Un relato policial se caracteriza esencialmente por la invención de un mundo ficticio en el que la verdad, la justicia y el orden social son más que un ideal, una realidad. El punto de partida suele ser un crimen, un cadáver, cuyo responsable se desconoce en primera instancia. Ese desconocimiento es lo que motiva la investigación forense que, a la vez, suele constituirse en dínamo de toda la narración. Es decir, sin un crimen, sin suspenso, y sin la subsecuente investigación sobre ese hecho punible, sería cuasi imposible concebir una ficción de este tipo.

Si de investigación judicial se trata, la fórmula investigador/investigado debe constituir una dicotomía neurálgica para concebir la trama. El primer plano de la diana es un detective tan listo y sigiloso como el presunto criminal. Sin embargo, no siempre se trata de un único detective o de un único criminal; ya que sendos actantes pueden estar representados por un conjunto de sujetos que se unen en torno a un linchamiento; similar a como se representa en la obra dramática Fuente Ovejuna de Félix Lope de Vega, en la que el pueblo asume el rol de sujeto colectivo para linchar al Comendador; una reacción subversiva ante los continuos abusos de poder denunciados inusitadamente en dicha obra. A la vez, el Comendador es tan sólo el fiel representamen de la clase explotadora.

Si bien estas y otras características están presentes en la premiada novela Candela, de nuestro carismático escritor dominicano Reynolds Emmanuel Andújar, el principal significante alegórico que reviste esta narrativa es, por un lado, la creatividad manifiesta en un narrador omnisciente y omnímodo que ha inventado un mundo ficcional, revistiendo de literalidad todo lo que acontece en torno a la muerte del personaje Imanol Petafunte.

No es tan fácil descubrir la ilación de sentido en una narrativa cuyo sujeto emisor/narrador espera que el narratario se convierta en un observador de cada uno de los hechos ficcionales, en los que los diálogos, las características de los personajes, las acciones y el estilo narrativo constituyen un reto ante el suspenso de descubrir no sólo al responsable de la muerte, sino, incluso, los hechos que circundaron dicho fallecimiento. No obstante, en Candela las acciones se entraman casi hasta el final en torno a una misma osamenta, lo que no necesariamente supone un indicio para dar con la solución del problema taimado hábilmente por el sujeto creador de la obra.

Por su parte, el estilo narrativo, en presente simple de tercera persona, constituye un modo narratológico en el que el lector se introduce en la historia para ver, sentir, oler, palpar y, si se descuida, actuar tal y como lo hacen los personajes. No hay dudas de que los hechos acontecidos en ese autobús, en momentos en que un pariente del difundo se trasladaba desde el Cibao hacia Santo Domingo, representan una descripción sincrodiacrónica que induce a apreciar la misma sensación del personaje que se vio acorralado por la sordidez metafórica del hedor y los vómitos de una joven embarazada incapaz de sostenerse en el asiento.

La dominicanidad, en tanto signo antropológico, permea casi toda la narrativa. Se trata de aspectos fenotípicos que implican costumbres dominicanas y, más allá de éstas, de costumbres y creencias caribeñas. La geografía urbana de la novela corresponde a la zona metropolitana del Santo Domingo de la última década del siglo XX. Esta abarca acciones recurrentes en zonas periféricas, que bien pudiesen identificarse en la realidad real con los sectores populares de Villa Duarte, Los Minas, Villa Mella y otros barrios muy conocidos por el sujeto empírico, puesto que antes de irse a vivir a USA su ánima posiblemente transitó por esos predios.

La narrativa de esta novela se constituye en discurso soterrado de denuncia social. No es casual el hecho de que Imanol, al levantarse, no encontrara agua para lavarse la cara, ni para lavarse sus partes íntimas. Se trata sólo de uno de los signos de la realidad real, como una de las características de los principales barrios hispanoamericanos. La escasez de agua en los sectores marginales de nuestros países es un problema que, si bien no debe ser enjuiciado desde las artes verbales, no escapa a esta fascinante narrativa para advertir la existencia de una situación social disfuncional, cuya solución es reclamada por la vivacidad de una prosa genuinamente literaria. Veamos:

“No hay agua. Imanol se las arregla destapando el tanque del inodoro. Es suficiente para darse un dedo de Colgate, lavarse los sobacos y la bolsa. Intenta afeitarse con cuidado, pero se corta dos veces”… (Pág. 115).

