Cuando surge el Taller Literario «César Vallejo» era el año 79. Iba a cerrarse una década, la del 70, en la cual la vida literaria en Santo Domingo —en esta ciudad capital donde nací en la calle Atarazana numero 9— transcurría entre la universidad, las tertulias juveniles, los clubes deportivos y la gestoría cultural revolucionaria.

La «cultura», al cruzar el siglo XX el umbral de los ochenta, era entendida, asumida, comunicada y difundida (por mis contemporáneos y coetáneos comprometidos con el desbordante sentido no fragmentado  sino de vivencias que trae la palabra “justicia”,  con un discurso autoafirmativo de cuáles eran los horizontes a vislumbrar, en ese entonces, desde la libertad cotidiana, desde la transgresión, no desde la obediencia o el silencio).

Nosotros no reconocíamos ni practicábamos la «cultura»  como el monstruo a reproducir desde el aparato ideológico del Estado ni en asociación con el mismo, porque habitábamos el mundo para romper (por nosotros, por los demás y por los que vendrán) la prisión existencial del control, coerción,  subyugación,  manipulación y represión del poder autoritario.  Así «hacer cultura” desde la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) significaba búsqueda de la identidad propia y búsqueda de liberación de los demás; no atrincherarse en el conformismo, no permitirse ser autocensurado ni silenciado, sino diseminar las esperanzas y las inquietudes del ser, en la conciencia del pueblo.

La cultura nuestra, de los vallejianos, de los miembros del Taller Literario «César Vallejo» de la década de los 80, que éramos  una mayoría significativa desprovista del afán material y del tener, se enfrentó a una minoría bastada de hoy serviles al sistema.

La cultura nuestra, de los vallejianos,  existía desde la reflexión racional; no éramos frívolos ni ligth, ni influencers descultoralizados mediáticos al servicio del capital subyugante explotador ni de la acumulación originaria.  Así,  para unos leer y escribir era un acto de rebelión y de vanguardia;  para otros, producir un texto era darle rango y jerarquía a la metaforicidad y, procurar  en las tensiones entre el lenguaje y el habla buscar una comprensión a la autonomía del individuo, de la persona.

En el transcurso de 1979 a 1989 algunos vallejianos optaron por diferenciarse entre sí;  sus metas académicas las cumplieron, pero dejaron de lado el ser en-sí, o hacerse un ente social cuya cumbre no fuera el nihilismo o el exagerado narcisismo. Cavilaban los vallejianos  sobre los distintos collage que tiene la Historia. Ninguno procuraba ir detrás del espejo de su autobiografía. La creación personal se asumía desde la trinchera del compromiso con la Humidad, o, desde un gabinete donde lo simbólico reinaba como absoluto desde el yo.

De izquierda a derecha: César Zapata, Miguel Antonio Jiménez, Ylonka Nacidit-Perdomo, Julio Cuevas y Tomás Castro Burdiez. © Anania Almonte, 2024.
De izquierda a derecha: César Zapata, Miguel Antonio Jiménez, Ylonka Nacidit-Perdomo, Julio Cuevas y Tomás Castro Burdiez. © Anania Almonte, 2024.

Quizás, a 45 años de existencia del Taller Literario «César Vallejo», entiendo, que nadie se aventuraría a negar que, esta fue una feroz disputa abierta y frontal entre una pléyade de más de treinta vallejianos en la década de los 80s, década en la cual surge la llamada Generación del 80  y, que luego da origen a dos  promociones literarias: la de los 90 y la del  2000 que han surgido de esta contemporaneidad de jóvenes que escribían poemas, cuentos, microcuentos, novelas, reseñas de prensa, artículos  y  ensayos.

Esas sesiones vallejianas, a las cuales asistimos —en la década del 80, desde 1983— fue la primera etapa en que el parnaso nacional de la República Dominicana sería «asaltado», sí «asaltado», por jóvenes mujeres creadoras que provenían desde distintas carreras del ámbito profesional que cursaban en la UASD. Puesto que, era extraño la asistencia y membrecía de autoras en el Taller.

