El saber femenino es surtido como las frondosas hojas del almendro. Está tejido de sabiduría y creativos lugares que abren los portales de la modernidad. Es una memoria de arbustos que continuamente podan para que no se emboquen y surjan miradas que pongan en aprieto, a los lienzos pincelados del estatus y las ruinas del retrato de Dorian Grey.
La mujer ha sido localizada en un hospedaje de deseos con la representación de significantes que son claves para un orden establecido que nombra a grito al Padre. La sitúan en la naturaleza y en los desfases de bordes. La consideran un adjetivo y no un sujeto.
Las opiniones del otro se enmarcan en un montaje que cuestiona el pensamiento, la conducta y el quehacer creativo de las mujeres. En cambio, en los cuentos de Gustavo Olivo Peña, encontré un grupo de mujeres que rompen los diálogos tradicionales, como si ellas fueran un posfacio llenos de estancias melancólicas que enfrenta al texto mismo de la vida.
Los otros (hombres) acaudalados o no, buenos hacedores de cultura son testificados por un Dios masculino y el Estado. En los cuentos de Olivo, el retrato de la masculinidad se desdobla, jugando con la desesperación, los balcones, el destino y el aprendizaje de hombres que se inician y desvelan por mujeres que confrontan el poder de su sexualidad, corporalidad y conocimiento.
Hombres que esperan y que no entienden la dualidad de una sociedad que no cuestiona su lugar fuera de la casa, ni en la aerodinámica metafísica de su existencia. Un poder tácito sobre jerarquías tradicionales que se van desplomando, poco a poco, cuando el horizonte no visible del imperio, establece su frenesí bipolar para confrontar, al otro, en el espacio geopolítico de la región del Caribe.
Los cuentos recrean esas nuevas formas societales que impulsan mujeres solitarias, como los ángeles que pintó Alberto Durero para personificar una femineidad con alas, bocas abiertas y acciones que transformaban la sociedad, a pesar del dolor y de la ruina que dejó la dictadura de Trujillo en las mentalidades de hombres y mujeres dominicanos.
Los cuentos son locaciones urbanas. En el que el autor juega con cuerpo de diálogos que se ajustan a una etapa de transición difusa sobre la ruina de cómo se occidentaliza la sociedad, a través de las miradas de mujeres.
El escritor tiene una voz y es la de mostrar que las mujeres no están acorraladas o desterradas, ellas se liberan independientemente de las circunstancias históricas. Ellas enfrentan el poder en diferentes dimensiones como gerentes del corazón y de los incendios de la casa.
En este texto, las conversaciones que tienen las mujeres, no son un campo yermo. El autor saca belleza en señoras que toman los catalejos para ver las estrellas, maestras astutas que controlan su cuerpo y toman su poder. Mientras otras, atestadas de sentires, establecen lazos, a través de su creatividad, como si se aferraran al arte para rechazar, los embustes que construye una sociedad, a partir del chisme, calumnias y reglas patriarcales que quieren someterla al silencio.
El autor habla sobre mujeres que no son frondas decoradas de colores. Habla de mujeres que se apoderan de su cuerpo y repelen con ferocidad esos bordados que las atan a los hombres. Rompe los estereotipos contemporáneos, aquellos que con ferocidad mezclan verbos visuales, alegorías de espantapájaros con tacones que regulan los paisajes surrealistas de letreros Porno y espacios como OnlyFans. Son mujeres trabajadoras, maestras, bailarinas y madres que planifican, rezan, cantan y rompen un tiempo que circula linealmente para insertarse a un mundo occidentalizado.
Es una obra que se refiere a mujeres comunes, pero poderosas. Con un lenguaje que concilia con la fluidez de sus personajes. Habla muy bien de su mirada sobre lo femenino. Y es curioso, no bosqueja los cuerpos femeninos con las ilaciones y conjeturas actuales, aquellas que se venden en los kioscos del ciberespacio. La de representar una belleza de bisturí y de trapos de curiosas líneas, que por alienación muchas mujeres tienen la creencia que esto define su identidad y empoderamiento.
A mi entender, el autor desdibuja estas desatinadas imágenes de la moda. Las mujeres y sus historias, la incorpora, como los viejos frescos de Giotto en la capilla de Scrovegni en la que las virtudes y los vicios son un tiempo dactilar de memoria vegetal que se inclina hacía un cielo estructurado por diálogos melancólicos en el que se esfuerza, en atravesar los lindes y mostrar un patrón de mujeres que no se mostrarán en las vidrieras, pues ellas toman el control de su cuerpos y los diversos colores de la vida.