Una definición de felicidad es que “es un estado que resulta de la interacción de múltiples componentes psicológicos que interactúan entre sí, a saber: la sensación de placer, las creencias sobre el significado de la vida y el vínculo social” (Llerena H. 2019). Destacamos que la felicidad en  su etapa de plenitud es un acto ficcional, es una aspiración humana, ya lo habíamos referido en el artículo anterior. Puede estar presente en el individuo a partir de mecanismos complejos del cerebro, teniendo como obstáculo su naturaleza subjetiva, esas maneras de creerse y sentirse felices, ligado al comportamiento de las sustancias bioquímicas en el flujo cerebral, a las relaciones sociales, entre otros aspectos.

No habrá estudiantes felices sin escuelas felices. El individuo es al mismo tiempo individuo-especie-sociedad, dicho a la manera de Edgar Morín. Esto quiere decir que no se debe analizar el fenómeno sin que destaquemos estas tres categorías. Desde el individuo humano, en tanto como especie y ser social, se tiende todo un relato de características y relaciones vinculantes para aproximarnos a la descripción de estudiantes felices. Este análisis resiste, más que una descomposición en partes para su estudio, un ejercicio de integración. Por ejemplo, no es lo mismo lo social y lo lingüístico que lo sociolingüístico. El abordaje de estudiantes felices está necesariamente ligado a docentes, administradores, padres, tutores, vecinos y comunidades felices. Lo primero es que esa aspiración sigue siendo utópica. Eso desde los puntos de vistas político y social.

Sin lugar a dudas, un estudiante puede sentirse feliz en su aula, a pesar de que la maestra o alguno de sus compañeros no lo estén. Solo basta que recuerde la reconciliación de sus padres en el día anterior o que su hermanita que estaba interna en un hospital ya esté de vuelta en la casa. Todo esto si esos hechos provocan en él, tal estímulo emocional, tal fruición, y su cerebro procese informaciones neuronales con descargas de sustancias bioquímicas que estimulen el placer o la felicidad. ¡Claro! Los neurocientistas y profesionales que se dedican al estudio del cerebro no han podido explicar con evidencias científicas donde están y de donde vienen el placer y la felicidad. ¿Cuáles son las complejas maneras en que fluyen y de donde sales su impulso? Definir únicamente sus orígenes como un proceso neuronal biolectroquímico sería caer en un análisis reduccionista del tema.

El ambiente, el estado individual y social de felicidad son garantías para todo proceso educativo.

Para que los estudiantes alcancen estadios de felicidad y placer en el aula o la escuela y le puedan crear una actitud de aprendiente, el sistema educativo, el docente y la comunidad, tendrán que asumir nuevas prácticas, cambiando paradigmas culturales, modelos de aprendizajes y socialización. Esto permite situar a los sujetos en contextos adecuados para su desarrollo cognitivo. Procurar vías de placer y felicidad influye en la apropiación de los contenidos. A decir de Hugo Assmann (2002), “el conocimiento sólo emerge en su dimensión vitalizadora cuando tiene algún tipo de vinculación con el placer”. Esta expresión recoge en parte la importancia del placer en relación con el conocimiento. Lo único es que el conocimiento no solo emerge de ese vínculo de forma vital como alude, sino que tiene múltiples maneras de cómo hacerlo. Lo primero sería conceptualizar la “dimensión vitalizadora”. ¿De qué está formada y cuáles son las características de ese conocimiento? ¿Qué lo hace vital?

En el caso dominicano la escuela tiene sus propias caracterizaciones. Sigamos con los estudiantes, luego, en otro artículo abordaremos el caso de la felicidad de los docentes. El contexto socioeconómico en el que viven los alumnos, principalmente los del sector público y algunos centros privados, limitan su desarrollo intelectual y emocional. La mayoría de las familias se enmarcan en los estadios de pobreza. Lo que puede indicar las carencias que poseen en suplir las necesidades básicas: alimentación, salud, seguridad y recreación.

En la educación dominicana de las últimas décadas se han verificado nuevos logros  que de cerca parecen insuficientes para garantizar la calidad en los procesos áulicos. Dentro de las mejoras educativas realizadas se pueden citar la capacitación y aumentos salariales de los docentes, la construcción de centros educativos, la ampliación de la cobertura del desayuno y almuerzo escolar, y la implementación de la Tanda Extendida.

Surge una pregunta, ¿la calidad de los alimentos ofrecidos garantizan una nutrición apropiada del alumno? La cantidad de azúcares que consumen los niños y niñas debe ser un tema de prioridad para evitar un desequilibrio en los procesos orgánicos que generen a posteriori diabetes, obesidad y enfermedades cardiacas, principalmente.

Los estudiantes, según refiere la literatura, al consumir azúcar se sienten felices, es una gran fuente de energía que potencializa sustancias de placer en el cerebro. Pero, ¿hasta dónde puede estar afectando el consumo de azúcares y grasas en la población estudiantil? Las autoridades en el departamento que regula la nutrición escolar deben conocer esos datos. La comunidad educativa, entre ellos los padres, deben conocer informes periódicos de los estándares que se manejan en materia alimenticia.

Pensar que aumentar la cantidad de azúcares en los alimentos hará a los alumnos más felices y aplicarla sin regulación sería lesivo. Los entendidos en el desarrollo orgánico  y cognitivo saben que los primeros años de la educación son claves para el cerebro del niño o la niña. Esa educación y alimentación en el nivel inicial y básico sería fundamental para toda la vida del estudiante. El ambiente, el estado individual y social de felicidad son garantías para todo proceso educativo.

Finalmente, debe tenerse muy  presente el sujeto que se está formando de acuerdo a la evolución de las sociedades humanas y el particular de la local. ¿Cuáles son las aspiraciones del tipo de formación requerido desde el Estado según el contexto actual? Quizá las tendencias jurídicas, filosóficas y políticas, hagan pensar que esta formación debe hacerse para preparar “buenos ciudadanos” y seres tecnológicos, como un ideal del contexto. O sea, que el estudiante o egresado, debe estar preparado para actuar en una dimensión jurídico-política, donde se le habilita para ejercer derechos y cumplir con sus obligaciones, procurando la inclusión como una aspiración de la práctica en democracia. Si es la formación de ciudadanos y además de Homo tecnologicus que se persigue como ideal y se olvidan aspectos humanos, ¿Serán personas felices a lo largo de su vida?

Domingo, 19  Junio de 2022

Virgilio López Azuán en Acento.com.do