Empecemos por hacerle a usted, lector, una pregunta y respóndasela a sí mismo, para que pueda entender el sentido y propósito de este artículo: ¿a qué edad en su infancia lo llevaron a la escuela y empezaron sus estudios?
Esa primera pregunta es clave.
Difiere en distintas personas. Puede ir desde los 4 a los 7 años.
No importa, porque la segunda pregunta es la fundamental: ¿En qué momento, en qué curso, desde la primaria, el bachillerato o la universidad, le enseñaron a usted cómo se aprende, le enseñaron a aprender? ¿Cuándo le dieron esa materia?
La respuesta suele ser nunca.
Y entonces viene lo que para mí es el mayor error de nuestra educación, a todos los niveles; la base de todos nuestros errores y el origen de la baja calidad educativa que hay que corregir con urgencia.
¿Es decir que forzamos a un niño de 4 a 7 años a improvisar, a inventarse, una estrategia de aprendizaje en vez de proporcionársela?
¿En vez de enseñarle a aprender, de enseñarle cómo se aprende, lo obligamos a asimilar contenidos sin entrenarlo en la manera más eficiente para lograrlo?
Ese lamentable error está en el origen de la alta tasa de deserción escolar, de frustración, de bajas notas y de pobres resultados.
Queremos que los estudiantes aprendan, pero no les enseñamos cómo se aprende.
¿No se nota lo absurda de esa pretensión?
Los analfabetos del siglo XXI, según Toffler
Hace 54 años, Alvin y Heidi Toffler sacudieron el mundo con un libro parteaguas: El shock del futuro.
En él pronosticaron lo siguiente: “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”.
Ya estamos en el siglo XXI. Y no sabemos aprender, desaprender y reaprender. Los profesores universitarios repiten información obsoleta y desactualizada, la misma que recibieron de sus profesores cuando estudiaron. Ni a ellos les enseñaron a aprender, desaprender y reaprender, ni tampoco ellos pueden enseñarlo a sus alumnos. Estamos titulando analfabetos del siglo XXI. ¿No es eso en sí mismo escandaloso?
La rapidez con la cual avanza el conocimiento, la cantidad de información que se vuelve obsoleta y errónea con cada avance científico, con cada mejora en la tecnología, con cada nueva herramienta intelectual o metodológica, es vertiginosa. Mucha de lo que creemos conocimiento y que ocupa espacio en nuestro cerebro hace tiempo que dejó de serlo. Es más basura que información de valor.
Educamos y formamos a los jóvenes para el futuro y es imposible hacerlo con información y métodos obsoletos. Con información caduca y errónea. Eso implica la responsabilidad de aprender, desaprender y reaprender de manera continua. El aprendizaje continuo es la única manera de existir en el siglo XXI, lo queramos entender o no.
La primera y principal tarea de la educación
El educador tiene la responsabilidad más importante en una sociedad: perfila y pone en ruta los cerebros y mentes de sus alumnos hacia decisiones claves para su futuro. Detecta talentos, estimula, cultiva y conecta con las fuentes de aprendizaje a sus educandos.
También puede ser para ellos una piedra de tropiezo, un obstáculo, una razón más para tirar la toalla.
Hay tres competencias que la escuela (a todos los niveles: primaria, secundaria, universitaria y posuniversitaria) debe cubrir por sobre cualquier otra, porque es la base de que las otras puedan realizarse:
- Enseñar a aprender, convertir al alumno en un aprendedor eficiente
- Entrenar en lectura eficiente, enseñar a extractar, transferir y convertir información de los libros al cerebro y del cerebro al cuerpo a través de la práctica mejorada.
- Adiestrar en cómo pensar de manera efectiva, cómo discernir, evaluar, contrastar, separar hechos de opiniones y tomar decisiones informadas y fundamentadas.
Esas tres competencias son las más importantes, porque, el adquirirlas nos facilita adquirir cualquier otra. Si sabemos aprender, sabemos leer de manera eficiente y sabemos pensar de forma efectiva, no hay conocimiento alguno que se nos dificulte. Cada persona las aplicará y ejercerá en los campos en que su vocación, talentos e intereses lo muevan.