Sí, con énfasis lo digo, la existencia de autoras; porque el reconocimiento de la autoría femenina (por los  vallejianos radicales machistas)  tuvo un alto costo de luchas entre sí,  de rechazos, de recibir incómodas opiniones sobre sus obras, de frases lapidarias, de agotadoras discusiones, y de la falta de un feminismo combativo en las aulas de la Facultad de Humanidades.

Es por esto, que creo estoy aquí, para que quede esta reflexión, mi reflexión y la de muchas otras, que tuvieron una militancia vallejiana y,  que no han escrito la Contra-Historia del Taller Literario «César Vallejo».

Hoy, 45 años después, es Mateo Morrison —mentor, promotor, auspiciador, ideólogo, creador y propulsor del Taller Literario «César Vallejo»—  quien me ha solicitado que «diga unas palabras» como la única mujer (Coordinadora) que venció en unas elecciones ( a través de una Asamblea)  a las huestes del machismo exagerado y avasallador del Taller Literario «César Vallejo».

Pues complazco a Mateo y, él sabe cuál es mi postura, al igual que otras colegas que sí tomaron  control absoluto de su rol de escritora comprometida y, es a ellas, que dedico mis palabras, en especial a Sofía Suzaña, una compañera universitaria de gran dinamismo, colaboradora, amistosa y de ideales auténticos y puros, que es la efigie real de lo que es el pueblo, la Nación dominicana: una multada angustiada por la discriminación, la falta real de oportunidades, la hostilidad de los contrarios, la lucha entre los que tienen los privilegios de clase y poder, que le impidieron ser, ser el presente, ser el futuro, ser protagonista de la liberación de los oprimidos a través de la palabra.

Sin embargo, hay un dato que debo resaltar para que a viva voz esté escrito y, quede, para la posteridad: la llamada Generación del 80 no tiene un líder ni una lideresa. Decir que tiene un líder es una ficción, una mítica búsqueda, onírica, de pretender (sin acierto) invalidar el hacer, la producción y la trascendencia de otros y otras. Lo que sí tiene la Generación del 80 surgida en las aulas de esta universidad es, un Quijote, no de cartón, ni de plástico  ni espumas, ni de porcelana, ni de cristal, ni de pajas o de madera y, menos aun, de papel. Esta Generación del 80 tiene un Quijote corporal, que no se endiosa a sí mismo, a quien le surcan el rostro las arrugas del paso del tiempo como testigo de su compromiso con la obra vallejiana, ese Quijote se llama Tomás Castro y Burdiez, a él mi reconocimiento en estos 45 años del «César Vallejo».

Y al hablar de Tomás  Castro, aquí sí que vale citar al poeta peruano  César Vallejo, y su texto «Los heraldos negros» para que se comprenda que aun cotidianamente la tensión entre fuertes y débiles, no es una viñeta para la emotividad de quienes se afligen sin condenar —abiertamente— la soledad, el dolor y la destrucción  del ser humano a través de distintas armas.

A 45 años de fundarse el Taller Literario «César Vallejo», nos ocurre, nos asombra y nos toca vivir el desgarrador testimonio contenido en el  texto «Los heraldos negros» de César Vallejo cuando dice:

Hay golpes en  la vida, /tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, /la resaca de todo los sufrido/ empozara en el alma…/ ¡Yo no sé!

A 45 años de fundarse el Taller Literario «César Vallejo» solo dejo esta reflexión final, que he llamado Nuestro mundo a la deriva… 

«La foto histórica del Cesar Vallejo, 1986. Cinco generaciones literarias reunidas»

