Tratando de acercarme un poco a la obra Ricardo Piglia he pensado en la proyección universal que ha tenido la literatura Argentina, desde finales del siglo XIX hasta muy avanzado el siglo XX. Con los nombres de Sarmiento, José Hernández, Eduardo Mallea, Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Leopoldo Lugones, Leopoldo Marechal, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Juan Gelman, Manuel Puig, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Ana María Shwa, y ni qué decir del gran Jorge Luís Borges, hay una literatura que con el transcurrir de los años ha tomado cuerpo y ha creado las bases para una estética propia.

Pienso además en una serie de libros emblemáticos para la historia de la literatura de ese país, que a decir de Beatriz Sarlo, son el santo y la seña de la identidad literaria argentina: Nadie Nada Nunca de Juan José Saer, Muerte y transfiguración del Martín Fierro de Ezequiel Martínez Estrada, Boquitas Pintadas de Manuel Puig, Literatura Argentina y Realidad Política de David Viñas; 20 poemas para ser leídos en el Tranvía de Oliverio Girondo; Borges Libros y lecturas.   Esta literatura que ha surgido al margen del dogmatismo político de izquierda y de los autoritarismos de derecha, que nunca se contaminó con el poder político; que pudo trascender y sobrevivir a dictaduras atroces de los gobiernos militares. Sólo amparada en las posibilidades de una poética de grandes dimensiones creativas, desde la poesía, el cuento, la novela y el ensayo puede uno concluir afirmando que Argentina es en definitiva, un continente literario.

Los-diarios-de-Emilio-Renzi.-Ricardo-Piglia

Desde el gaucho, anclado en las pampas como símbolo identitario, ya Argentina había comenzado a tener notoriedad cultural con la publicación del poema épico Martín Fierro de José Hernández en 1872. El propio Borges, quien a principio del siglo XX comenzó a incorporar a sus fábulas esa vieja tradición tan arraigada del gaucho y el tango que le dieron a la Argentina ribetes de una cultura que recién comenzaba a universalizarse. También es bueno anotar que Argentina es un país al que llegaron muchos inmigrantes desde Europa Central aterrados por los conflictos bélicos que produjeron la Primera Guerra Mundial en 1914 y posteriormente la guerra Civil Española de 1936. Específicamente judíos, rusos, polacos, Checos, italianos y otros espantados por el terrorismo Nazi, encontraron en Argentina un espacio gratificante que les permitió a quienes sentaron bases allí, crear expectativas valiosas desde el ámbito de la literatura, la educación la ciencia y la cultura.

¿Qué decir entonces, de un escritor llamado Ricardo Piglia?

Hay pocas noticias de su niñez y de su juventud, salvo que nació en Adrogué, Argentina, en 1941, una ciudad ubicada a 23 kilómetros al sur de Buenos Aires. Tampoco se tienen noticias de su cónyuge ni de sus ascendientes. Gracias a la tecnología podemos descubrir en sus entrevistas que era un intelectual, ameno, afable y de buen humor.  Un expositor con el dominio absoluto de abundantes temas sobre la literatura universal; la tradición literaria argentina; así sea sobre teorías del relato y de la ficción y los propios mecanismos que manejó para escribir su literatura.

Al igual que Bolaños, Rybeiro y otros escritores latinoamericanos el caso de Piglia sigue siendo singular. Pues, gran parte de su obra comenzó a difundirse en la postrimería de su carrera cuando finalmente murió. Es uno de esos raros destinos o rara avis como dicen los italianos, que un escritor con tanto talento y con una inteligencia desbordante fuera descubierto tardíamente por los lectores latinoamericanos.

Incluso, en los años de mayor efervescencia del Boom latinoamericano, a sus contemporáneos, García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Jorge Edward y Vargas Llosa, les favoreció mucho haber integrado movimientos políticos de corte ideológicos a favor de la libertad, la solidaridad de los pueblos y las causas sociales de América Latina, como la Revolución Cubana de 1959 y la Revolución Sandinista de 1979, hasta el caso de Heberto Padilla , cuando este poeta fue vilipendiado por el régimen de Fidel Castro. Mientras esto sucedía en los intersticios ruidosos del Boom, parece que Piglia se dedicaba calladamente a la creación de una obra singular y propia.

Piglia fue un gran crítico literario, escritor de ficciones y ensayos diversos sobre teoría de la escritura. Es bueno señalar que el planteamiento general de la literatura de Piglia se basa en esbozar el efecto que producen los textos de ficción sobre los lectores. Casi todos sus libros tienden a destacar una especie de teoría de la escritura y de la lectura. Algunos libros suyos tuvieron gran repercusión como su primera novela Respiración artificial (1980). Plata quemada (1997), y Blanco nocturno (2010).