Y serán brillantes, porque todos hemos traído un bagaje de talentos, dones y vocaciones para destacar, sobresalir y brillar, solo que no nos han dado los medios para lograrlo que son esas tres competencias.
Y de las tres, la más importante es la primera, porque de ella se derivan las otras dos: aprender a aprender es clave.
¿Qué nos conviene conocer para aprender a aprender?
Lo primero es descubrir cuál es nuestro canal perceptivo dominante, cuál sentido nuestro cerebro prefiere para adquirir información.
¿Somos aprendedores visuales, auditivos o kinestésicos? ¿Nos estimulamos más por la vista, por el oído o por la manipulación o el movimiento del cuerpo?
Descubierto nuestro canal dominante es inteligente convertir a él la mayor parte de lo que necesitemos aprender.
Solemos ser predominantemente uno de los tres y secundariamente otro, y tener un tercero poco desarrollado.
Centrémonos en el primero y en el segundo, en ellos nuestro cerebro opera con mayor eficiencia y producirá mayor resultado.
Ahora movámonos a descubrir cuál es nuestro tipo dominante de inteligencia. Aquí nos auxiliaremos del concepto de inteligencias múltiples. Nos permitirá descubrir dónde están mayormente nuestros talentos, dones y vocaciones, respetando que hay otras personas que tienen mayor talento, dones y vocaciones para otras inteligencias, y eso ni las hace menos a ellas, ni nos hace menos a nosotros.
Las principales conocidas parten de la clasificación de Howard Gardner:
- Inteligencia verbal o lingüística
- Inteligencia lógico-matemática
- Inteligencia espacial
- Inteligencia musical
- Inteligencia corporal-kinestésica
- Inteligencia intrapersonal
- Inteligencia interpersonal
- Inteligencia ecológica
De la combinación de ellas derivan otras. La inteligencia emocional, por ejemplo, es una combinación de las inteligencias intrapersonal e interpersonal.
Aprender a establecer el sentido, propósito, proceso y meta de aprendizaje
Nadie puede aprender por nosotros. Las personas pueden facilitarnos u obstaculizarnos el aprendizaje, pero no nos pueden sustituir. Nadie puede suplantarnos. Es algo que nos toca.
Empecemos por activar el propio cerebro. El cerebro se activa con preguntas, así que preguntémonos:
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¿Qué nos conviene aprender?
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¿Cuál es el propósito de aprender ese tema o disciplina?
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¿Cuál es nuestro nivel de información sobre la misma?
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¿Cómo se aplica y qué usos tiene ese conocimiento en el desempeño y la vida?
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¿En qué me beneficia saberlo y en qué me perjudica ignorarlo?
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¿Qué grado de información y dominio quiero y me conviene adquirir en el momento sobre el tema o disciplina?
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¿Qué proceso requiere pasar de mi nivel actual de conocimiento al nivel de conocimiento que me conviene e interesa adquirir?
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¿Qué indicadores deben confirmarme si adquirí o no el nivel deseado?
A partir de este cuestionamiento, deben aclararse mis razones personales de aprendizaje, el sentido que tiene ese aprendizaje para mí, su conveniencia y el nivel de dominio que me propongo.
Entonces procede:
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Establecer un Plan de Aprendizaje
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Fijar metas parciales, etapas en el proceso de adquisición
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Definir un compromiso personal de aprendizaje
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Aprovechar las cinco vías de aprendizaje y darnos tareas en cada una
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Revisar, evaluar y confirmar externamente mis avances con un mentor cualificado
Todo esto, punto 5, consultado y consensuado con un mentor, alguien experto en el campo a aprender y que nos pueda retroalimentar y verificar nuestro progreso.
Llegado a esta etapa del proceso, hay que descubrir las distintas vías que podemos implementar en el aprendizaje.
Como sabemos, hay cinco vías de aprendizaje:
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El aprendizaje académico, formal
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El aprendizaje complementario
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El aprendizaje en línea
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Aprender de un mentor
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Aprender por prueba y error, aprendizaje experiencial.
Mientras más vías de estas implementemos, mejor.
¿Por qué aprender es un trabajo?
Definidos un propósito, un tiempo y unas metas, procede organizar la información a adquirir, las competencias a desarrollar y aplicar distintas técnicas que construyan las habilidades y los conocimientos que nos hemos propuesto alcanzar.
