En el fresco de una mañana los pájaros cantan alegrando la casa. Surge en mí una pregunta no tan anodina, que por supuesto está bajo el mandato de la hermenéutica, cómo vamos a escuchar sin llegar a traducir cosas o cómo podríamos pensar sin interpretar esas cosas que trocamos bajo la escucha.

Yo no conozco el lenguaje de los pájaros, sólo a tientas hablo la lengua materna. Ahora bien, estallan ante mí, las palabras de Parménides como un sopesar filosófico. Porqué todo está bajo el mandato de lo que se repité, de algo que ya se ha comunicado, y al cual correspondemos, algunos dirán como borregos al matadero repetimos una y otra vez, el mismo grito desesperado, y otros expresarán, por la inercia de estar atrapados en los espacios propios de nuestra cultura. Esto que hacemos extemporáneo o simplemente como palabras asidas en lo epocal.

A la verdad, que sobre este tópico, no solo habla Parménides, también Heidegger se pregunta si sería necesaria la interpretación como camino o curvas, tras la búsqueda de saber el significado de pensar. ¿Podríamos tener un pensamiento propio? O siempre tenemos que enchufarlos al motor de la tendencia que está emparentado con lo que conocemos, o nos parece más amigable. Tal vez, porque son ideologías que nos dan sentido con lo aprendido, por medio de la fe, los oscuros secretos de la falta mediadas por el inconsciente o por el diálogo de varios siglos impuestos por las élites que dominan todavía el mundo.

Es posible la reflexión en un diálogo entre los injustos que confrontan un descuido principal, la carga de prejuicios, creencias, palabras vacías de contenidos, dada las argucias de la retórica, el poder de sostenerse en la estancia de lo que gobiernan y controlan los medios de comunicación, los recursos, la naturaleza, la salud de las personas y del planeta. Tendré que conformarme, con qué el río estará lleno hasta los bordes. O con la sentencia de Heidegger que toda interpretación es un diálogo con la obra que puede quedarse en la mera conversación hasta petrificarse, o preguntarnos una y otra vez, por el mandato, no hablado, el cual señala hacía el origen que envuelve a occidente.

Y me pregunto en este lenguaje de sordos y diálogos petrificados por los actuales dueños del mundo en sus distintas regiones polarizadas geopolíticamente hablando ¿cuántos campos de sangre se necesitan todavía para que alcancemos la quietud que trae la paz?

Será necesario deconstruir palabras por palabras, o tal vez hacernos los ciegos, sordos y mudos para que el silencio nos aborde con el néctar y el goce de lienzos tallados en piedras. Se necesitan más cartas sobre el humanismo, el Atlántico, o los pactos tripartitos en Asia.  O  tal vez repetir de nuevo que se hará inhóspito el planeta por la comida transgénica, el agua contaminada y la basura nuclear vertida en los mares. Acaso tendrá razón el poeta Friedrich Hölderlin cuando dice que estamos: “…como aguas de roca en roca lanzados eternamente, hacia lo incierto”.

Yo no quiero aferrarme a diálogos que conduzcan al colapso total. Necesito engancharme al mito que se vuelca, no como repetición en un eterno retorno como se trata en “La carta robada” de Allan Poe, como significante que conduce siempre al destino que marca al sujeto con el secreto del chantaje.

No me voy agarrar en el devenir tomando las interpretativas de Platón, Heidegger o Nietzsche, prefiero romper la compulsión y volver al instante eterno del origen, en el cual todo encuentro es fallido, pero da la certeza que puedo construir una ética desde la singularidad que da la libertad de elegir la comunidad y los lazos de la paz.

¿Cómo romper el fracaso de la repetición y construir un pensar? Quiero en lo personal volcarme en esa habla que desde siempre nos indica que hay que rasgar esos comandos que impulsan, lo psíquico y la estructura colonial que se impone en lo social y la cultura. Pensar implica aceptar otros diálogos e identificar aquellos que se imponen sobre los otros, como únicos senderos. En los lugares terrestres del actual devenir del mundo, sólo se escuchan las voces de la guerra. Ellos son lo que miden y abren el discurso de la vida en este hábitat que es el planeta tierra.

Aferrarse al amo occidental es seguir con ese significante propietario del saber que se impone como goce y nos vuelca al tánato. Reconstruirnos de los pedazos de la psiquis es desmontar el síntoma y la pulsión de poseer y de crear un mundo inhóspito. Es sobre todo continuar con un diálogo entre sordos. Y éste puntero, no es recíproco. Es más bien, aceptar la permanencia del silencio y de una interpretación basada en la violencia. Es admitir que el modelo de Estado/nación en cualquiera de sus formas, socialista o capitalista y otras variantes particulares son las únicas vías para construir el pensar. Faltan diálogos. Y en la medida de lo posible, creo que pensar es una memoria barrada. Merecemos diversos diálogos que nos lleven como dice Tagore en su lenguaje poético “ …más allá de todos los límites, sigue más allá”.