La obra más ambiciosa y singular de Piglia, sin duda, es Los Diarios de Emilio Renzi.  Un libro inclasificable y de grandes dimensiones creativas.  Los diarios están compuestos por tres partes: “Los años de formación” (1957-1967), que fueron publicados en el 2015, “Los años felices” (1968- 1975), 2016; “Un día en la vida”, (2017). Sobre los diarios una vez afirmó: “vivo con la ilusión de que esa sea la obra de mi vida”. En las notas introductorias a la edición de (de bolsillo 2017) escribe: “me gustan mucho los primeros años de mi diario justamente porque allí lucho con el vacío. No pasa nada, nunca pasa nada en realidad, pero en aquel tiempo me preocupaba. Era muy ingenuo, estaba todo el tiempo buscando aventuras extraordinarias”.

Para él, Los Diarios de Emilio Renzi representaron una especie de laboratorio creativo y personal, pues en ellos el autor combina muy bien distintos registros de su vida de escritor: desde experiencias cotidianas, los recuerdos familiares de su vida en Adrogué  junto al  abuelo Renzi; evocaciones de encuentros con viejos amigos, reflexiones sobre temas diversos, crítica literaria, fragmentos de historia, narraciones de episodios de la vida argentina, crónicas de viajes, hasta microrrelatos. En esta primera parte titulada “Los años de formación” salen a relucir también aquellos escritores que influenciaron de manera explícita en la formación literaria de Piglia: Hemingway, Kafka, Conrad, Pavese, Kipling, Faulkner, Camus, Borges, Poe, Tolstoi, Roberto Arlt, y autores de novela negra como Hammett, Chandler.

Ricardo Piglia.

Estos diarios no están hechos a manera de un Clown, ni de un autorretrato. Aunque Renzi es el alter ego de Piglia, más bien los diarios son la vida que el autor pudo haberse imaginado tener. En este caso el autor se complace con el planteamiento de Vargas Llosa en su ensayo La verdad de las mentiras. “Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos — ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros_ quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar tramposamente ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener” (Alfaguara 2002).

En los “Diarios” Piglia propone una antropología de la imaginación, al convertir a Renzi en la voz interior que analiza, cuestiona, piensa y se desplaza hacia las cavernas más profundas de alma del autor.

Es por esta razón que en literatura la ficción funciona de acuerdo con la vida que soñamos o que imaginamos tener. Estos “Diarios de Renzi” representan un sentido más abarcador y simbólico, que en tal caso puede ser “la prehistoria de una imaginación personal”. Creo que en ellos el autor trata de demostrar que la ilusión puede funcionar como catarsis, “como novela privada” y como “autobiografía futura”. A ese respecto apunta el propio Renzi: “La ilusión es una forma perfecta. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Imaginamos lo que pretendemos hacer y vivimos esa ilusión. En definitiva son los cuentos que cada uno se cuenta a sí mismo para sobrevivir”. Con esta idea el autor se acerca un poco a ese concepto de teoría falsa de la escritura cuando accede a las formas propias del autoengaño. Yo no soy el hombre que escribe en el diario, podría haber pensado Renzi. Yo soy lo que imagino. (el subrayado es mío)

Así como Carlos Fuentes construyó su metáfora alrededor de la Geografía de la novela,  nunca antes,  refiriéndose a esa condición de territorio geográfico o espacio físico, sino al lugar que ocupa la novela en el universo mental de los lectores, a su alcance imaginativo, a ese terreno inédito y fértil que solo son capaces de abonar las buenas ficciones, Ricardo Piglia se aproximó bastante. Quizás podemos trasladar ese mismo concepto a su literatura. Porque va más allá del propio iceberg del que habla Hemingway en su teoría sobre la escritura y se sumerge en el interior de la novela misma. Aquellos fragmentos de la historia secreta de Argentina; lo que los manuales de la historia oficial nunca se atreven a contar, entonces ahí entra la condición del novelista eficaz. A través de una especie de aguijón infrarrojo, que son los ojos de Renzi, a veces intelectual, a veces un poco detectivesco, Piglia escudriña, analiza, piensa, cuestiona, saca sus propias conclusiones y se introduce  despiadadamente en los intersticios y en los más intrincados laberintos de la vida de la Argentina moderna. ¿Qué es lo queda después de haber leído una buena historia?  Pues las posibilidades de un lector fecundado, eso que la memoria no sería capaz de borrar porque ya pertenece a nuestro patrimonio mental. Para eso sirve la buena literatura, para ser el eje catalizador de nuestras vidas.

 

Eugenio Camacho en Acento.com.do