Siempre es buen momento para lanzar un libro infantil. Incluso aquellas historias que no destacan por su originalidad o su riqueza literaria en su sentido más general podrían conectar con determinados lectores. Para respaldar este argumento solo habría que empezar a enumerar un montón de libros que siendo bestsellers carecen de valor literario. Hemos comprobado cómo el marketing y el reducido interés por literatura de alto vuelo puede funcionar a la perfección en el mundo de hoy. Y claro: el proceso de lectura suele ser muy personal y una propuesta editorial puede llegar a sorprender y emocionar. Pero si nada de esto sucediera, podríamos defender esa lectura con un montón de argumentos.

Leer solo es una pérdida de tiempo cuando permitimos que nuestras niñas, niños y adolescentes lean toda la bobería que se publica en las redes. Y esto no porque se publiquen mentiras o nuestros pequeños lectores tengan acceso a ellas, sino porque también la persona adulta que está supuesta a supervisarle y guiarle tampoco está bien informada y no tiene elementos para diferenciar lo probablemente cierto de lo probablemente falso.

Se observará que no todas las personas se detienen para verificar datos leídos, afirmaciones dadas o citas de gente que nunca dijo lo que se le atribuye. ¿Tenemos tiempo para verificar, por lo menos, los elementos imperdibles (igual de una noticia como de un cuento como de un chisme): el quién, el qué, el dónde, el cuándo, el cómo y el por qué?

En ese mismo orden de ideas, sería oportuno preguntarse por qué digo que es buen momento para el lanzamiento de Mil estrellas fugaces de Geraldine de Santis, publicado bajo el sello Te reto a leer (2021). Hace un año no le habría visto tanta conexión con la realidad actual, pero ahora -justo ahora- me voy más allá: veo como una necesidad que las escuelas propongan y trabajen los ejes transversales de este libro. Y cuando digo escuelas, también quiero decir familias; y la razón es la siguiente: Hiroki nació el mismo día que bombardearon su ciudad natal y, años más tarde, se vio obligado a dejar Japón para acabar de crecer en la zona fronteriza que separa la República Dominicana de Haití. Esta situación de por sí ya es seria, pero tenemos que agregar un dato: este proceso migratorio sucedió durante la asfixiante dictadura trujillista. Y cuando digo sucedió, es que no es pura ficción: Trujillo sí que implementó un programa para traer japoneses que fueron llegando en la década de los años 50 con un paquete de promesas y compromisos que parecían demasiado lindos para ser verdad.

En resumen: es que hay “libros y libros”, y este libro en particular tiene PERTINENCIA. Funciona de forma idónea para ayudarnos a explicar en casa o en clase este momento histórico. Aunque Ucrania no goza el triste privilegio de ser el único terreno del globo terráqueo que está siendo bombardeado, este conflicto trae consigo el riesgo de una posible agresión rusa utilizando armas nucleares. No recuerdo que -desde la crisis de los misiles en 1962, fuera de accidentes como el de Fukushima (Japón) en 2011 o el de Chernóbil (Ucrania) en 1989-, se haya producido una amenaza como la que el presidente Putin ha anunciado. Es decir, que el tema de las armas nucleares ya no solo forma parte de una película de espías entre norteamericanos y rusos. Pero la cosa es, ¿cómo hacemos para que conectar esta peligrosa crisis de Eurasia con la vida de gente que está en una isla caribeña? Hiroki, nuestro personaje estelar, nos puede ayudar a conectar realidades que parecen lejanas e improbables cuando nos convierte en testigos, por ejemplo, del comentario de su hermana cuando cenó por primera vez en el barco que la llevaría al Caribe: “Nunca en mi vida he visto tanta comida junta” (pag. 53).

Y es que la realidad de la guerra y la posguerra tiene que ver con la escasez, con el hambre, con la pobreza no solo por los daños físicos a las infraestructuras de los pueblos (que nuestro protagonista describe muy bien), sino también por la afectación del comercio y el impacto que tiene la cadena de suministros. Mil estrellas fugaces, en sus diferentes ejes transversales, puede dar pie al análisis de cómo nos impactará la escasez de las materias primas que proceden de Ucrania y de Rusia; también de cómo explorar la migración forzada de millones de desplazados que se enfrentan a una realidad inviable en los países de donde son nativos. Eso sin meternos en aspectos de choque cultural o de impacto emocional, también presentes en la obra.

Y hay otro aspecto de la obra digno de resaltar: es poco lo que conocemos sobre la intimidad de migrantes chinos o japoneses en la República Dominicana. Al parecer los descendientes de libaneses, sirios y palestinos somos personas más abiertas y sociables, lo que nos llevaría a participar de la opinión y vida públicas y a desempeñar liderazgo en la política, además del comercio.

La autora de Mil estrellas fugaces respalda este relato con una investigación muy compleja que supone hoy un gran aporte para conocer un proceso histórico que suele pasar desapercibido: la adjudicación de terrenos para japoneses en la frontera durante la década de 1950. Este nuevo libro plantea una historia narrada por el chico inmigrante en un diario al que le veo -ya como autora- una utilidad práctica: permite organizar la presentación de una serie de sucesos convulsos en los que el protagonista se ve obligado a madurar: pasa de ser un feliz niño que corre y salta por los túneles heredados de tiempos de guerra en su natal Japón a ser el ayudante de su padre con una labor nada fácil, hacer parir una tierra que nunca ha parido nada.

Al preguntar a Geraldine de Santis sobre cuáles fueron sus motivaciones para abordar este tema tan original, la autora señala: “es que el Caribe es el padre y la madre de los hijos pródigos del mundo”. Y prestando atención a los grandes conflictos del siglo XX lo podremos comprobar: el Caribe ha sido un verdadero paraíso para aquellos huidos de zonas en guerra: españoles, judíos perseguidos, libaneses…

En términos de valores puramente literarios, resalta la belleza del lenguaje de los poemas escrito por el amigo que deja atrás, Koji, que anteceden a cada capítulo. La voz del narrador, calmada y de pensamientos profundos, se presenta fiel al temperamento de un japonés. En cada entrada de su diario, el muchacho nos hace vivir la sorpresa, el desconcierto, el espíritu de lucha. Nuestro protagonista, que no ha salido de la invención descabellada de una autora desconectada de la realidad, sino que es fruto de una investigación seria por una docente especialista en Ciencias Sociales cuya pasión por la novela histórica puede ser de gran apoyo en los espacios escolares porque muchas veces nuestros estudiantes no conectan con la Historia o las Ciencias, y muchas veces olvidamos que un buen libro literario es una provocación un recurso inagotable que crea en él o la estudiante una necesidad de saber, de conocer, de investigar, de comprender tanto el pasado como el presente (y muchas veces el futuro). El presente es que Putin, actual presidente de Rusia, tiene armamento nuclear. El presente es la inseguridad alimentaria derivada de la escasez de materias primas que proceden de Rusia y de Ucrania. El presente es que el mundo está cambiando y, al margen de que Mil estrellas fugaces es una excelente opción como lectura lúdica porque cumple con todos los valores literarios que se puedan esperar de un libro magnífico, en este momento histórico necesito recomendarlo como lectura urgente en el aula. Podría darnos pie para acompañar a nuestros estudiantes en el desafío de comprender las consecuencias de lo que está viviendo el mundo y un proceso histórico de nuestra nación que nunca se tocó con este nivel de profundidad y belleza.