A Ibeth Guzmán, por ponerme hablar sobre el tema, en su Diálogo Académico. 

Hace varios años, que tuve la primera oportunidad de participar ̶ presencialmente ̶ en «Diálogo Académico», que coordina y dirige la escritora y doctora Ibeth Guzmán, en esa ocasión se realizó en el recinto Santiago, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). El tema fue Poesía y Humanidades, titulándola como la más trascendente de esta última. Hace unos meses, vuelve el tema, ahora desde la perspectiva universitaria. Ella me llamó, encontré el tema como extraño, pero cuando me puse a investigarlo para hallar sus antecedentes locales e internacionales, no encontré absolutamente nada. Entonces, ideé realizar algunos apuntes para el conversatorio, sobre lo que yo entendía, como a la mayoría le gustó; otros me escribieron y me dijeron que los escribiera, como lo hizo la propia Ibeth.  Aprovecho también para hacerlo, ya que el pasado 21 de marzo se conmemoró el Día Mundial de la Poesía, establecido por la UNESCO en 1999. Quiénes me conocen, saben que tengo una pésima memoria, pero más o menos, esto fue lo que dije, a grandes rasgos, el miércoles 24 de enero de este año 2024.

No hay que ser un especialista en civilizaciones antiguas, para saber que la expresión hablada fue primero en el hombre que la escrita. La poesía es la comunicación de la creación que se inició en el mágico fluido de la oralidad humana, desde los tiempos prehistóricos, aunque se hace difícil establecer fechas concretas, pero las epopeyas son sus inicios.  Desde la antigüedad, de los griegos a los romanos la poesía nació de la oralidad de los trovadores y recitadores, los que iban diciéndola y declamándola de generaciones en generaciones y pueblos por pueblos. La poesía oral procede desde los griegos con los poemas, la «Ilíada» y la «Odisea», del legendario Homero. En el primero, registra la guerra de Troya. El segundo, narra el viaje de retorno a su hogar del héroe Odiseo, cuando concluyó la batalla. En cambio, los romanos lo hicieron con el poema oral «Eneida», del glorioso Virgilio. Cuenta las históricas hazañas de su héroe troyano. Aún nosotros los conocemos, en su versión escrita; fueron textos que salieron de los actos de habla. Como lo hizo Mesopotamia con Gilgamesh, hace más de dos mil millones de años. La India con «Ramayana» y «Mahabharata». Cada texto expone las leyendas de sus héroes, como patrimonio memorial de la cultura oral y poética de la humanidad.

El ser humano por naturaleza propia posee la facultad de crear y pensar, al menos que no nazca con algún problema neurótico-cerebral. El hombre en la medida que va desarrollándose, lo va perfeccionando para poder formarse e ir construyéndose individual y socialmente. Es decir, el saber se produce y se concreta primero en el ser humano, para luego institucionalizarse. Esto significa, que la poesía es una cualidad primerísima en el hombre, después fue que el conocimiento comenzó a organizarse, entonces nace la universidad como institución de formación superior. La primera que se tiene como la más antigua del mundo, surgió en Marruecos en 859, Universidad de Qarawiyyin, fundada por la señora Fátima Al-Fihri (800-880).

Una de las mejores teorías y definiciones sobre la poesía, la encontramos en el formidable chileno Vicente Huidobro (1893.1948), en su Arte poética: «Que el verso sea como una llave/. Que abre mil puertas/. […] Y el alma del oyente quede temblando. / Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; El adjetivo, cuando no da vida, mata/. […] El vigor verdadero/Reside en la cabeza. / Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema;/ Sólo para nosotros/ Viven todas las cosas bajo el Sol/. El poeta es un pequeño Dios». (Fragmentos, págs. 129-130).[1] En el Poema de los dones, el maestro Jorge Luis Borges (1899-1986), escribió: […] «declaración de la maestría». Arte poética: “Un triste oro, tal es la poesía/ Que es inmortal y pobre. La poesía/Vuelve como la aurora y el ocaso» (Jiménez, 1995, págs. 203-205).[2] En estos versos nos dejó su credo sobre este difícil y complejo arte de la palabra.

Franklin Meses Burgos (1907-1976), escribió varios poemas donde plasma sus conceptualizaciones de ella.  «Esta canción estaba tirada por el suelo y Canción del sembrador de voces», son los dos más reconocidos.  Cada uno tiene su revelación definitoria y su don. En el primero, dictaminó nuestro más connotado poeta de nuestra literatura, el desamparo estatal, social o individual que se tiene de la poesía, hasta cuando en él mismo la ignoraba, descubriendo luego su fantástica grandeza: «[…] Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales/ cuando aún no era mía/esta canción que estaba tirada por el suelo, /como una hoja muerta, sin palabras;/pero ahora ya sé de las formas distintas/que preceden al ojo de la carne que mira, /y hasta puedo decir por qué caen de rodillas,/en las ojeras largas que circundan la noche,/las diluidas sombras de los pájaros». [Fragmento final]. (Burgos, 2006, pág. 78).[3]

