Yo te invoco, sutil musa, como mismo lo hizo el poeta, pero en una menor veta, o en una cuerda menor, pues por mucho pormenor que aquí se quiera decir, siempre más alto y mejor, brillará el poema en sí mismo…

No es sueño, no es espejismo, sino oda que se afina, canta, vibra y se encamina, hacia el destino mejor: reverenciar, darle loor, al más bello de los seres: la mujer, ese gran don, que Dios ha puesto en la tierra, y sin la cual nada fuera, ni bajo el cielo ni en él, pues todo el que llega a ser, de un santo vientre provino. Ella es la copa del vino delicioso de la vida…

Se vierte, sí, con dolor, pero no hay modo mejor, ni recipiente más vasto donde contener al astro, de su amor, que es fuego puro…

El poeta bien lo entendió, y en escalonadas rimas, levantó una ciudadela, de versos, donde rutilan, amores, admiraciones, respetos y reverencias; y donde también, por justo, condena la triste herencia del maltrato y del abuso.

Lorenzo Araujo, el amigo, volvió a confiarme otro libro; y no bien abrí el archivo, me dije: ¡No puede ser! ¿Una oda? ¡Venga a ver!, pues en estos tiempos “libres” donde todo tiende a ser, básico y superficial, de muchos modos brutal, que alguien retorne a la lírica, no hace menos que asombrar.

Era el poeta de Nostalgias de los tiempos idos ya, un libro anterior que yo, su editor, bien disfruté, y que con ganas glosé al verle tanto valor, folklórico, nacional, narrativo y natural…

Poeta, le dije, ¿una oda? No me lo puedo creer. Es, por lo raro, estupendo, un reto digno de ver. Y de su tema, ¡ni hablar! Usted vuelve a demostrar que su literario arresto viene de lo hondo del estro, tiene una gran seriedad, y es in crescendo que va, como una música fina, que me espolea y me anima: ¡acepto este reto ya!

Y así fue como empecé, a recorrer, poco a poco, este canto tan hermoso que ustedes disfrutan hoy…

Enamorar las imágenes, en este terso español, es trabajo de doctor, de letras, y de escalpelo. No es fácil rasgar el velo del castellano ¡ni modo!; y se precisa paciencia, trabajo, mucho talento… No es empresa fácil, no; por eso Lorenzo acude, en sus versos iniciáticos, a Píndaro, Safo, Ronsard, fray Luis de León, Neruda, ¡y hasta a Quinto Horacio Flaco!

A esos, muy grandes poëtas, invoca, calmo, Lorenzo, y ellos no le hurtan el cuerpo fabuloso de sus versos: un destello aquí, otro allá, y para el ojo advertido, está claro que han venido, a ayudar, en grado sumo, pues es tan alto el listón, tan severo el cometido, que si nos falta una voz no florecerá el olivo, de la poesía, ¡qué digo!: Araujo rompió cantar, y otros bardos lo han seguido…

Según su declaración, quiere coronar triunfante el sueño que es este libro: un himno, dice vehemente, un gran himno a la mujer, a sus virtudes, su gloria, su grandeza y esplendor… pero también, ¡oh, dolor!, a los siglos de martirio, de violencia y de machismo…

Oigámoslo, por favor:

Cierto es que no podremos revertir el pasado./ Pero también es cierto que podemos ahora/ ponerles a los seres vivientes el futuro en las manos,/ abandonar la clasificación antigua de géneros y sexos,/y organizarlo sólo por la condición única:/ la de ser seres humanos./ De modo que el desarrollo de la tecnología/ y de las sociedades ya no deleguen/su responsabilidad a la esperanza,/ y la justicia humana no suceda al azar,/ sino que la equidad de la mujer y el hombre/ sea por arquitectos sociales diseñada/ y por la cultura propagada./ Que en las aulas y en los laboratorios de la vida,/ con el respeto a la mujer se haga una fragua./

Y hablando de fragua, sí, aprovechemos el símil para decir que esta oda salió de un horno de amor. Fácil es reconocerlo, lo delata hasta la voz… Salta un verso al rojo vivo, comienza a moldearlo el poeta, y lo devuelve vibrante, convertido en una idea, o en imagen poderosa que se integra a la pelea:

