Todo el esfuerzo de Mi isla, mi lenguaje puede resumirse en la frase con la que Jean Paul Sartre comienza El idiota de la familia, dedicado a desentrañar los intríngulis de una vida extremadamente compleja: ¿ Qué se puede saber de un hombre? No se trata, desde luego, de la vida biológica. Observa el autor de este libro que en lo que toca a lo biológico tenemos una proporción mayor de la raza negra que de la raza blanca, que la proporción indígena se calcula apenas en un 10%. Él mismo se define como un mulato de cuerpo entero, pero no cree haber hallado en esto el secreto de Polichinela. Porque el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia. Es más cultura que biología. Ortega y Gasset nos lo dice clamorosamente en un pasaje para mí memorable: “ yo no soy mi cuerpo. Mi cuerpo es algo con lo que me tropiezo como me encuentro con la sierra de Guadarrama”. Es decir, que no es en la materialidad del cuerpo, sino en la mentalidad, en la memoria, en el pensamiento donde podremos llevar a cabo esta indagación.
Mi isla, mi lenguaje (2022) comienza, pues, a esbozarse con notillas escritas en Facebook, máximas, moralejas , viñetas llevadas cada día como un diario desde el 2 de junio del 2020 hasta este abril del 2022. Todo principia, pues, con la jubilación completa de sus tareas en el Ministerio de Educación y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo. Era profesor, investigador y funcionario del Ministerio de Educación. Ese acontecimiento coincide con otro, que él ha llamado el comienzo de la vejez.
Desde el 1982, tras concluir su doctorado en literatura en Francia, ha permanecido en las aulas, en las faenas de investigación o en las operaciones burocráticas del Ministerio de Educación, ha escritos enjundiosos libros de investigación sobre crítica literaria, análisis del discurso, enseñanza de la lengua, sin que en todo ello hubiese un solo año de tregua. Todo eso no le ha impedido dar a la estampa varias obras de creación literaria, particularmente novelas: En el Atascadero (1985), Dile adiós a la época (2002), La avalancha (2006) Los amantes de abril (2004), las Antimemorias (2017). Mi lenguaje, mi isla pertenece de pleno derecho a su obra literaria. Se trata, en puridad, de una autobiografía intelectual.
Toda esta aventura comenzó hace cuarenta años, en 1982. Su incorporación a la vida laboral, no fue faena fácil. Su ingreso fue como pasar por las horcas caudinas, aquellos desfiladeros romanos plagados de humillaciones y dificultades; ganó las oposiciones, pero todos se habían confabulados para dejarlo sin la posibilidad de ser docente. En aquel punto y hora, campaba por sus respetos, una falange de funcionarios y logreros que devoraban el presupuesto de la universidad; decidían los nombramientos como profesor, como empleado, manejaban los gastos, se habían enseñoreado de toda la vida universitaria, se les había motejado con un nombre que ilustraba naturaleza roedora, el comején. Veían con mucha ojeriza y a veces, con franca hostilidad de todo aquel que viniese del extranjero. Esas circunstancias le habían vedado la entrada a muchos profesionales con estudios en Francia, España o Estados Unidos. La situación se invertía completamente, si se llegaba de Cuba o de cualquier país socialista. Fueron esas las credenciales que exhibieron muchos de aquellos que alcanzaron la rectoría: Julio Ravelo Astacio, Edyberto Cabral, Porfirio García, Miguel Rosado. Todos llegados de países socialistas de Europa.
Todo sea dicho sin rodeos, de no haberse producido la intervención del profesor y poeta Abelardo Vicioso y de la Directora del Departamento Nora Nivar de Fernández, no hubiera podido vencer la resistencia. A ellos dedica su gratísima recordación.
Su otro destino laboral fue el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Cuenta nuestro personaje que el decano de la Universidad se había dedicado a marear la perdiz, a decirle continuamente vuelva usted mañana hasta que finalmente se produjo la intervención de su ángel tutelar que le franqueó las puertas entornadas del INTEC doña Ligia Ramírez de Tena, a la que le dedica su agradecimiento. De este modo, comenzaron sus andanzas laborales, bajo palio del pluriempleo. Pero esta vida eclipsaba la otra, la de José Antonio. La del hombre enterrado en su primera juventud.