En el segundo, se asienta el mágico ritmo musical del viento como símbolo de la poesía, la que siente y ve como una canción que transita en el azar «[…] por los muchos caminos distintos de la vida […]». Sabe de su misterio y su grandeza, la tira para que se vaya regando en la desnudez del aire como un fruto en el río: «Caminando al azar por los caminos, / por los muchos caminos distintos de la vida, / voy tirando palabras desnudas en el viento, /como quien va tirando, distraído, /semillas de naranja sobre el agua de un río». Al principio desconocía su grandiosidad y su origen: «Son palabras dispersas, acaso sin sentido, / palabras misteriosas que afluyen a mi boca, / cuyo origen ignoro». Cuando lo descubre su poder verbal, pondera que es alguien que la coloca en su boca para que él la pronuncie: «Algunas veces pienso que es otro quien las pone/ sobre mis propios labios para que yo las diga. / Y yo las digo; pero, tan displicentemente, / como quien va tirando, distraído, /semillas de naranja sobre el agua de un río». Ante la burla común que se hace de la poesía, Franklin sabe lo que piensa, pero conoce que en su voz poética está también levantado y sembrando su eternidad sobre el tiempo: «La multitud que pasa me mira y se sonríe/ y yo también sonrío; pero sé lo que piensa. / En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo/con esas simples voces salidas de mis labios, /la estatua de mí mismo sobre el tiempo».[4] Hay un soneto de Franklin, que no recuerdo si lo había leído, pero que en esta ocasión no puedo dejar de citarlo. Es una forma diferente en su poetizar, porque parece un simple rejuego de palabras colocadas sin respetar las normas gramaticales, pero que simboliza lo que él piensa sobre la poesía: «Justa   Precisa  Estricta   Estructurada / Concisa   Vaga   Leve  Estremecida/  Amorosa   Sensible  Apasionada /  Desnuda    Reluciente   Amanecida/   Solitaria   Profunda  Desolada/   Fresca    Primaveral   Humedecida/    Telúrica  Celeste  Idealizada/  Infinita   Sorprendida/   Atenta   Desvelada   Vigilante/   Cavilosa    Serena     Delirante/  Humana    Religiosa  Grave  Impía/   Enigmática       Franca     Misteriosa/     Entrañable    Ligera      Vaporosa/  Única          Eterna     Universal    Poesía».[5]  Como podemos observar, Mieses Burgos para definir el sustantivo poesía, agrupa una serie de términos para demostrar su majestuosidad, pero lo hace de una manera muy particular. Cada vocablo lo empieza en mayúscula y con mucho espacio de separación, parecería que estamos leyendo un poeta del siglo XXI, donde encadenan palabras tras palabras en una enredadera rítmica y musical.  Sobre este extraño poema del autor, en la contraportada de la obra ya citada, se subraya: «En la página 183 de este volumen con sus obras completas aparece un poema-juego, a la manera de Lope de Vega en varios efectos del amor, cuyo tema es la poesía “sorprendida”. Se trata de un soneto sin partículas gramaticales unitivas».

Para no dejar fuera, a mi ciudad de Santiago de los Caballeros, de estas apreciaciones, Manuel del Cabral (1907-1999), dijo: «Poesía. Agua tan pura que casi/no se ve en el vaso agua. / Del otro lado está el mundo. / De este lado, casi nada…/ Un agua pura, tan limpia/ que da trabajo mirarla» (Cabral, 2011, pág. 425)[6] [No conozco mejor definición de la poesía que este poema de Cabral. Paul Eluard]. No hay un poeta en el mundo que no haya tratado de definirla, en uno de sus poemas. Aun sea divina para los místicos o creyentes, como sor Juana Inés de la Cruz, o maldita como la de Baudelaire. Ella, esté en la metafísica del ser, en la voz del habla o en la concreción de la lengua, siempre será lo que es: creación.

Universidad y poesía, son dos facultades distintas, un ejemplo de ello, son los aedas citados. Ninguno, tuvo un título profesional, sin embargo, sus obras literarias están por encima de cualquier universidad. Borges es más leído, estudiado y conocido en el mundo, que cualquier centro académico argentino. Franklin y Manuel, son dos poetas dominicanos que están por encima de nuestras universidades, aunque enseñen humanidades. Incluso, muchos se burlaban de Cabral, señalándolo como el poeta analfabeto, porque nunca estudió, pese a que su padre, Fermín Cabral, quiso obligarlo a estudiar derecho. Empero, es uno de nuestros más excelsos poetas nacionales y caribeños, también de la generación de los 40, igual que Franklin Mieses Burgo maestro y creador de la «Poesía Sorprendida». Otro que no se puede quedar es Domingo Moreno Jimemes (1894-1986), el padre e inventor del Postumismo, no obstante, fue profesor y director de una escuela, no llegó a graduarse en una universidad. Es decir, tres de los más ilustres poetas de la renovación de la literatura dominicano del siglo XX, ninguno asistió a un Centro de Educación Superior. Es común, que los más grandes escritores del mundo, no necesitaron de la academia, para hacer sus obras maestras.