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En la época en que Ylonka Nacidit-Perdomo fue la Coordinadora del Taller Literario César Vallejo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y el conglomerado de jóvenes poetas, narradores y ensayistas, se reunía en el Paraninfo de la Facultad de Humanidades (FH), se produjo una de las reuniones más inéditas y extraordinarias de la historia de la literatura contemporánea del siglo XX en la República Dominicana. Cinco generaciones literarias estuvieron representadas en una tarde de primavera en la antigua academia: Generación de Poetas  Independientes, Generación del 48, Generación de Postguerra, Joven Poesía  y la Generación de los 80s. El ojo avizor e inquieto de © Nelson Morrison — acompañante de Ylonka en todas las actividades del CV— captó la imagen histórica que se ha convertido en un ícono, al momento de concluir la lectura-homenaje al poeta Manuel del Cabral. He aquí a los protagonistas: Primera fila, de izquierda a derecha: José Marmol, José Molinaza (+), Ylonka Nacidit-Perdomo, José Ramón Tejada, León Félix Batista. Segunda fila, de izquierda a derecha: Miguel Aníbal Perdomo, Mateo Morrison, Manuel del Cabral (+), y Víctor Villegas (+). Tercera fila, de izquierda a derecha: María Brazobán de los Santos, Fernando Vargas, José Sirís, Luis Arzeno, Tomás Castro Burdiez y Rafael García Romero. Al fondo, margen derecho: Yrene Santos (de espaldas) conversando con Sixto Alfredo Alonso.  [Locación: escalinatas del ala oeste de la FH]. Fuente: «AQUÍ», Suplemento Cultural del periódico  La Noticia. Año XVI-Santo Domingo, 15 de marzo de 1989.   150 x 125 cms.

Nuestro mundo a la deriva…

…DICEN que de cabeza, con un 'verticalismo' confuso, con verdades resbaladizas que se enuncian en la incertidumbre, más como una alegoría que como un testimonio de la insensatez.

No sé si el día ya está cansado de ser golpeado por el espanto, ya que nos han empujado al silencio, pero no al que gana adeptos, sino al que se persigue, al que se hostiga.

Ahora, reflexionar no es necesariamente «pensar» cuando no se sabe cómo desbordar a la resistencia.

Este presente es áspero y desafiante. Es un subexistir donde todo falta. Más que ficción, en esta primavera hemos quedado ancladas en el préstamo de una escena desprovista de personajes propios. Las siluetas de las marionetas han cobrado vida; se comunican en sus roles de sumirnos en lo opuesto al equilibrio con su selección de  planos y actuaciones donde ningún espectador pueda ser  protagonista. Nos desmantelan la «felicidad», esa misma felicidad enferma seducida antes por los delirios de la inmediatez.

Un mundo no interdiscursivo; un mundo balanceándose sin ver su doble, y las horas vacías del alma sin despedida. Ahora, las penas no tienen  importancia; nada encaja en los límites impuestos, en la extraña coincidencia de que estamos en distintos lugares a la deriva, siendo sujetos con una identidad colectiva/individual distorsionada. Las ideologías ya no son más ideas en conflicto con el sentir del ser.

Consciente o inconsciente, el mundo al revés, hace resignar a los pueblos a una parálisis. Propone a los techos de refugios, y a la inercia como complicidad con el sistema.  El engaño tiene sus márgenes, sus espacios marginados. Es la situación del «otro» frente a los «otros», la  anticipada comunión con el desmantelamiento de cualquier tipo de pregunta.

Un mundo dislocado —nos dicen— pero aún sexista, y sutilmente destructivo de los géneros, y de la diferenciación de géneros.  Hemos hallado hoy a un mundo desgarrado, sí desgarrado, que sólo gira (sobre su órbita)  en sus  dos polos: el odio y el amor.

Confieso que quisiera  evidenciar —en algún momento— un mundo imaginado que fuera más lírico que el conocido, menos contrahecho, menos indescifrable por los códigos del habla, menos reivindicatorio de tendencias, menos entretejido lingüísticamente, menos predominante por la resonancia de un texto.

Sin embargo, he procurado —con fragmentos de mis dudas— liberar a un mundo donde el «yo» no tuviera ningún énfasis en mi manera de mirar a las multitudes, que no se citara ni aun entre comillas ni en mis notas manuscritas que, quizás, se queden a un lado cuando reciba el aviso de que, a todo este mundo a la deriva solo le sobrevivió LA TERNURA.

YLONKA NACIDIT-PERDOMO

Santo Domingo, D.N., Ciudad Universitaria.

Plazoleta de los Poetas. Facultad de Humanidades.

31 de enero de 2024.