El Dr.Antonio Díaz Mola, de la Universidad de Málaga, España, resaltó la calidad de la novela Luces de alfareros, de la escritora dominicana Ana Almonte, editada por Araña Editorial, de Valencia.
En la revista Analecta malacitana, revista de la Sección de Filología de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de Málaga, el poeta y filolólogo Díaz Mola sostiene que que Ana Almonte, subordinando lo narrativo a lo poético (aunque sin desdeñar la construcción convencional del género novelesco) consolida una voz humanista moderna y preocupada por mantener su credibilidad artística.
Ana Almonte, además de cursar la licenciatura en Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) hizo una maestría en Ciencias Humanas en la Universidad de Sevilla, España, con énfasis en filología y literatura.
Antes de su reciente novela publicó el libro Dos caras y otros cuentos, y tiene en proceso la publicación de su poemario Remiendos de arena.
A continuación el análisis del Dr. Dr.Antonio Díaz Mola, de la Universidad de Málaga, sobre la narrativa de Ana Almonte:
Ana Almonte (2024): Luces de alfareros, Araña Editorial, Valencia, 298 pp.
Luces de alfareros (Araña Editorial, 2024), de la autora dominicana Ana Almonte, constituye un sorprendente artefacto narrativo donde la prosa se sustenta de fuertes cargas de poeticidad y simbolismo, siendo la novela que nos ocupa, por consiguiente, un eje de intersecciones conceptuales que ahonda en la entidad viva del tejido textual. Así, la proyección lógica y convencional existente en esta obra discurre por una senda de exploración fragmentada que viene a simbolizar el éxodo bíblico a través de catorce episodios o relatos: «Preludio. Una oruga en la hoja», «Nadar en el fondo», «Una promesa», «Zamira, las torres», «La vida en práctica y teoría», «Un hombre correcto», «Dalsy: su vaivén», «Dunda Dabrowski, una mujer», «Ruido de silencios», «Un gramo de duda», «Ojos de sol», «Sortilegio de un acontecer», «De nuevo, El Génesis», y «Epílogo».
Cabe señalar que cada capítulo funciona con total autonomía, y tal constatación actúa como rasgo significativo de la novela, pues, en efecto, está construida a partir de narraciones bien delimitadas e independientes que, en enérgica conexión, posibilitan la concreción de un significado global en sintonía con lo que Gadamer, basándose en el horizonte de expectativas de los lectores, denominaba dialéctica del texto.
Así, estamos ante una novela dinámica que confronta ideas y prejuicios para fijar, de forma ineludible, una subjetividad valiente, dialéctica y operatoria que toma partido por causas concretas. Podemos, a este respecto, hacer notar cómo el imaginario aborigen se aborda desde un enfoque de dignificación que expone la consecuencia primigenia (y genérica) de la lucha social minoritaria, de forma que la implicación ideológica se inserta en el fondo del motor narrativo para dar cobertura a una conciencia plena del mundus intelligibilis.
Sin embargo, no solo prima la razón y la introspección cognitiva como elemento detonante de una panorámica realista para retratar nuestra estancia en mundos interiores y exteriores, sino que Luces de alfareros también está atravesada por la ya aludida subjetividad, y a partir de ahí es posible rastrear componentes poéticos que extienden el sentido de la trama a temperamentos individuales que son tratados con profundidad psicológica, hecho que, en la inercia de la recepción, nos pone a salvo de posibles desviaciones interpretativas.
Dicho de otro modo: al implicarnos en el sueño vital de cada personaje, Ana Almonte logra que los lectores atentos y concentrados quedemos sujetos a una atmósfera de adhesión explícita. Por tanto, como resultado de tal identificación emocional se produce el hallazgo de una liberación que nos asigna un sitio privilegiado: el de vivir múltiples vidas en la secuencia y el destino de personajes, a priori, ajenos a muchos de nosotros.
Todo ello nos hace estar en condiciones suficientes para justificar que no sólo es posible localizar una conciencia racional, estricta y aséptica en Luces de alfareros, puesto que dicha conciencia, si bien sostiene el cimiento narratológico de las múltiples tramas, también interacciona dialécticamente desde las coordenadas de un mundus sensibilis donde se dimensionan categorías afectivas que validan nuestra experiencia práctica como mecanismo de cambios trascendentales.
Por esta razón, el referido rótulo de poeticidad se liga a las categorías platónicas de mundus intelligibilis y sensibilis. Y aún más: dicha poeticidad, como trabazón de períodos narrativos, propicia una significación no exclusivamente ornamental o espuria, pues contiene una potencia semántica que facilita correspondencias no exentas del relato. Entonces, inmanente al propio tejido textual, puede afirmarse que la poeticidad opera como acción lingüística y literaria porque es en sí misma un doble rasgo transversal en el conjunto de la novela, y, además, inyecta resortes de dinamismo mediante la plasmación de deseos amorosos. Obsérvese, por ejemplo, cómo se presenta el escenario fértil del sentimiento correspondido: «Parece amor a primera vista. Contrajeron nupcias bajo la bendición de sus orgullosos padres, quienes veían en el joven a un ser humano ejemplar» (p. 133). Un amor bien considerado, unánime, consumado rápidamente y capaz de armonizar la coincidencia de los estados de ánimo entre la hija, sus padres y el entorno.
