El poemario Música de los cuerpos de la escritora y publicista dominicana Reyna Mendoza se compone de 39 poemas breves que se nutren de la intimidad de los cuerpos y la música que resuena en su encuentro. Es atractivo que el contenido y la forma de los poemas gozan de libertad; es como si la poeta utilizara el verso libre para, en consonancia con una temática libre de tapujos, traernos un escrito indómito y arriesgado.

En la obra no redundan los artificios, por el contrario, Mendoza emplea un lenguaje natural, directo, sutil en ocasiones, que puede resultar abrasivo y procaz para los lectores que no comparten la cosmovisión plasmada. Es intrigante considerar que al prever esta posible reacción, la autora expresara de forma sarcástica:

‘’Una disculpa

a los apáticos infelices

de mi placer’’ (p. 20).

Por lo tanto, no es un libro dirigido a todos los amantes de la poesía ni del arte en general, sino que está dedicado a aquellos que abrazan la materia humana como expresión artística. Encontramos, así, una diversidad de poemas que reflejan una ruptura con tabúes sociales y dan lugar a una mentalidad más fluida, que se aleja de las aguas conservadoras.

Por otro lado, para crear un aura poético, la escritora incorpora ciertos adornos que logran embellecer el texto de manera muy orgánica:

‘’Las penas cuelgan

en las rendijas de tus labios

y tus paredes envejecen en mis manos’’ (p. 42).

[…]

‘’para hacernos de nuevo

con la fragilidad de la espuma’’ (p. 13).

 

‘’Se estremece el tiempo

cuando llega la hora’’ (p. 16).

Además, una de las cualidades estilísticas más resaltables es que la obra está impregnada de claras imágenes, con tonos coquetos, que nos adentran en los escenarios coloreados por la poeta:

‘’Hay una mujer

que se oculta tras su sombra

vestida de piedras y espinas

bañada con sales que escapan al viento…’’ (p. 12).

‘’Nuestros cuerpos

expuestos a la luna

se reflejan en los charcos que dibujan la

ciudad’’ (p. 32).

Música de los cuerpos, partiendo desde el título y recorriendo cada poema, nos envuelve en un sugestivo paralelismo, en el que, al igual que en una orquesta sinfónica –donde los instrumentos afinados con meticulosidad emiten tonos que se fusionan armoniosamente para regalarnos deliciosas melodías– los cuerpos convergen para producir ritmos cálidos y componer música agradable a los sentidos. Esto desde la mirada de una mujer que dota de musicalidad a la figura humana:

‘’Que siga sonando la música irreverente

desde los cuerpos que la provocan

y poseen la libertad de bailarla’’ (p. 40).

Así pues, con un estilo sobrio y versos sencillos, Mendoza construye un panorama que nos traslada al universo filosófico-literario creado por Milan Kundera en su obra La insoportable levedad del ser (1984). Específicamente, nos centraremos en dos conceptos centrales: la levedad y el peso. Por su parte, en el contexto amoroso, la levedad hace referencia a la falta de ataduras románticas que, usualmente, implican una responsabilidad. Por lo que la intimidad de los pares se rige por las leyes de lo carnal. A esto Kundera (1984/2020) añade que  ‘’…la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire…’’ (p. 11).

En poemas como Ánimas, Puertas abiertas, Fantasma de turno, Preñada de locura, Sed infinita, Vacaciones, Llena de historia, a simple vista, se hace presente esta levedad, en la que el eje focal es el cuerpo. Afloran la libertad, la espontaneidad, el natural encuentro de seres prendados por lo liviano. Se resalta el disfrute del ‘’amor’’ físico, que quizá conlleve la exención de lazos que generen pesadez en los cuerpos, en las almas, en la vida.

‘’Muerte deseada

añoranza de un instante

donde flotan los cuerpos’’

[…] (p. 20).

En contraposición, entonces, tenemos el peso, que alude a la presencia de vínculos afectivos y, por lo general, de compromisos. Por tanto, el acto privado se deriva de la interacción sentimental e integra la conexión emocional. Kundera (1984/2020) dice sobre el peso: ‘’Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será’’ (p. 11). En poemas como Inocencia y Amor y costumbre sí se puede vislumbrar un poco más ese elemento sentimental y destellos de responsabilidades. Especialmente en este último, donde el goce intimo se ve carcomido por la iniquidad entre el amor y la costumbre (que puede ser producto de la monotonía entre las parejas):

[…]

‘’Pero ella no distingue

entre amor y costumbre.

Ya no siente’’ (p. 49).

Finalmente, no puedo despedir estas líneas sin destacar que me parece interesantísimo el poema con el que la autora concluye la obra, Amor y costumbre. Desde el inicio Mendoza nos arropa en un ambiente dinámico y voraz, de manera que los poemas, expresados en positivo, irradian una gran energía pasional. Sin embargo, en este último, expresado en negativo, se dibuja una silueta triste y desarraigada; se escucha una disonancia que aturde la música de los cuerpos. Es como si luego de toda una explosión tenaz, termináramos chocando con los escombros de la redundancia. Es como pasar de lo idílico a lo abrumador de la realidad; de la levedad al peso. Lo que nos remite a que la vida no es constante: los estados son tan intercambiables como la noche y el día. 

Referencias 

Kundera, M. (2020). La insoportable levedad del ser. (F. Valenzuela, Trad.). Editorial MaxiTusquets. (Obra original publicada en 1984).

Mendoza, R. (2016). Música de los cuerpos. Editora Nacional.