Descifrar el pensamiento de un coloso del lenguaje constituye una tarea espinosamente inagotable. Ese es precisamente el caso de Marcio Veloz Maggiolo, quien se pasó casi toda su vida excavando sobre los escombros ontológicos del saber humanístico. Sabemos que se había leído muy bien la filosofía kantiana y, evidentemente, había hecho suya la frase latino-horaciana con la que el pensador prusiano, Immanuel Kant, subsumía su crítica a la razón pura: sapere aude (atrévete a saber).

No extraña, pues, el que en su universo literario, narrado casi siempre en primera persona del singular, se entramen dimensiones complejas de la vida. Su formación de historiador, arqueólogo, antropólogo, lingüista y escritor, etcétera, quedan estampadas hasta en el más errático de los personajes que reinventa para construir un mundo ficcional, en el que el propio autor se encubre y se reencuentra con su propia ánima transmutada en Don Martirio. Me refiero esta vez al personaje de su última y decimoctava novela, Palimpsesto (Noviembre, 2020).

Estamos ante un personaje de cuyos poros brotan palabras como si fuesen sudor. Un anciano escritor y químico, cuya edad oscilaba entre ochentaitrés y ochentaicuatro años. Por aparente cuestiones de salud, no podía contener la orina y día a día se lamentaba al ver cómo la incontinencia, y otros achaques propios de la edad, se convertían en los responsables del deterioro de sus libros; obras escritas con total precisión, gracias a que leyó desde muy joven los autores universales, amén de haber viajado al resto del mundo. Sin embargo, sus habilidades mentales habían ido decreciendo, al punto que ya no discriminaba donde colocar puntos, comas, comillas, etc. A su edad, sólo percibe la fonética, la memoria de su voz impresa en cada obra.

Es evidente el saber enciclopédico de este personaje, puesto que en su transitar dialógico pernocta, desde el barrio de Villa Francisca, Santo Domingo, hasta Europa y el lejano oriente, a través de las obras de, verbigracia, Petrarca, Alighieri, Virgilio, Cervantes, Camilo José Cela, Lao-Tse, Confucio, etc. En cada transitar, detalla los pormenores de los temas que alude y que han configurado su cosmovisión del mundo, dentro de lo que es posible percibir una semiosis olfativa, sonora, gustativa, táctil, amén de los signos visuales que recrea en su narrar (Pérez, Odalís (2021) Marcio Veloz Maggiolo: Somos la memoria 1 y 2. Acento.com.do).

La senectud de Don Martirio era como su nombre, un verdadero martirio. Pareciese como si de sus recuerdos añejos emergieran rasgos de la brevedad de la vida que antaño describió el filósofo romano-español Lucio Anneo Séneca. La comparación tácita entre lo que era antes y lo que ha llegado a ser lo introduce en la meditación cosmogónica del origen bíblico de la humanidad. No extraña el uso frecuente de frases edénicas similares al tipo: “primero fue la luz”; “Polvo eres y al polvo volverás”, “llamas eternas del infierno” etcétera:

“Se dice que el ´logos´ fue la catapulta inicial de lo creado. ¿Qué fue primero energía, la instantánea luminosidad intraducible y luego la materia prima todavía impenetrable, o qué?” (Página 78).

Asimismo, afloran en su transitar enunciativo signos de un pensamiento escatológico. Cuestiones existenciales sobre el más allá simbolizan la hora en que le cerrará los ojos a la vida para siempre. Por eso parece aludir, de manera impronunciada, al noúmeno kantiano, introduciéndose dentro de una metafísica que no pudo ser descifrada por el mismo Kant, ni por Rousseau desde el Racionalismo; mucho menos por el empirista David Hume, debido a las imperantes limitaciones de la ciencia ante el deseo humano de postergar aún más la vejez y la muerte o, más radicalmente, alcanzar la vida eterna. Y es que Martirio, un hombre realizado como intelectual, sabía lo que le esperaba, pero su aparente pretensión, como la del resto de los mortales, era revertir el proceso involutivo que lo llevaría a otra vida:

“…ni la vida ni el cuero mueren cuando morimos, la muerte no acaba de ser muerte sino que con la corrupción del cuerpo la fauna microbiana tiene la misión de trasladarla a otra vida” (Página 90).  “La vida ignora, como ignara en muchas cosas, de qué material será su féretro, y quién confeccionará su corana mortal” (Página 91).

¿Quién se encargará de mi obra tras mi muerte? ¿Me recordarán mis hijos, mis nietos y mis colegas? ¿Habrá servido de algo haberme pasado la vida entera leyendo, escavando y escribiendo, si de todos modos dentro de unos cuantos días mi vida y mi obra quedarán sepultadas en el rescoldo de los tiempos, en el olvido eterno de la memoria de un pueblo desmemoriado? Son algunas de las cuestiones existenciales que posiblemente afloran por la cabeza de Martirio, como semiótica implícita en la literalidad de su narrar.