Si la universidad fuese tan importante para la creación literaria, entonces los mejores escritores deberían ser los que estudiaron literatura y lingüística, pero todos sabemos que no es así. Es todo lo contrario, cuando escriben literatura no son los mejores. Nuestro poeta Mieses es más trascendente que los graduandos en letras o los que están haciendo vida universitaria. Ahora bien, en las últimas décadas hemos visto, la preocupación de los más jóvenes en adquirir una formación profesional. Esto no era muy común en el pasado, pero ahora parece una necesidad que hasta están realizando doctorado los poetas en literatura y lingüística, o en ambos al mismo tiempo. Otro grupo mayor tiene su maestría, de esta manera, hoy existe una vinculación más estrecha y armoniosa, entre universidad y poesía. Para muestra basta, solo los poetas de los 80, aunque fueron primero creadores que académicos.

Independientemente de eso, un poema bueno nos puede enseñar y aportar más humanidad que las casas de altos estudios, lo digo por mi propia experiencia. Aprendí más en ella, que en las clases de la Maestría en Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Español. Con algunos versos, podemos adquirir más conocimiento esencial y filosófico, que en las aulas. Esto no significa, que el poeta contemporáneo tenga que ser un empírico, aunque también lo puede ser. La única universidad que necesita es la sabiduría de ser el mismo, para poder producir lo que le plazca, con interés y calidad. La poesía le ha aportado más a la lengua que, a sus educadores y estudiosos, porque la lleva a un plano superior: a ser creativa y nombrar como nadie sus sentidos y darle nuevas significaciones.

La poesía y la universidad, tienen fines distintos: la poesía es creación absoluta, en cambio, la universidad busca meramente el conocimiento para desarrollar la competencia profesional puro y simple, con la gravedad que en la actualidad se ha convertido más en un negocio económico como cualquier otro. Le importa más la producción y el comercio, que el saber de las humanidades, las cuales han dejado de ser una prioridad. Cada vez más, hay menos literatura en los pénsums y currículos, por materias transversales que no enseñan nada específico, en ninguna parte.  Me gustaría ser más poeta que lingüista, porque el primero la alimenta y la transforma. El segundo, solo la analiza y la estudia en diferentes contextos, pero de ahí no pasa. Se queda siendo profesor, hasta que le llegue la pensión o la muerte.

El poeta vive en la palabra porque es la voz de su sangre, como digo en un verso. He sido mejor escribiendo, poesía que enseñando literatura o lengua. Podemos aprender todos sus vericuetos estructurales y gramaticales, pero no podremos hacer ningún poema que valga la pena para la humanidad. Desde luego, algunos academicistas existenciales no estarán de acuerdo conmigo, pero me importa un bledo. Cada quien tiene el deber y el derecho de defender lo que cree y piensa, el debate está abierto, yo no seré quién lo encierre y lo termine. Como dice el poeta Juan Matos, «la mesa está servida», aunque es una frase común, en nuestros actos de habla a la hora de almorzar o cenar, él la ha puesto en uso de nuevo en la tertulia virtual «Miercoletras».

Un extraño fenómeno se está dando en nuestra UASD, que no quieren darle cátedras de enseñanza del español y literatura a los profesionales que son egresados de Comunicación Social, aun tengan maestría en lingüística y lengua. Desconociendo de manera consciente, que dicha carrera pertenece a las humanidades. Además, de que un gran número de los que realizaron estudios doctorales fuera del país, tenía como disciplina primera la comunicación, convirtiendo en buenos y excelentes maestros de nuestra lengua y literatura. El lingüista tiene como objeto de estudio la lengua, y ella es en primera instancia: comunicación y la literatura también lo es, aunque lo haga de una forma diferente. Una institución académica o funcionario que haga eso, destruye la máxima:  poesía y la universidad. Eso mismo pasa, en periodismo y cultura. Tengo décadas diciendo que debe incluirse urgentemente, en Comunicación Social, la materia periodismo cultural, pero esté será otro tema, que trabajaremos luego, pero de entrada nos sugiere que ese vínculo que debe existir, tampoco se da en nuestras universidades. Ignorando entonces, que la comunicación es una cultura de la lengua.

[1] Ob. cit.

[2] Jiménez, J. O. (1995). Antología de la poesía contemporánea: 1914-1987. Madrid: Alianza

Editorial.

[3] Burgos, F. M. (2006). Obras completas. Santo Domingo: Bibliófilos.

[4]  Ídem, pág. 81.

[5]  Ídem, pág.  183.

[6] Cabral, M. d. (2011). Permanencia inmaterial. Obra poética completa. Santo Domingo:

Ediciones de Cultura.