Una mirada a los diseños curriculares de los países de Latinoamérica, con algunas excepciones, revela el planteamiento del saber leer como mera técnica o arte que consiste en interpretar escritura. En muy bajo porcentaje de estas propuestas se asume una cuestión fundamental para la adecuada formación de ciudadanos con talento y sensibilidad humana y, por supuesto, con capacidad de hacer uso de la ciencia y la tecnología en favor del bien social y personal. Ante este desacierto colectivo, resulta imperativo definir lo que necesitan leer nuestros jóvenes para poder hallarse en condición de usar las máquinas, en su propio ejercicio profesional y cotidiano. (Decoing, Patricia (2020) Sistema educativo en América Latina. Hol Open Science. PDF).

En el sistema educativo dominicano también reluce el énfasis impreso en la lectura reducido a aspectos subliminares que se cimientan exclusivamente en un saber técnico que degrada la actividad lectora al mimetismo propio de las máquinas, que no pueden pensar, pero sí pueden ejecutar órdenes, las cuales se extienden desde la interpretación de mensaje oral a escrito y de una lengua a otra, etcétera. El ejemplo más cercano lo constituye Google, puesto que los usuarios pueden hablarle desde su dispositivo, mientras el robot escribe, responde y traduce de un idioma a otro, etcétera (Panorama educativo en América Latina. Unesco (2022):https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000159358).

El centro del debate, por lo tanto, pudiera girar en torno a las siguientes cuestiones: ¿Hasta qué grado podrá el aparato educativo formar sujetos mecánicos, que sólo ejecuten instrucciones, sin pensar en los alcances de sus actos? ¿Será posible concebir ciudadanos que amen y preserven su legado patriótico sin conocimiento, sin literatura, sin historia, sin artes, sin ciencia y sin cultura?

Algunas posturas incitan la idea de que para nada sirve leer filosofía, historia, lingüística y literatura. Evidentemente, ese ha sido el criterio predominante que han seguido los países más atrasados del mundo, dentro de los cuales el nuestro no es para nada la excepción

En este contexto, el qué leer desde el currículo adquiere especial importancia. Si dicho objetivo apuntalara a la preservación del humano y de su hábitat, resultaría indispensable el estudio de las obras que proporcionan esa formación. No se trata, pues, de ver pasar el tiempo leyendo trivialidades de las tantas que abundan por las redes de Internet, sino de la puesta en ejecución de políticas públicas que se asuman con voluntad y compromiso, cuyo norte sea la formación de ciudadanos éticos, es decir, educados en sentido pleno.

Si este fuese el para qué del leer, habría que pasar del paradigma de lectura interpretativa al de la lectura académica o comprensiva. Sería una gran ventaja el que nuestros universitarios pudiesen trascender los textos que leen, sin la necesidad de copiar de forma íntegra a los autores, dada la carencia de destrezas básicas del pensamiento que no les permite analizar, sintetizar, asumir, comparar, refutar, justificar, objetar, parafrasear, etcétera, manteniendo el respeto siempre por la fuente base de lectura. Esta una de las razones por la que un alto porcentaje de los estudiantes de programas de posgrado no pueden redactar sus tesis final, por lo que se dice que algunos incurren en la práctica ilícita de pagar a los hacedores de tesis, identificados por un mismo y tortuoso esquema narrativo: "el copia y pega".

Algunas posturas incitan la idea de que para nada sirve leer filosofía, historia, lingüística y literatura. Evidentemente, ese ha sido el criterio predominante que han seguido los países más atrasados del mundo, dentro de los cuales el nuestro no es para nada la excepción. Los resultados relucen en el aumento vertiginoso del analfabetismo elemental y funcional, la delincuencia y la inseguridad de todo tipo, etcétera.

Es más que imperiosa la necesidad de curar los males que por décadas han afectado a nuestro sistema educativo. Urge la necesidad de definir el qué, es decir, lo que deben leer nuestros jóvenes durante los años de educación obligatoria, en función del país que queremos. ¡Estamos a tiempo!

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do