Estamos ante un personaje que rememora sus años de presunción, tiempos y sazones en los que, alegadamente, se pavoneaba de ser el que más libros había leído, el que más había viajado, el que mejor entendimiento de las obras que leía podía exhibir, el verdadero y único pensador; y todo aquello para qué, tal vez se preguntaba, aunque no siempre lo dice al lector: “Mientras luego trataba de aprenderme de memoria diccionarios Larouse para burlarme de mis compañeros y de mis vecinos” (Página 79).

La narrativa en esta novela no es ajena al contexto social, razón por la que el personaje principal arremete simbólicamente contra las bibliotecas sin bibliotecarios, sin libros y sin lectores. Asimismo, este personaje defiende el género “protonovela” y desautoriza a los críticos que en su discurso desconocen dicho género. Denuncia el que en algunas academias haya miembros correspondientes sin corresponderles, pero a quienes meritoriamente les corresponde, según Martirio, se les ignora:

“Hay críticos correspondientes o correspondidos como existen en las academias miembros correspondientes montados en gerundios y fechas que cesan de corresponder por ignorancia, a una academia a la que ya no pertenecen. Por eso las academias son macutos, fundas tejidas por diversos intereses, donde también pueden esfumarse falta de ortografía, porque ya lo están, de los textos de algunos que inmerecidamente lo componen” (Página 114).

Vale apuntalar que quien introduce el relato no es precisamente Martirio, puesto que hasta la página dieciocho el narrador es una supuesta tercera persona, quien después de analizar los componentes químicos de la orina, dice que contará la biografía de Don Martirio. Esta estratagema, tortuosa para lectores posmodernos, parece ser una constante en parte de la narrativa larga de nuestro cosmólogo autor. Es parecida, por ejemplo, al artificio que utiliza en “De abril en adelante”, en la que Paco escribe, reescribe, destruye lo escrito y continúa reescribiendo una supuesta novela, pero que en realidad se trata de la misma novela que leemos dentro de ese sinuoso vaivén mental.

Esta forma de narrar es alabada por eruditos y lectores acuciosos de los cuales ya casi no abundan. Yo, desde mi condición de simple y esforzado lector y, sobre todo, desde mi perspectiva de exégeta de textos seglares, considero que dicho juego narrativo convierte el texto literario en una carretera agrietada y pedregosa. Un conductor novel disfrutaría, más bien, del éxtasis que le produce el deslizamiento de los neumáticos de su recién comprado automóvil cuando se desplaza por una carretera bien pavimentada.

Empero es evidente la capacidad creadora de nuestro autor, sobre todo, cuando sitúa su narrar en el contexto de una moral judeo-occidental, puesto que sus cuestionamientos a su condición de anciano se encuentran condicionados por estímulos exógenos a su propia mente, pero que a la vez se internalizaron en su memoria para sólo escapar de ella con su muerte. El imperativo categórico kantiano, que ciertamente resultó ser el móvil autónomo de su accionar, se desvaneció ante la imposibilidad de la ciencia de frenar las enfermedades catastróficas, la brevedad de la juventud, la premura de la vejez y la llegada inevitable de la muerte.

¿Qué importa que sea novela o protonovela? Palimpsesto es una historia autobiográfica fascinante, por lo que debe ser leída en nuestras aulas y fuera de estas. En sus páginas no sólo encontramos un mundo ficcional cargado de un lenguaje simbólicamente hermoso. Su prosa ofrece oportunidad para transitar los entrecruzados caminos de la hipertextualidad kristeviana que redundarán en la conformación de un acervo cultural necesario para la convivencia y preservación de la especie humana, del legado intelectual y del patrimonio inmaterial que aporta el creador literario a sus lectores.

A un año del deceso del imperecedero cosmolingüista dominicano, Marcio Veloz Maggiolo, considero necesaria la difusión de sus obras, como también lo ha señalado el laureado escritor y Premio Nacional de Literatura, 2019, Manuel Matos Moquete, en una serie de tres entradas que ha posteado en su cuenta personal de Facebook, los días ocho, nueve y diez de abril, respectivamente.

¡Loor a quien honor merece! Marcio Veloz Maggiolo vive más allá de su sepulcro, a través de la inagotable complejidad de su lenguaje, sólo equiparable al universo de su vasto legado intelectual.

Veloz Maggiolo, Marcio (2020) Palimpsesto (Novela). República Dominicana: Ediciones de la Fundación Marcio Veloz Maggiolo. Editora Búho. 153 páginas.