Escuchar es una competencia humana que no todos ejercemos eficazmente, tal vez porque está estrechamente relacionada con otras virtudes que invitan a anteponer los intereses enunciativos del otro hablante a los propios. La importancia de esta competencia radica en que el entendimiento y la comprensión de la realidad enunciada dependen de ella. Asimismo, quienes tienen la virtud de escuchar, suelen acertar en sus respuestas, por lo que los demás desearían descargar toda su ansiedad, y otras emociones, en personas como ésas.

Al escuchar “se reducen las potencialidades de conflictos por malas interpretaciones en la comunicación”, amén de que se “eleva la autoestima del que habla, pues le permite sentir que lo que dice es importante para el que lo escucha y, con esto, la comunicación y la interrelación se hacen más fluidas, respetuosas y agradables”, afirma el  profesor catalán, Alexis Codina Jiménez. (Codina Jiménez, Alexis (2004). Saber escuchar. Un intangible valioso. No.3. Universidad politécnica de Cataluña, España).

Sin embargo, variadas son las razones que limitan el ejercicio pleno de la escucha. Puede, por un lado, que el potencial “escuchante” presuponga que la información que se le ofrece es de su competencia y, por lo tanto, puede explicarla igual o mejor que su interlocutor. Otros tal vez se encuentren predispuestos con el hablante, por lo que la ausencia de escucha los mueve a malinterpretar la información; quizás debido a prejuicios que no les permiten distinguir entre lo que ya sabía y los datos nuevos que se les presentan. Esta segunda causa es muy grave, ya que una mala interpretación de información puede resultar en desmérito, contiendas, enemistades, guerras, muertes, etcétera.

Una tercera razón tiene que ver con la percepción que tenga el oyente del hablante. Hay quienes rehúsan escuchar a personas que entienden de menor jerarquía social, étnica, educativa o de procedencia, etcétera. A otros se les dificulta escuchar porque padecen déficit de atención y/o desinterés en la información por hiperactividad. En todos estos casos, estamos ante factores endógenos, los cuales pueden ser superados con asistencia de profesionales de la salud mental, siempre y cuando el sujeto reconozca sus actitudes como un prerrequisito de la serie de ejercicios introspectivos que pudiesen desembocar en un posible cambio de conducta (Soutullo, César y Chiclana, Carlos (2008) TDAH, Trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Clínica Universitaria. Departamento de psiquiatría y psicología médica. PP. 20-30).

Entre los factores exógenos que limitan la escucha, se encuentran el tiempo, el espacio y los contextos comunicativos. Estos últimos pueden estar permeados por contaminación acústica, complejidad del tema, un problema emocional o económico que esté inserto en la mente del interlocutor, etcétera. Estos factores son eventuales, por lo que en estos casos el ejercicio de la escucha no se entorpece motivado por ninguna actitud intrínseca respecto a quien habla. La solución en este caso, sería postergar la conversación hasta que las circunstancias mejoren.

Escuchar es una competencia que se desarrolla con el ejercicio mismo implicado en la semántica del término. De hecho, a todos nos gustaría ser escuchados, pero no todos hemos desarrollado paciencia para escuchar cuando los demás hablan, por lo que vendría bien preguntarnos ¿Cuándo fue la última vez que escuché sin interrumpir? ¿Soy consciente de que a veces hablo, hablo y hablo, sin preguntarme, qué pensarán los demás de lo que digo?

El ejercicio docente ofrece una oportunidad conmensurable para aprender a escuchar. Quienes tenemos mayor ventaja de hablar en un aula somos los profesores, ya que por razones entendibles dominamos los temas curriculares, amén de los saberes adquiridos por antigüedad de vida. Aun así, las aulas son el laboratorio idóneo para crear las condiciones favorables para que tanto docentes como alumnos desarrollen tan especial competencia. ¿Cómo podemos saber si nuestros estudiantes realmente escuchan? Evidentemente, escuchándolos.

¿Y cómo podemos saber si nosotros, en nuestra función de docentes, realmente sabemos escuchar? Para ello deberíamos preguntarnos ¿Cuándo fue la última vez que escuché lo que mis alumnos tenían que decirme? ¿Cómo demuestro que sé escuchar con atención, sin sentirme desafiado? Las respuestas a estas preguntas tal vez sienten las bases para el desarrollo de tan singular competencia.

En el contexto académico, se requiere que todo el que tiene a su cargo la gran responsabilidad de presidir alguna instancia de debate, emplee el orden parlamentario para garantizar el que todos los participantes puedan expresarse y ser escuchados con atención. En tales espacios debe prevalecer la argumentación, como criterio colegiado para la toma de decisiones.

Ahora bien, sería una quimera pretender la solución de los problemas que afectan al mundo en un breve artículo como este, tratando un tema con el que no se ha podido evitar los múltiples casos de violencia y muertes escolares y familiares a nivel mundial, muchos menos las grandes guerras del pasado y del presente. Empero estas líneas tal vez sirvan para provocar en el lector una reflexión desde los contextos escolares y académicos, en cuanto al importante papel que desempeña la escucha para la mejora de la convivencia humana.

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do