menos que actuemos con previsión para formarlas y abrirles un futuro.

La situación de Haití debe mostrarnos hacia dónde nos dirigimos si seguimos en esa pasividad esperando que todo vaya mejor por milagro.

El milagro lo produce la educación.

Y a ella se llega por la conciencia de nuestras opciones y las consecuencias de cada una de ellas.

¿Cuál es la solución posible?

En mi opinión, hay que enseñar estrategias de aprendizaje eficiente a nuestros niños, adolescentes, jóvenes, adultos y envejecientes. A todo el mundo, sin excepción.

Y eso, claro, empezando por los maestros.

Se suele definir a los maestros como “trabajadores de la enseñanza”. Yo propongo que los reconvirtamos en “trabajadores del aprendizaje”.

Porque el aprendizaje, la capacidad de aprender con eficiencia, es todo. No hay posibilidad de enseñar sino enseñamos previamente a nuestros estudiantes, y todo lo somos en un tiempo de provisionalidad del conocimiento, cómo aprender.

Nuestros docentes tienen que convertirse en coaches cognitivos, capaces de guiar, entusiasmar, comprometer, involucrar, estimular y fomentar en los estudiantes la pasión por aprender.

Y que cuenten con las estrategias de aprendizaje que hagan grata, atractiva, apasionante, motivadora y eficiente el aprendizaje.

Hay múltiples enfoques y aproximaciones al aprendizaje que muestra en buena medida el camino. Todas me entusiasman.

Aprendizaje por objetivo, aprendizaje significativo, aprendizaje basado en proyectos, los enfoques cognitivos y constructivistas, etc., pero todos esos aprendizajes tienen un prerrequisito implícito: los niños, adolescentes, jóvenes y, en general, las personas tienen que saber aprender.

Y ahí vamos al problema capital: no se enseña a aprender en nuestras escuelas. Se enfrenta a contenidos sin previamente habilitar al estudiante en competencias de aprendizaje eficiente. Cada quien tiene, como Dios se lo permita, que inventar su propia manera de aprender.

Eso es un disparate.

¿Acaso no conocemos aquella frase de Lincoln sobre la importancia de afilar el hacha antes de acometer una tarea? Sobre eso versará el próximo artículo.

Aquiles Julián. Presidente del Centro PEN RD Internacional