Aprender significa crear una habilidad, una capacidad. Es un trabajo. Va más allá de transferir una información desde unas páginas al cerebro. Adquirir la información no es aprender, aunque es parte del aprendizaje, porque el aprendizaje es la construcción de un conocimiento y eso es imposible de lograrlo mediante la mera información: implica apropiarnos, instalar en nosotros esa información, confirmarla, verificarla, validarla y comprobarla mediante la práctica y no, no solo implica al cerebro: abarca a todo el cuerpo. El aprendizaje no es intelectual o cerebral, es celular, es corporal.
Hoy ya ha sido comprobado por la ciencia que la célula, toda célula, es capaz de aprender y es capaz de conservar ese aprendizaje, de tener memoria.
Procede que nos adiestremos en estrategias tanto cognitivas como metacognitivas en nuestro proceso de aprendizaje.
El trabajo de aprender supera al simple trabajo intelectual, porque implica, por igual, la adquisición de un nivel de destreza y competencia, la construcción de una habilidad.
A todo lo que le aplicamos un esfuerzo y un tiempo en procura de producir un resultado útil y valioso para fines propios o de otros se le puede denominar trabajo. El aprender es un trabajo, sin dudas.
Aplicar distintas técnicas de aprendizaje
Algunos de los procedimientos que son propios del trabajo de aprender son:
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Delimitar el objetivo
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Seleccionar las fuentes (las cinco vías) y activar el conocimiento pasivo
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Hacer una prelectura, categorizar la información y codificarla en colores
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Aplicar la lectura eficiente:
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1) Buscar activamente los 7 tesoros de un texto
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2) Conceptos claves
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3) Resaltar y subrayar
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4) Preguntar al texto
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5) Hacer un resumen
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5) Elaborar un esquema
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6) Visualización y creación de imágenes y
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7) Lectura implícita e inferencial, crítica
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Hacer un mapa mental del material estudiado
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Codificar en imágenes el mapa mental
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Aplicaciones oportunas prácticas al aprendizaje y destrezas asociadas, entender el provecho derivado del dominio del campo.
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Aplicar técnicas de consolidación: Encadenar, Perchar, repaso espaciado, incluyendo la técnica LOCI y recursos mnemotécnicos: rimas, etc.
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Autoevaluación: asumir roles: profesor, experto, contradictor, examinador. Verificación de avances.
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Emplear técnicas y procedimientos útiles para el proceso de aprendizaje: Pomodoro, Técnica Feynman, etc.
No son todas, no es una lista exhaustiva, pero sí suficiente para nuestros fines: aprender de manera autónoma cómo aprender.
También, oportuno es decirlo, no es una acción solitaria. Son recomendables: a) tener un mentor, un experto que nos dé retroalimentación y nos acompañe en el proceso de aprendizaje; b) tener compañeros con los que aprender y practicar.
Aprender es una responsabilidad personal
Nadie puede aprender por ti. Nadie puede enseñarte lo que no te interesa aprender. Es una tarea que no puedes delegar en otro.
Aprender toma un tiempo, un esfuerzo y demanda ciertas competencias.
Ahora, también vale la pena saberlo, es gratificante.
Es un reto, un desafío.
Estimula nuestras hormonas de la felicidad y genera dopamina, endorfinas y oxitocina, cuando aprendemos con otros.
Igualmente, tiene componentes positivos de adrenalina y cortisol, que ponen el cuerpo en movimiento.
Muy importante: el aprendizaje tiene un fuerte componente conductual, se expresa en comportamientos y en nuevos hábitos.
Solo cuando cambiamos, hemos aprendido.
Y también asumir la responsabilidad por el propio aprendizaje nos relaciona y conecta con otras personas con los mismos intereses. Participamos de una cultura de aprendizaje, crecimiento y desarrollo.
Una sociedad es lo que sus ciudadanos son.
El cambio personal es la base del cambio social.
Cuando cambiamos por el aprendizaje hicimos un pequeño cambio que cambió el mundo. Y que impacta no solo a nuestra vida, sino a muchas otras: pareja, hijos, parientes, vecinos, amigos, colegas, compañeros de trabajo, conocidos…
Cierro con mi frase favorita de Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”.