Aunque el texto continúa y opone al idealismo del amor la turbación de incertidumbres y pesadillas, la temperatura general (no solo de la potencia amorosa, sino de temáticas universales como la vida, el tiempo o la amistad) es equilibrada con auténtico dominio técnico, y, asimismo, favorece un clima de luz amable donde reconocerse en la otredad.
Se infiere que, en realidad, la carga de poeticidad y simbolismo en Luces de alfareros entreteje ideas universales para actualizarlas desde hechos anecdóticos del día a día. De esta forma, la supuesta solemnidad de temáticas universales queda formulada a través de circunstancias vivificadoras en un espacio real, cotidiano, verosímil, que permite concebir la adhesión emocional (emanada del nutritivo encuentro entre lector y autor) como un código solidario de participación conjunta. Así, Ana Almonte revela la superficie oculta de un mundo abierto a la intemperie donde es fácil perderse, y que precisamente por su condición antropológica de espacio transitado, recorrido y explorado, nos conduce (a la postre) a un significativo descubrimiento del yo íntimo. Un yo en convivencia con la multiplicidad de un tú abarcador. La subjetividad se erige como interlocutora de transformaciones, asimilaciones y representaciones de un éxodo que es viaje iniciático y aprendizaje de vida. Nuevamente, se aprecia cómo se conforma una dualidad dialéctica de conceptos (más allá de lo intelligibilis/sensibilis o del yo íntimo/tú abarcador) representada en el aura religioso del éxodo que se ve simbolizado en la novela como itinerario (o vía crucis) de doble dimensión, pues el exterior físico y tangible se mimetiza con el interior onírico e introspectivo. Y, por supuesto, ambos planos se mimetizan y trascienden. Así, lo exterior y lo interior, como caras de una misma moneda, representan un crisol intercambiable de significaciones.
Pero lo religioso, aun cuando sirve de planteamiento argumental y simbólico, también impregna desde los postulados de su esencia ontológica la temática transversal del amor. Es posible subrayar la presencia de un sentimiento amoroso abnegado. Obsérvese, a propósito de tal premisa, la siguiente declaración: «Cuántas veces le había visto en situaciones maravillosas ayudar con desprendimiento, carácter en la voz y sabiduría de quien hace las cosas sólo por amor» (p. 274). Se trata, por tanto, de un amor que da cobertura a numerosas coyunturas en las que el sentimiento, como entidad atributiva de las relaciones humanas, penetra en vericuetos tales como la memoria, el despecho, la reconciliación o la melancolía.
Estos ingredientes aportan una clara visión humanista del artefacto narrativo, sobre todo si se entiende, como aquí consignamos, en calidad de formato idóneo para la exposición de un conocimiento revelado a partir de la compleja red de interacciones entre personajes, tramas y asociaciones lectoras.
Así, Luces de alfareros constituye un laberinto social de implicaciones trascendentales, es decir, de desarrollos temáticos y argumentales (como el amor, tan traído en la presente reseña) donde la consideración acerca de la técnica prosística se adentra por códigos de poeticidad que vinculan el fundamento poético a la extensión narrativa de «contar una historia». De este modo, la proyección narrativa de un éxodo bíblico transmutado en exilio y peregrinaje contemporáneo equivaldría a pensar en lo poético como un eje multidireccional, como un recurso que permite al autor situarse en un pretérito concreto, a partir del cual el lector reconoce las distintas referencias que surjan a lo largo de la trama y de las subtramas.
En definitiva, podemos afirmar que Ana Almonte, subordinando lo narrativo a lo poético (aunque sin desdeñar la construcción convencional del género novelesco) consolida una voz humanista moderna y preocupada por mantener su credibilidad artística.
Hay en esta novela la afirmación misma de la poeticidad prosaica, y tal atributo da buena cuenta de que la narrativa es, ante todo, una sistematización de mezcolanzas, hibridismos y renovaciones. Sin lugar a duda, y a tenor de las maravillosas iridiscencias del fuego verbal presente en Luces de alfareros, concordamos aquí con lo que en el siglo pasado manifestó Roberto Bolaño en el programa «La belleza de pensar». Recordemos que para el autor chileno la más notable poesía en los últimos tiempos se encuentra dentro de novelas y relatos, poniendo como ejemplo paradigmático el Ulises de Joyce. Con razón puede afirmarse entonces que Ana Almonte ha sabido conjugar la tensión narrativa con el ágil vuelo lirico, la prosodia pausada del diálogo con el trasfondo tembloroso de la inquietud y el sobresalto humanos, y, en suma, la estabilidad de la tradición con un prurito renovador de firme personalidad literaria.
Antonio Díaz Mola