¿Cómo fueron esos años anteriores, los que forjaron al adolescente que vivió diecisiete años en la Era de Trujillo, hijo de un patriarca del sur, Fabián Matos, uno de los validos del régimen. En una porción esencialísima de la obra llegan las reminiscencias, el reencuentro con ese pasado hundido en las profundidades. Son los recuerdos de los tañidos de las campanas de Tamayo:
“Inesperadamente nuestro terruño nos regalaba. La campana nos devolvía los más bellos recuerdos de infancia: las ceremonias de la iglesia: misa, bautismo, matrimonio, exequias” (ibid. 25).
Esta fluencia del recuerdo asociado al tañidos de las campanas se emparienta con la memoria proustiana. En el Combray de Marcel Proust se hallan los campanarios: el campanario de Martin Ville, el campanario de Vieux Vicq. El propio autor reconoce que esas asociaciones se hallan hermanadas con las remembranzas de Proust. Una vez metido en el laberinto de esos años, se encuentra en la escuela primaria de Tamayo, y de allí extrae el ábaco de su escuela primaria de un mar de evocaciones. Es, desde luego, un pasaje memorables:
Era un ábaco maravilloso, portador quién sabe de cuántos
secretos legendarios. Se cuenta que llegó a Tamayo con
la primera migración china que se asentó en las tierras calientes
del sur profundo, afincándose en Neiba y Barahona.
Pero mi conexión con él data de los primeros cursos, aunque
trasciende esa experiencia, proyectándose hasta hoy en
mis borrosos recuerdos y en la luminosa imaginación que lo
conserva intacto en el lejano tiempo.
Era un extraño mueble de latón color marrón opaco
tirando a rancio, quizá oxidado de tanto trajinar en el mundo
ya antiguo desde milenios, China, hasta que llegó a mi
escuelita. Estaba colocado en un rincón en forma vertical
sobre un taburete, alejado del centro de la actividad áulica.
Su sencilla estructura formada de diferentes elementos,
la forma rectangular externa y la distribución abigarrada,
irregular de las partes internas, lo volvían complejo, inexplicablemente,
dándole a nuestros ojos, una misteriosa apariencia
de simpatía y pavor a la vez. Pero, se volvía aún más
extraño, tanto como un bicho raro e impresionante, cuando
fijándonos en sus mecanismos lo veíamos atravesado por
diez hileras de varillas de metal también de color marrón
opaco, alrededor de las cuales estaban ensartadas y giraban
en igual cantidad, bolitas rodantes de madera y del mismo
color viejo de la estructura general.
Era un mueble sombrío, nada atractivo para motivar a
aprender con él una materia tan difícil como la aritmética “.
En esta descripción minuciosa se echa de ver el ejercicio de estilo emparentado con las descripciones de Robbe Grillet. Describir no era visualizar sino revelar con la observación. Darle vida a las cosas, y presentarla bajo una nueva luz. Estos hábitos vienen de sus años de formación. Su maestría la obtuvo con una memoria sobre El Nouveau Roman; leyó esas novelas, y ahí en esta descripción puntillosa se pone de relieve el ejercicio de estilo heredado de la comprensión de su técnica.
Pero volvamos a nuestro corderillo.
¿Cómo llega a fraguarse esta vida, resumida en máximas, aforismos.? Sapiencia obtenida de los libros: Vico, Santayana, Sartre, Lafontaine, Roland Barthes y otros tantos. A todos los pasa por la criba de conocimiento. Todos van formando parte del subsuelo que lo sustenta. El acto creador es el ejercicio del criterio, de la libertad, de la revelación, de la lucidez y desde luego, de la locura. Al descubrir su vocación de escritor, Matos Moquete, nos presenta ese conocimiento, ese desarrollo como un placer estético. Es decir, como la literatura en su status nascendi. Ese es el propósito de esta autobiografía intelectual: hecha de lecturas, de sacudimientos cronológicos, de circunstancias emocionales y de las expansiones de su voluntad creadora.
