En Florencia, Italia, en el 1881, abre los ojos Giovanni Papini, el cual se graduó de profesor. Pero prefirió irse a trabajar como bibliotecario al Museo de Antropología de Florencia, que le sirvió de formación en las áreas del arte, la literatura, la religión, la filosofía y la cultura. Fundó la “Revista Prelasta” y comenzó su ejercicio periodístico, llegando a ser el jefe relator del periódico “Pegno”, “fundando luego la Revista “Anima” y “Lacerda”.
Fue de los pioneros polemistas, critico, que más contribuyó al desarrollo de la cultura y la literatura del siglo XX en Italia. Dejó escrito como legado diversos libros en su carrera de escritor: “Un Hombre Acabado”, “Historia de Cristo”, “San Agustín”, “Carta del Papa Celestino VI a los Hombres”, “El Diablo” y dos libros de poesía, también era poeta: “Dante vivo” y “Opera Prima”. Giovanni, ateo en un principio terminó en un ferviente militante católico y eso fascinaba a Dinapoles Soto Bello.
Yo vivía en Baní, a la salida del pueblo hacía la ciudad de Santo Domingo, donde comenzaron a mudarse varias personas pudientes y funcionarios. Comenzaban los ajetreos políticos pos trujillistas. A tres casas de donde vivía, en la calle Padre Billini, se mudó un personaje político líder de la Sindicatura del municipio de Baní conocido como “Colin”.
Tenía dos hijos grandes, Dinapoles Soto Bello que iba para la Universidad de Santo Domingo, la única del país y una hermosa hermana con el fascinante nombre de “Ivonne”. Hicimos amistad y este joven no le interesaba el ajetreo político cotidiano, estaba por encima de esto y menos del ambiente de los jóvenes del barrio hacedores de sueños planificadores de levantarse todas las carajitas que aparecieran, porque cada uno estaba muy bueno.
Dinapoles venía de San Juan de la Maguana cargado de libros y solo hablaba de ellos. Algo para mí y los compañeros del barrio inexplicable. ¡Estaría loco! ¡Como podía vivir en ese mundo tan aburrido! Como vivíamos tan cerca me acerque a él por curiosidad. Su autor preferido en ese momento era Giovanni Papini, nombre que yo nunca había oído. Las primeras veces que me hablaba de él, no entendía nada. Y para el colmo me prestó un libro para ir discutiendo su contenido. Me reduqué. Aprendí el mundo de este escritor, rebelde, polemista, critico. El libro que más me impresionó, que lo guardo todavía, fue “El Diablo”. ¡Conocí a este inmenso escritor gracias a Dinapoles y ese fue para mí el comienzo de amor por la lectura!
En esa época de nuestra amistad barrial, la Universidad era de jornada anual con tres meses de vacaciones. Dinapoles era un estudiante excepcional. En esos tres meses de “vacaciones”, que era el que compartíamos se aprendía los contenidos del próximo ciclo universitario. Cuando el llegaba a la Universidad que repartían los programas él ya se sabía sus contenidos. Se especializó en física, química y matemáticas. ¡Era un genio! Varios profesores lo escogían como su asistente. ¡No conozco a nadie que hiciera esto!
Una de las acciones más trascendente de incidencia profunda en la sociedad dominicana, fue la idea y la acción del presidente Juan Bosch, de tener la lucidez, de que, para desarrollar el país, tenía que actualizar los conocimientos científicos de los profesionales en todas las áreas. Para esto recorrió al aprovechamiento de las becas de todos los países en todas las áreas y enviar jóvenes becados por el Estado a estudiar al exterior. Dinapoles fue a estudiar al Instituto Tecnológico de Monterrey, México y yo a la Universidad Católica de Río de Janeiro, en Brasil a estudiar sociología. Al regresar al país, Dinapoles se fue como docente a la Pontificia Universidad Católica de Santiago de los Caballeros y yo para la Universidad Autónoma de Santo Domingo en la ciudad de este mismo nombre.
Dinapoles. fundador de la Academia Dominicana de Ciencias, se ha destacado durante años como el maestro de las ciencias naturales, física, química, el doctor de las matemáticas en la PUCMM de Santiago, enseñando a generaciones y aportando al mundo de la ciencia en dominicana, su rostro fuera de lo común parece seco y frio, como todo matemático, aunque con una sonrisa permanente, parece que no sabe lo que es la poesía, pero es falso. Vive soñando y abismado por los amaneceres. Es un místico, para mí siempre en transe. Se parece mucho a nuestro héroe de juventud: Giovanni Papini, que también escribió poemas cundo nadie sospechaba que soñaba. La pasión de Dinapoles desde que lo conocí es la física, las matemáticas, pero su catarsis, para el equilibrio emocional de la vida ha sido siempre la poesía. ¡Es un poeta clandestino y un maestro de la mística y la contemplación!
Dinapoles enamoró exitosamente a la muchacha más bella del barrio, Tamara, la hija de Darío y Micaela, al lado del solar donde nació el Generalísimo Máximo Gómez, el banilejo mas ilustre de su historia. Tamara era una primavera en invierno, una princesa que competía en los amaneceres con las flores y con las mariposas. Por la timidez de Dinapoles, todos quedamos gratamente sorprendidos.
En un libro fue transcribiendo pedazos antiguos donde anotaba sus poemas durante años, el titulo corresponde a la realidad porque son Hojas del Camino. Después de cinco años de su publicación me encuentro con él, con el libro del amigo que me puso en el camino de los libros y que el tiempo ha permitido la distancia. Lo leo y lo releo. Me acuerdo de nuestras conversaciones de arte, cultura y literatura en nuestra juventud en Baní. Siento orgullo porque se muy bien que el matemático, el físico, es también un profundo poeta. Yo sabía ese secreto.
Me detengo varias veces y hay poemas de un ser particular, especial, fuera de lo común: “Perdóname Señor por haberla amado tanto/ si a veces por mirarla me olvidé de tus ojos;/ si mis versos son penas, si mis penas son llanto, / perdóname Señor vengo hacía ti de hinojos…/ yo busco entre tus brazos el sueño del olvido, / y busco en tus palabras la luz de mi esperanza. / Era como una aurora, casta como una flor;/ en su espíritu el mío encontró sus esencias;/ acunaban sus ojos un profundo fulgor/ y en su voz candorosa encontré mis cadenas”.
Mis sentimientos míticos en complicidad con el amor, cuando miro el firmamento oigo repetir con insistencia y angustia la voz de Dinapoles: ¡Perdóname Señor, por haberla amarla tanto!