Sobre un concierto de canciones mudas, /jardines sin color ni perfume, /ríos sin agua, noches de magna densidad, /vientos silentes, /universos de piedras y cambrones, /caminos de cenizas, /fuego, llamas de fuego… ¡que brote la esperanza! / ¡Que sobre toda oscuridad resuene y desde el vientre/del universo nazca, a la justicia, la igualdad de género, /y se quede por siempre, en medio de la luz! /

La Luz es lo que pide, y la esperanza, el sentido común, el sentimiento, el darle su lugar a la amorosa madre, a la hermana, a la hija, a la pareja…

Aquí se alza una voz que viene del arcano, y a la vez, del futuro, una voz que remite al mito primigenio de la especie, perfecta y hermosamente renovado por los lazos de sangre que vuelven una sola las dos carnes, y que la multiplican…

Es la alegría de amar, y ser amados, más juntos y anillados mientras más lejos quede el paraíso. Por eso, dice el poeta:

Oh, mujer, alegre estoy que seas mi compañera. /Me gusta cada día hacer yunta contigo. /Eres estrella guía y milagro diario que llenas/de bendición mi ruta, / Oh, mujer madre, te agradezco la vida. /Tu abnegación por mí se mece en mi memoria. /Extiendo mi amor y admiración a las otras mujeres. /A ti, mujer hija, que junto con mi madre y con tu madre, /eres triada carnal de mi existencia. /

(…)

Que las que nazcan hembras, futura esposa y madre, /con lauros de respeto se reciban. /Y a los varones, desde niños, /entrenarlos por siempre para amarlas. /

En la pareja humana, ese prodigio, ambos comparten/por igual el vivir cotidiano y los duros trabajos, /pero sólo ella produce los milagros. / 

Milagro es la mujer, y milagro, también, es la Poesía, ¿o son una las dos?

Finalmente, en el largo camino de reivindicaciones que a puro verso fue rememorando, quiere el aeda situarla, y la sitúa, en los más altos picos de la Tierra, cerca del sol, para más alto brillo, coronada por siempre de respeto, y de eterno cariño.

¡Celebremos entonces esta Oda a la mujer, otro excelente texto del poeta, del doctor…!

Lorenzo amigo: despido ya estás líneas con las mismas palabras que para el libro vivo tuve a bien escribir, y que ya lo acompañan por mesas y anaqueles, de Cuba hasta Oklahoma, o en Santo Domingo de Guzmán, acaso guardado en la memoria de algún ser amador, de las mujeres, claro está, pues como dijo el sin par Nicolás, (Guillén, el poeta), nuestro amor puede decir su nombre:

Una oda, como una joya, nos presenta el gran Araujo… Brilla de veras el bardo en su intención justiciera de colocar a las féminas en sus altos pedestales, ideas vierte a raudales, con sus versos tan sentidos, para ellas pide olivos, pide respeto y amor, y un canto del corazón en cada línea regala.

Su experiencia cuenta el vate, de cuarenta años ya, que codo a codo se está con su compañera fiel, y en ella a toda mujer, del ancho, vasto universo, rinde honor en tono alto y ofrece su parecer. A muchos poetas sagrados invoca para su gesta, y de hito en hito él orquesta, sin quererlos igualar, un viaje tan estelar que por la historia señala, brillos, dolores y fama, de la mujer, ¡gran milagro! ¡estrella guía del carro del camino de la vida!

Sobre el autor

Lorenzo Araújo.

Lorenzo Araújo (San Cristóbal, República Dominicana, 1947). Estudió Lenguas y Medicina en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y Artes Escénicas en el Palacio Nacional de Bellas Artes. Se graduó con honores de Lenguas Modernas del Colegio de Brooklyn (Nueva York). Entre sus textos publicados destacan Un breve canto de amor y muchos sueños (Poesía) (Listín Diario, 1977); Dos tiempos en la evolución de los mitos indígenas en la obra de Miguel Ángel Asturias (Crítica) (Suplemento Literario La Noticia, 1979); Muertos que viven (Cuento) (Editorial Palibrio, 2013); Poesía sin tiempo (Poesía) (Editorial Santuario, 2015); Mesianismo sociológico en la obra de Pedro Mir (Crítica) (Editora Universitaria UASD, 2015); Plegaria por la muerte de una hija (Poesía) (Author House, 2016); Nostalgia de los tiempos idos (Cuento y Poesía), 1ra edición (CM Publicidad, 2018), 2da edición (Editorial Santuario 2019) y Oda a la mujer (Editorial Santuario, 2019). En la actualidad vive en Oklahoma y trabaja como psiquiatra consultante para diferentes instituciones.