De los años del régimen de Trujillo, llegaron los vientos de fronda. Los libros de cabecera; El hombre mediocre y Hacia una moral sin dogmas del ensayista José Ingenieros. Dos máximas quedaron esculpidas en su comportamiento: 1) “La mediocridad aborrece al digno y adora al lacayo.” El hombre mediocre“, 2)es por esencia imitativo y está preparado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismo reconocidamente útiles para la domesticidad “” Pero otros fueron los libros de cabecera. El autor reconoce que esos años fueron cebados con lecturas de El Capital de Marx, El origen de la familia de Friedrich Engels, Los principios del materialismo histórico de Marta Hacnecker, Los principios de filosofía de Georges Politzer, La propiedad, la familia y el Estado y Qué hacer de Nicolás Lenin, La guerra prolongada de Mao Tse Tung, La historia me absolverá de Fidel Castro, La guerra de guerrillas Che Guevara. A estas se agregan lecturas de economía: Principios de economía política, P. Nikitin, La filosofía de Afanasiev y de literatura considerada revolucionaria: La madre de Máximo Gorki, Así se templó el acero Nicolai Ostroski y particularmente obras que fraguaban una mentalidad de mártir: Al pie del patíbulo de Julius Fucik y la biografía del modelo de revolucionario. Vivir como él que cuenta Nguyen Van Troi. Otros autores se añadirían a esa pléyade César Vallejo, Pablo Neruda, Mariano Azuela, Ciro Alegría.
Tal como aparece estampado en las páginas de esta obra desde 1961, tras el magnicidio del dictador hasta el 1975, cuando salía del penal de La Victoria, símbolo de todas las derrota de los revolucionarios: el guerrillero que vino al país en 1971, para acompañar en las montañas al coronel Caamano, inspirado en la idea de que la lucha de clases debería llevarnos de nuevo a una guerra civil, tal como había acaecido el 24 de abril de 1965, y que tras ese baño de sangre nacería un régimen, semejante al que habían imaginados en los libros que cuentan las victorias revolucionarias. En esos libros de caballería que lo habían convertido en una especie de don Quijote. Pues bien, al igual que don Alonso Quijano, caballero de la triste figura, seducido por el poder de esos libros que contenían las verdades reveladas del paraíso revolucionario, el autor de esta autobiografía intelectual, hace un balance de lo que ha sido su vida. Y se pregunta, ¿ hasta qué punto puede una persona puede cambiar siendo la misma? Juzga su pasado con distancia, con ironía, y llega a conclusiones mondas y lirondas:
Lo mejor que me ha pasado en mi vida es que he tenido
que recorrerla dos veces: una como aprendiz de tonto útil;
otra, como maestro de mis propias tonterías
En estas páginas se halla plenamente la vida de Manuel Matos Moquete. Cuando entró a la vida de militante de izquierdas, se enroló en la guerrilla, rechazó el hábito de aquellos guerrilleros de cafetería que, con la declamación revolucionaria, se fabricaban reputaciones de grandes personajes. Porque Pero una vez que entró en la vida intelectual y que se propone convertirse en escritor, se dedica con ardor a las humanidades. Escribe, busca la tabla de valores, examina nuestras letras y las valoraciones críticas de la América hispana. Hay algunos rasgos que caracterizan su pensamiento y nos muestran al hombre de cuerpo entero. Los he enumerado, sin entrar en sus menudencias.
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En todo cuanto analiza y comenta introduce un principio de clasificación. Quizá una herencia de su pasado estructuralista, las menudencias de una mente analítica.
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Rechaza del doctrinarismo que se alimentan de las carroñas ideológicas y que pululan en las academias, en las universidades, en los partidos, que se aferran a estériles sistemas ideológicos, que son incapaces de observar la bancarrota de las
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Expresa un repelús por La pereza mental de los intelectuales que son incapaces de observar el hundimiento y acaso la obsolescencia de sus propias ideas.
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Le produce repelús la manía por la exhibición los títulos y las dignidades.
“Que nadie me llame por mis títulos sino por Manuel,
y los más cercanos, por José Antonio. Eso es lo que soy
y seré siempre. Harto estoy de que en nuestro país la
gente viva de las apariencias, enseñando su anillo de
graduación, sus diplomas universitarios; que le llamen
licenciado, ingeniero, o máster o doctor como si eso
fuera parte de sus nombres; que se envalentonen declarando
sonora y desafiantemente “tú no sabes quién soy”.
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Observa el autor que vivimos en un mundo de trashumancia en las ideas y en el comportamiento, en ese orbe sigue siendo un hombre de izquierdas pero con sus retoques.
