El que tropieza y no cae adelanta camino. Cabe interpretar el tropezón en su significado inmediato o con valor metafórico. Hay una piedra. Tropiezo. Doy unas zancadas o unos saltitos y evito la caída. Me encuentro unos metros más avanzado que lo estaría si no hubiese sufrido un tropezón. ¿Gané tiempo? Gané desde luego espacio. Un par de metros. O bien, cometo un error en mi negocio, mi no-ocio, y de ello aprendo. Adquiero experiencia.

Mi abuelo Alejandro es el que, desde pequeñito (yo, no mi abuelo, ¿pero desde cuando lo sabía él?) me inculcó el dicho del tropezón y la ganancia. También me decía que la experiencia es la más inútil de las ciencias. De modo que se hace realidad aquello de que sólo el hombre (y la mujer, no quieran las señoras echarse en esto atrás) es un animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Qué digo dos, en todas o casi todas las que se presentan tropieza, porque es un animal de costumbres y, además, la vida es un pedregal.

El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Esto se le ocurrió a un buen hombre borgoñés ante un coq au vin, tal vez sobre todo ante el vin. Bernard de Fontaine, abate de Clairvaux, debió de sufrir muchos desengaños y dijo L’enfer est pavé de bonnes intentions. Tendría por ello que haberse consumido en los fuegos infernales; ponía en duda el valor de las buenas obras, colocaba más piedras en el camino, propiciaba tropezones innúmeros, derramaba el vino sobre un mantel impoluto de hermosísimos bordados, dejaba enfriar el gallo en la cazuela. Y, sin embargo, la frase lo coronó de santidad. Además, fundó el Císter.

Pero es que santos y dioses también tropiezan. No lo digo yo, lo dice el dramaturgo español Ignacio Amestoy o, mejor, lo dice Apolo según Amestoy en Aquiles tienes un problema: “Todos nos podemos equivocar. Sobre todo, los dioses”. Atenea le matiza: “Unos más que otros”. Se inicia una discusión, Apolo armó un problemón en Troya, Atenea no desaloja a los indignados que han ocupado el templo de Delfos y, si el caos reina en Delfos, es que los dioses están amenazados por el caos. Por eso la diosa vota la democracia y el dios le pide que envíe a la policía a echar a los indignados. Reflexionemos. Si en el cielo todo está manga por hombro, ¿cómo no vamos a tropezar los humanos, una y otra vez, en la misma piedra? Quien no vive no yerra. O el que tiene boca se equivoca.

¿Quién se equivocó, la madre Tetis escondiendo a su hijo en el gineceo o Aquiles aceptándolo? La pintura (hay un hermoso cuadro de Rubens en El Prado) se ha fascinado por esta posible cobardía, este tejer y destejer de la personalidad de Aquiles. ¿Hasta dónde alcanza el deber protector de una madre y hasta dónde puede llegar la autoprotección del joven? Aquiles comprende su error: “He malgastado mi tiempo pasado, no quiero malgastar mi tiempo futuro”. Por eso siente que debe dejar de esconderse y viajar a la guerra de Troya. Aquiles ha descubierto que la paz, muchas veces, no se gana ni desde el salón de la casa burguesa ni desde el mitin. Ha aprendido que cuando la guerra (toda lucha cotidiana) llega, la conversación sirve solamente para que se combata  ̶̶ lo dice el Apocalipsis ̶  con la espada de la boca. La boca, sí, pero sin olvidar la espada. El poeta Vicente Aleixandre también lo expresó al titular un libro  Espadas como labios.

Dialogar no es rendirse, sino estar convencido de que debe valer más la razón que la fuerza. Aquiles comprendió sus errores y fue a combatir a Troya, con el peligro de morir. También en la discusión los argumentos del contrario pueden ser más convincentes que los propios y es necesario ceder. Del error nadie está libre, ni los dioses. Tampoco perder significa haber sido derrotado. Y esto es sobre todo cierto cuando el enfrentamiento lo fue de palabra. Y no me venga usted, lector, con aquello de que a Dios rogando y con el mazo dando, porque el refrán no se refiere a lo que ahora hablamos. Mejor éste: Dios castiga sin palo ni piedra. Pues entonces, hablemos.

 

Jorge Urrutia en Acento.com.do

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