Esta es la segunda parte de la entrevista concedida en 1995 por Milan Kundera al periodista Tomáš Sedláček, difundida primero en la Radio Checa y publicada luego en el diario praguense Lidové Noviny. La traducción del checo es nuestra.

—Sin embargo, durante su estancia en Francia usted no solo ha escrito novelas. También se ha comprometido, ha escrito muchos artículos y dado entrevistas sobre Checoslovaquia, sobre su destino de país ocupado, sobre su arte…

-Cuando llegamos a Francia, durante algunos años fui quizá el único checo a quien se le abrió toda la prensa mundial y quien pudo explicar lo que era aquel país ocupado por los rusos que se llamaba Checoslovaquia. No tenía derecho a desperdiciar esa oportunidad y no la desperdicié. Pensé en aquella célebre frase de Chamberlain, quien, en los tiempos de Munich (la Conferencia de Munich, N. del T.), habló con desprecio de Checoslovaquia como de un país desconocido. Es peligroso ser un país desconocido. Cuando lo degüellan nadie se da cuenta.

—Esa frase de Chamberlain seguía siendo vigente por entonces.

-En aquella época trataba con un director de cine muy conocido. Había firmado muchas peticiones en favor de Checoslovaquia, y un día comprobé que pensaba que escribíamos en alfabeto ruso y que éramos ortodoxos. No crea que este desconocimiento era excepcional. Lo principal que había que explicar le parecerá a usted algo obvio. Esto es: que Bohemia no pertenece a Europa Oriental, sino a la civilización occidental. Que el término “mundo eslavo” no es la clave de la problemática checa. Que si Bohemia pertenece a algún conjunto multinacional, es a Europa Central. Y que no es ningún puente entre Oriente y Occidente, sino evidentemente parte de Occidente. E incluso cuna de la moderna cultura occidental. Aquí surge el psicoanálisis. Aquí nació la estética de la novela moderna en la obra de Musil, Broch, Kafka y Gombrowicz. Aquí se originó el estructuralismo en el Círculo Lingüístico de Praga, que hasta el día de hoy influye indirectamente en el pensamiento teórico en todo el mundo. Aquí Janaček y Bartok resolvieron a su modo el problema de la música moderna, de otro modo que Stravinski, que Schonberg, sí, pero igualmente significativo.

—Durante el tiempo que ha vivido en Francia, ¿ha observado que la relación con Bohemia haya cambiado de algún modo?

-Es una paradoja: justo en la época más oscura, en los años setenta y ochenta, la cultura checa, quizá por vez primera en su historia, se convierte para Europa en un concepto conocido y hasta ejerce aquí determinada influencia.

—¿Y los años sesenta?

-Los años sesenta fueron en Bohemia una gran década cultural, sin par en Europa. No me di cuenta de ello cuando los viví en Bohemia. De pronto se me hizo claro que nunca más vería funciones tan hermosas y modernas como las que vi en los teatros praguenses “Na Zábradlí” (“En la Balaustrada), el Club Dramático o el de Otomar Krejča. La puesta en escena de Alfréd Radok de El juego del amor y de la muerte, de Romain Rolland, en el Tylovo Divadlo (Teatro Municipal), permanece en mi memoria como la más fuerte confesión artística sobre el terror de la revolución. Sólo la podía hacer alguien que tuviera nuestra experiencia histórica centroeuropea. Pero en aquel tiempo el mundo no se interesaba en Bohemia. Quizá con excepción de las películas de esos años. Estas han permanecido hasta ahora en la memoria europea, de seguro que más que en la checa.

—¿Y después de 1989?

-Bohemia se convirtió por derecho propio en uno de los países más populares de Europa. Pero, por favor, tome esta constatación con todo el sano escepticismo hecho. Fue poco después de noviembre de 1989. En París daban una película de Jiří Menzel de hace veinte años que había sido precisamente liberada de la censura: Alondras en el alambre, según la obra de Bohumil Habral. Magnífica película, incomparable, moderna. Fui a verla con mi mujer, por poco se nos salieron las lágrimas. Pero imagínese: ¡Nosotros dos estábamos completamente solos en aquella sala de cine! Pensábamos ingenuamente que la repercusión de la revolución praguense atraería a muchos espectadores a esta película. No atrajo a ninguno.

En lugar de ello, las muchedumbres se precipitaron hacia los autobuses y aviones para poder pendenciar el reloj de la Plaza de la Ciudad Vieja. Después leí en el libro de un inglés que en aquella época visitaba Bohemia, que Praga, esa ciudad levantada por alemanes e italianos, no tiene nada que ver con los que habitan en ella. Con lo cual quiero decir que el interés por una película de Menzel es mil veces más importante para la cultura checa y su lugar en el mundo que los millones de turistas que pisan el Puente de Carlos y hacen de Praga una ciudad inhabitable.

—Hace ya diez años que publicó un libro de ensayos escritos en francés. Pero cuando publicó su novela francesa La Lanteur (La lentitud), me sorprendió. ¿Esto significa que ya está perdido para el idioma checo?

-La gente no se da cuenta de una cosa. Empezar a los cuarenta y cinco años una vida completamente nueva en otro país le cuesta a un hombre todas, escúcheme bien, todas sus fuerzas. En estos veinte años he leído muy pocos libros checos. No se enoje conmigo. Nadie alcanza a vivir a plenitud en dos países, en dos culturas.

Aunque con mi mujer hablo solo en checo, estoy rodeado de libros franceses, reacciono al mundo francés, a las frases francesas, igual a como usted en Bohemia reacciona al mundo checo y a las frases checas. Un día esto tenía que manifestarse en la elección de la lengua en que escribo. Esto me ha sorprendido tanto como a usted. ¿Volveré alguna vez al idioma checo? No lo sé. Me dejo sorprender. Todo lo que me ha pasado desde el momento en que abandoné Bohemia ha sido para mí una sola gran sorpresa de la que hasta ahora no salgo.

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Milan Kundera