En este siglo que corre, notamos cada vez más una notoria pérdida de la dignidad humana, si es que podemos hablar en esos términos. El proceso de deshumanización que ha llevado a cabo el poscapitalismo ha devorado toda fe en el ser humano y en sus capacidades de recomposición. Cada día nos topamos con figuras y estructuras decadentes que rinden homenaje a la falta de criterios con que poder decidir acciones cada vez más justas, que ganen en el respeto a lo humano y apuesten a la decencia de nuestras sociedades.
Ante la brutalidad que vivimos a diario: policial, laboral, política… cuestionamos las actitudes violatorias de la solidaridad y, en cambio, apoyamos una ética de la compasión capaz de ver el rostro de carne y hueso de la humanidad. De ese ser que sufre por acciones y leyes despiadadas o perversas.
Ante esto, quiero recuperar una categoría la cual considero, en mi discurso, como fundamental. Se trata de la categoría de pietas. Un concepto que goza de una radiación semántica que merece la pena ponerle atención.
Pietas en latín es piedad, pena, dolor y hasta devoción, incluso “fervor religioso”. Y era considerada como una de las grandes virtudes en la Roma de nuestra antigüedad. Sin embargo, quiero recuperar dicha noción a partir del pensamiento de Gianni Vattimo, filósofo italiano poco entendido, pero si descalificado por algún que otro metafísico fanático.
Frente a una metafísica totalizante, de la cual se beneficia la práctica de la ideología del terror y represión de las libertades, la ética de la debilidad o de la compasión insiste en el reconocimiento de la vida comunitaria.
Esta relectura la hacemos con la finalidad de orientar una reflexión ética que entiende a la pietas de lado de la solidaridad, la compasión, el respeto y la decencia. Todas ellas, repito, categorías éticas importantes ante el proceso que estamos viviendo en la globalización o era posmoderna como suelen llamarles muchos expertos.
En su Ética de la interpretación (1991, p.26), Vattimo ha planteado que la pietas se trata más bien de una actitud y que en nuestra actualidad puede ser definida como la “atención devota hacia lo que, teniendo solo valor limitado, merece ser atendido, precisamente en virtud de que tal valor, si bien limitado, es, con todo, el único que conocemos: piedad es el amor que se profesa a lo viviente y a sus huellas, aquellas que va dejando y aquellas otras que lleva consigo en cuanto recibidas del pasado”. Y finaliza la cita…
No es difícil aplicar dicha noción a la condición humana. Que exige valor y reconocimiento. Un respeto que solo puede ganarse en virtud de su atención devota, para, precisamente, comprender su papel en el marco de la cultura general. En este sentido, recuperar la noción de pietas significa llevar a cabo la “disolución” de los grandes relatos que legitiman una concepción reductora y única de la historia y los valores.
Estos metarrelatos defendieron la idea de ser la única opción respecto a todo lo que rodea la vida. En oposición a dicha visión, solo puede existir vida moral desde parámetros éticos, allí donde hay capacidad para "reconocer" al otro como persona. Además de permitir su participación en la sociedad.
Sin embargo, “participar” es "actuar junto con otro". Y es la esencia del vínculo social, la convivencia y el respeto. Por el contrario, a falta de participación hay humillación y desplazamiento de las capacidades productivas en la generación de nuevos valores. La actitud discriminatoria se caracteriza por la indiferencia. Esta última, solo actúa tomando en cuenta sus intereses donde no suele darse la cooperación y solidaridad, y menos preocupación por interpretar las acciones de los sujetos que se sitúan en el marco de las diferencias o en condición de minoría.
Por ejemplo, en una sociedad autoritaria o totalitaria, las diferencias culturales y las minorías viven en una especie de paranoia hacia el poder, porque temen que sus vidas sean aniquiladas y no sienten respeto por la autoridad, sino solo terror. Así, el derecho a la participación es nulo, como consecuencias se teme formar parte de la opinión pública y el sujeto pasa a autocensurarse.
Frente a una metafísica totalizante, de la cual se beneficia la práctica de la ideología del terror y represión de las libertades, la ética de la debilidad o de la compasión insiste en el reconocimiento de la vida comunitaria. Abriéndose paso a la alteridad, intenta concebir una sociedad del respeto. Donde la violencia quede opacada, no en nombre de un más allá de la razón, sino de un más acá de la vida humana.
En conclusión, la ética de la debilidad está inclinada a “lo propio”, “lo singular” y “lo genérico” como el fundamento para la propuesta de una sociedad del respeto, multicultural y globalizada; una ética que atienda a la diversidad cultural, pues “lo cultural” es objeto de valoraciones éticas, de desarrollo de principios y, sobre todo, espacio de conflictos morales los cuales deben ser resueltos desde una educación ciudadana que pondere el diálogo como su fundamento.