Un texto de arte verbal constituye artificio del intelecto de un creador literario que no solo articula en su obra dotes artísticas inmanentes a su esencia; amén de ello, reproduce en su entramado verbal mundos ficcionales cuasi equiparable a la realidad real con la que establece la verosimilitud del relato. Precisamente fue sobre la base de estos alcances que el formalismo ruso aportó a la teoría literaria el concepto de literalidad, es decir, lo que hace que un texto sea literario, también llamado lenguaje literario en occidente porque en toda obra de arte verbal es posible estudiar la estética impresa sobre cuestiones de la vida, de la existencia y de la esencia de los actantes que constituyen en el mundo ficcional un espejo de lo que fue, o de lo que es y de lo que será la vida real del narrador principal.

Establecida esta dualidad, también definida desde una visión mucho más estricta por las escuelas del estructuralismo francés, danés y norteamericano (con sus respectivas terminologías), me parece estratégico abordar en esta ocasión los aspectos correspondientes a la estructura profunda de la décima edición de la novela de Don Andrés L. Mateo, El violín de la adúltera (2023), conjuntamente con las características que a mi juicio constituyen puntos de inflexión entre la verbalización ficcional y el discurso literario en sí mismo. Y es que mi perspectiva de análisis ya es conocida por ser tanto inmanente como trascendente, sin apego a ningún sesgo literario ni filosófico debido a mi marcado ejercicio de exégeta de textos seglares, y no así de crítico literario.

El violin de la adultera.Novela de Andrés L. Mateo

Empezaré diciendo que la novela de Andrés L. Mateo es contada por un personaje homodiegético, cuya primera persona del singular corresponde al licenciado Néstor Luciano Morera. Se trata del actante principal de la narración, para usar un término greimaciano, puesto que introduce, permea y concluye todo el relato. Su existencia irreal, se presenta atormentada por escritos anónimos que le advierten que su mujer, la bella Maribel Cicilio, le está siendo infiel con el maestro de violín, el misterioso profesor Casteleiro. En este sentido, las metáforas principales de la narración verbalizan en términos literarios una supuesta infidelidad matrimonial y el suplicio que atormenta a la víctima del presunto acto.

“Vi cuando las bandadas de ciguas desfilaban al olvido, perdiéndose en la superficie del espejo, una detrás de la otra, calladitas. Pero los sonidos de cada palabra del anónimo eran como si me hubieran regalado una orquesta, sonando dentro de mí, cada tormento cercándome con el tormento de la duda, y la melodía, toda convirtiéndose en la centinela de mi insomnio”. (Pág. 8).  

Desde ese primer suceso, los actantes se introducen dentro en el existencialismo, ya que el lenguaje simbólico gira en torno a la existencia y, en ocasiones, a la esencia, especialmente, del personaje principal. Es por ello que el Licenciado empieza a contar su estado de ánimo, sus emociones, y aunque la fuerza de la cultura y de la tradición no permite que un hombre llore ante el más mísero sufrimiento, su maltrato emocional lo hizo sucumbir.

“Llorar no es la hoguera final del sufrimiento, pero a uno no lo han educado para gemir las penas. Desde niño te reprimen el llanto, te atajan la congoja, te acomodan la consciencia para que aguantes como un hombre –coño- los ramalazos inesperados de la vida” (pág. 9).

Es así como el lenguaje anafórico y las locuciones interjectivas se constituyen en desahogo de un alma que se percibe sumida en una depresión cuyos signos más notorios son su propia y amarga existencia; la cual es atormentada por su propia mente y por la cultura, lo inminentemente social que lo reprime y lo inquieta. No obstante, la capacidad de resiliencia de este personaje lo hace luchar contra parte de la fuerza social, de su formación machista impuesta por sus progenitores en su hogar, para de ese modo administrar alivio a su alma dolida:

“Lloré, esa única lágrima corriendo por mi mejilla izquierda…No podía estar con mi papel azul en las manos…Odié las letras enjirafadas que describían la culpa…Odíe, sí, lloré por pendejo…Odié sin destinatario”… (p. 10)

En la literatura existencialista es el propio ser humano quien define su percepción. En esta corriente se afirma que el ser humano sólo puede existir en cuanto cree significado para su propia vida y este es el reto del Licenciado Néstor Luciano Morera, tener la libertad de solucionarlo todo y seguir adelante con su vida. El problema es que la información le llega de una secuencia de anónimos que no contienen ningún rastro nimio de su autor. Podría librarse de una mujer simbólicamente infiel, pero ¿Cómo podría saber si realmente lo era? Para colmo, hemos de imaginar que sus relaciones sexuales con Maribel Cicilio habían aminorado, en vista de la confusión que le causó el beso de Margarita Dalmau, impreso sobre el papel; aquel que le había regalado esa compañera de estudios mientras ambos cursaban la carrera de derecho en la UASD. Sí, la bella Margarita Dalmau, alta y delgada, quien le insinuaba amor sin resultados, puesto que el cariño que sentía por Maribel Cicilio era mucho más poderoso que el que cualquier ave de paso pudiese dispensarle.