La denuncia social inusitada se trasluce a la metáfora que simboliza los históricos apagones dominicanos, los cuales revelan cuestiones relativas a la incapacidad del Estado de producir y administrar suficiente energía eléctrica para la población. Todo esto se subsume en corolario exclusión social, característica de nuestros pueblos de América Hispánica, como consecuencia del desfalco del erario; un reflejo de la mentalidad retrógrada y poco honesta de una parte de nuestros funcionarios públicos.

En el relato es evidente cómo en todos los barrios representados conviven comunitarios que tienen inversores de energía eléctrica. Otros se alumbran con lámpara de gas, mientras otros solo alcanzan para alumbrase con velas y, yo le añado, con hacho de cuaba. ¿No es acaso esta imagen una metáfora auténtica de denuncia social?

El narrador asume la voz de quienes adolecen de ella para representarlos y darles a conocer esa injusta situación a los lectores. Tal vez a eso se deba el que las representaciones dialógicas de los actantes coincidan; en cuanto a aspectos fónicos, formales, sémicos y pragmáticos; con las hablas populares dominicanas. Aun cuando se trata de expresiones obscenas, la acertada adecuación de dichos vocablos, lejos de ofender, se convierten en una jugada verbal de notable valor literario. Veamos:

“Al final de la tarde, Gustaff llega a Villa Duarte pensando en donde coño anda Lubrini. El barrio sufre un apagón, salvo algunas casas que tienen generadores eléctricos, los demás interiores se iluminan por velas y lámparas de gas. Finalmente, llega a la casa de La Buela y encuentra a la muchacha flaca en la penumbra. Saluda y ella se acerca a él. Puede oler su fragancia a jabón barato, aunque tiene la misma ropa de antes”… (Pág. 123).

Candela debe representar, por un lado, la metáfora escatológica del más allá, puesto que según creen algunos personajes, ella posee dotes sobrenaturales que le permite adivinar cuestiones del nirvana. Una niña rayana, estigmatizada por su color de piel, su cabello encrespado y por su condición de bastarda, juega un papel preponderante en toda la narrativa; sobre todo, en cuanto a cuestiones que unen y separan en la vida real a los dos países que comparten la isla caribeña de Santo Domingo.

Tal parece que hay alguna equivalencia entre el narrador/autor y Lubrini, personaje que aparenta ser de género femenino, pero que en casi toda la narrativa luce sin una identidad claramente establecida. Dicha correspondencia no tiene nada que ver con cuestiones sexuales, sino con el hecho no controvertible de que dicho personaje vive en Villa Duarte, habla un spanglish de cuando en cuando (Pág. 122) y representa una persona de mentalidad liberal, no conservadora, salvo error de mi parte. En buen dominicano, Lubrini parece más un “tiguerazo” que una humilde muchacha de barrios citadinos (Use discernimiento el lector, jeje).

En definitiva, no considero necesario explicar a mis lectores cómo operan cada uno de los elementos del relato policial en esta interesante novela escrita por el Dr. Reynolds Emmanuel Andújar (Rey). Mucho menos contaré quién mató a Imanol Petafunte, pues ese sólo hecho constituiría otro asesinato en contra de la obra. Aunque, por supuesto, creo difícil suicidar con tan pocas palabras una obra, cuyos intersticios ficcionales se encuentran en lo más profundo de su narrativa.

Finalmente, los aspirantes a lectores de Candela no deberían preocuparse por comprenderla cabalmente. El deleite está en cada párrafo, en cada página, sobre esa prosa panorámica que invita a continuar leyendo una novela que delata el compromiso social y cultural de un narrador que ha trascendido al mar Caribe, sin perder su acento, ni la prosodia y ni la entonación de la su patria hermosa.

¡Enhorabuena, Candela de Reynolds Andújar!

Andújar, Rey (2020) Candela (Novela). Buenos Aires: Corregidor. 160 páginas.