Escribí en un artículo anterior que el historiador de la literatura debe necesariamente optar por referirse al objeto (elegirlo, seleccionarlo entre varios de similar período, género o fama…) en virtud de las apreciaciones que de él se hacen o hicieron en una u otra época por personas (los lectores) poseedoras de muy diferentes planteamientos estéticos, ideológicos, experienciales, conocimientos de temas varios, intereses o preocupaciones y, en la mayoría de los casos, imprevisibles. Pero vayamos a la práctica.

Entremos en un país americano de lengua española dentro de una clase de cualquier centro de bachillerato donde deba explicarse literatura (todo docente organiza su enseñanza en virtud de una historia tácitamente concebida de la materia literaria). El profesor tendría que dejar claro a qué llama literatura y si, a la hora de explicarla, debe primeramente pesar más la lengua o la nacionalidad. Por ejemplo, ¿debe limitarse a tratar de las obras escritas en su país o tener también en cuenta lo escrito en los otros países de lengua española, tanto en América como en España? ¿Y qué hacemos con la literatura guineana, puesto que Guinea Ecuatorial es un país que habla español? ¿Citará, por ejemplo, Filibusterismo, de José Rizal, novela filipina del siglo XIX, puesto que el español fue lengua oficial de las Filipinas hasta mediados del siglo XX? Si, por ejemplo, decide el profesor limitarse a la literatura caribeña o antillana, ¿deberá hacer referencias a la obra de los afrodescendientes, a la poesía de la negritud, por ejemplo? ¿Ello significa que se preocupe también de Haití, aunque sus autores escriban en francés? Y, no lo olvido, ¿los escritores hispanoamericanos que viven en el extranjero deben entrar en el programa de estudio, incluso si no escriben en español, por ejemplo Junot Díaz? Y arrastrados por este nombre, ¿se desprecia la literatura chicana? ¿Y la escrita en alguno de los dialectos y otras lenguas vernáculas? ¿Y, en América, cómo consideramos lo escrito en latín, no raramente usado en el siglo XVIII, o las literaturas precolombinas, aunque sólo las conozcamos a través de redacciones posteriores hechas por hispanoparlantes y que uno de sus máximos especialistas, Miguel León-Portilla, observe que pudieron los transcriptores haber mutilado, alterado o añadido interpolaciones? ¿Qué importancia debe darse a las obras mayores de la literatura en lengua extranjera, ya que pueden marcan caminos para la generalidad?

José Rizal.

Pero hay más, sin salir del país ni cambiar de lengua. ¿El profesor elegirá las obras, aunque sean repetitivas y su calidad mediocre, debido a su importancia histórica, política o nacional? ¿Con qué criterios resulta preferible contemplar la producción literaria, con aquellos que estaban vigentes cuando se escribió, aunque algunos de sus valores sociales, morales o estéticos no coincidan con los nuestros, o sólo deben contar la manera actual de pensar?  Con esta pregunta entramos de lleno en lo que ahora se denomina cultura de la cancelación. ¿Una historia de la literatura debe primar aquellas obras, autores o tendencias más acordes con una ideología determinada, por ejemplo la del autor del volumen que se redacta, o bien el historiador debe adoptar una postura neutral, no marcada, si ello fuera posible?

Toda obra literaria está condicionada temporalmente en su escritura, pero también en su lectura. Porque si el escritor es una construcción cultural más o menos condicionada por las circunstancias, también el lector lo es…

Todas estas preguntas y otras más que pudieran surgir sobre la literatura su corpus, el canon y su enseñanza, como vemos, tocan de lleno la problemática del concepto que tenemos del país, de los valores humanos, de la evolución del pensamiento, de la influencia de la política… No son cualquier cosa baladí, sino que exigen una importante responsabilidad que no podemos echar en saco roto.

Por eso podríamos decir que  no hay que escribir como Lope de Vega, sino como Lope de Vega escribiría hoy. Y, por eso, al historiar la literatura latinoamericana, ¿hasta qué punto se puede prescindir de la literatura española Medieval y del Siglo de Oro: cómo entender, por ejemplo, a la monja mexicana Sor Juan Inés de la Cruz sin conocer la poesía ascético-mística española o el teatro de Calderón de la Barca? ¿O qué hacemos con Juan Ruiz de Alarcón, que nació en Taxco, México, y desarrolló su escritura dramática en España?

Filibusterismo, de José Rizal, novela filipina del siglo XIX.

Toda obra literaria está condicionada temporalmente en su escritura, pero también en su lectura. Porque si el escritor es una construcción cultural más o menos condicionada por las circunstancias, también el lector lo es y, algo que complica más todo, entre la obra literaria y el receptor hay una distancia temporal que puede ser enorme. Cervantes, en 1605, nunca pudo pensar en que leería el Quijote, en edición de bolsillo, una adolescente vestida con un pantalón vaquero y camisa de cuadros en un trayecto que recorre un ferrocarril subterráneo. Todo le extrañaría: el ejemplar de pequeño tamaño, la mujer joven viajando sola leyendo en público, su modo de vestir, el metro… Y la joven, en compensación, no puede entender la broma que se esconde tras la expresión “en un lugar de la Mancha”, el formulismo jurídico de “no quiero acordarme” o el diálogo grotesco y ejemplar de la novela cervantina con las denominadas “de caballería”.

Jorge Urrutia en Acento.com.do

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