No era para menos. A Maribel Cicilio la había conocido desde su mocedad. Era ella quien en reiteradas ocasiones introducía su mano derecha por la cremallera de su pantalón, logrando despertar al monstruo de sus emociones, al tiempo en que escuchaba la misa en la iglesia, profanando así el lugar santo y, al mismo tiempo, encantando al joven con el éxtasis de la exaltación de su imberbe y simbólico miembro viril.

Esta dualidad simbólica es una constante en el arte verbal de nuestro autor, puesto que similar imagen se percibe en otras de sus obras en la que confluye la metáfora del placer con el símbolo de lo sagrado, confluencia con la que los actantes alcanzan el éxtasis del alma, independientemente de cualquier función social o religiosa que simbolicen. Verbigracia, la diégesis de los personajes de “Pisar los dedos de Dios”, en el que la relación entre el lugar de adoración no tiene capacidad de anular la condición humana, concretamente, la sexualidad humana, en tanto parte instintiva e inherente a la biología de las ánimas.

Ahora la diégesis de Néstor Luciano Moreira se dirige a investigar si en realidad las visitas de Maribel Cicilio al profesor Casteleiro eran realmente sesiones de clases o tiempo oportuno para serle infiel. ¿Será este maldito violín solo una excusa para traicionarme? Se pregunta. La persigue. Llega hasta la casa del maestro, pero le falta hombría para vengar lo que hasta el momento sólo existe en unos malditos anónimos. Por ello, el existencialismo que matiza la vida de este personaje se encuentra condicionado por el conjunto de circunstancias que escapan de su saber.

Otro elemento que influye en su inestabilidad existencial adquiere personalidad en el mensajero de la empresa, “un maricón de carroza cuya feminidad nos es ya natural y tolerada”, afirma el Licenciado Néstor Luciano. Es él quien porta los anónimos en ese fatídico sobre azul que le entrega con la única informalidad de no poseer un remitente. Es más que evidente que se trata de un manuscrito a lápiz, ya que este mismo personaje visualiza en el papel trazos urbanos, lo cual no era difícil de identificar para un abogado de aquellos tiempos, cuyo dominio gramatical, ortográfico y caligráfico constituía el primer representamen de su profesión; sumado a que en la era del Tirano, época en la que se infiere que se ambienta la narración, la mayor parte de la población mundial era analfabeta. Pero no hay indicios claro que muestren que el personaje Elso, fuera el autor de dichos anónimos, salvo el estima que deviene de su autoaceptada condición homosexual.

Elso, sin embargo, no constituía un elemento hostil para el Licenciado Néstor Luciano Moreira. Todo lo contrario. Se describe como una persona servicial, responsable, amable, solidario, etcétera. El problema era el qué dirán las personas de la empresa y de la ciudad al enterarse que sólo el Licenciado Néstor Luciano Moreira había visitado a Elso, posterior a una pelea que protagonizó en defensa de su amante de paso, un bugarrón que además era ladrón y traidor. Había perdido un ojo en dicho pleito por lo que la condición de tuerto se sumaba a la de negro, pobre y maricón. Esto lo introdujo dentro de un existencialismo fatal que haría del resto de su vida una pesadilla, hasta que un día logra materializar por sí mismo el final de sus días.

El licenciado no había tenido nunca dudas de su condición sexual, sobre todo porque ya había penetrado a Maribel Cicilio en más de una ocasión, pero los anónimos y también la empatía que había logrado con Elso lo hacían temer porque a veces Elso osaba colocar su mano derecha sobre su hombro izquierdo. Era más que evidente que su delicia se encontraba en las fuentes mamarias de una mujer, aquella que sólo podía disfrutar desde su escritorio, Ligia Monsanto, con la que nunca fue posible consumar ningún acto impropio porque su formación cristiana le impedía ir al lecho con alguien distinta a Maribel Cicilio.

 

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do