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En el pasaje titulado “ En los tiempos que corren” el autor mira de frente la postmodernidad, ha entrado en el antro de Trofonio cuando se ha perdido la confianza en los valores, en el progreso, en la revolución, en todas las creencias. Un desencanto que lo lleva a deconstruir su propia identidad. No quiere encerrarse ni en un territorio ni en una cultura ni en una raza ni en una ideas. Observa con perplejidad la ausencia de preocupación por las ideas y valores perdurables en las relaciones y acciones humanas. Pero estos pasajes del hombre postmoderno compaginan con un rechazo de la cosificación que presupone y por la exaltación del humanismo de Pedro Henríquez Ureña que niega cabalmente la idea de vacuidad que representa con ese mundo postmoderno. Se inclina favorablemente hacia los valores del humanismo He aquí la prueba al canto:
“Las humanidades, viejo timbre de honor en México,
han de ejercer sutil influjo espiritual en la reconstrucción
que nos espera”; “Acercar a los espíritus a la cultura
humanística es empresa que augura salud y paz.”
(“La cultura de las humanidades”).
“Pero la palabra utopía, en vez de flecha destructora,
debe ser nuestra flecha de anhelo”; “El ideal de justicia
está antes que el ideal de cultura.” (“Patria de la
justicia”)
Y,
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Uno de los dramas ideológicos que permanecen en esta obra es que el autor se reconoce que anda nadando contra corriente contra la sociedad vacía, nihilista, columbrada por Gilles Lipovesky . Nos dice el autor
“ : vivimos en una sociedad asentad en el predominio de lo sensual, lo casual, lo instantáneo y lo fútil, a imagen y semejanza de la tecnología de la información y de la comunicación, instrumental, desechable y esencialmente lúdica y hedonista. Estamos reducidos a la irrisión, la cultura del entretenimiento. La idea de que el ser humano no puede esperar nada de la historia, sumergidos en la palabrería. Se potencia en el ser humano la dimensión funcional y utilitaria. Hoy se valora el tener y no el ser, nos vemos y nos percibimos a través de las cosas. valoramos las cosas, y nos vemos a través de las cosas, y de alguna manera, nos hemos cosificados.
Nos valoramos en función de lo que poseemos. La cuenta bancaria, el carro, el cargo, el dinero, los saberes, los poderes. Ante un mundo hundido en utilitarismo y en el crudo materialismo podrían sobrevivir las ideas que el autor proclama como el lazarillo de su propia existencia, el renacimiento de ideario de José Enrique Rodó, José Martí y Pedro Henríquez Ureña, en el desarrollo de transformación social, y proclama con José Vasconcelos lo siguiente:
“Ensayemos, pues, explicaciones, no con la fantasía de
novelista, pero sí con la intuición que se apoya en los datos
de la historia y de la ciencia. De este modo ha superado la contradicción latente en sus reflexiones.
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La otra contradicción que atraviesa como un alfanje su meditación es la batalla entre los pragmáticos y los soñadores, y que el autor parece sintetizar en una fórmula:
He ahí la gran tragedia: el mundo es GOBERNADO
por los pragmáticos, pero IDEADO por los soñadores.
La solución sería abatir esos extremos. El porvenir no
puede estar en manos exclusivamente de los unos ni de
los otros. Es preciso acercarlos en un solo proyecto. Pero,
tan pronto despunta esa solución surge el obstáculo que
a menudo paraliza y hace impracticable el bien pensar: la
complejidad.
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Los elementos contra los cuales rompe sus lanzas este Quijote: 1) la mediocridad; 2) el plagio; 3) el dogmatismo; 4) los destructores de sueños; 5) el mitómano; 6) las plagas del especialismo, ya denunciada como una forma de barbarie por Ortega y Gasset.
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El desapego a los maîtres a penser que suelen esclavizar, condicionar el comportamiento y las trayectoria intelectuales. En consecuencia, rechaza la condición de imitador y de repetidor. Su vocación de escritor no puede basarse en la negación de la libertad. Escribir para Matos Moquete, y esa es la primaria lección de esta breve obra es penetrar en la libertad. Valgan como colofón a esta reflexión aquellos versos de Paul Eluard: Y por el poder de una palabra, yo recomienzo mi vida, he nacido para nombrarte, libertad.
En fin, en este libro suculento se muestra a un hombre explorando su mundo interior. Enamorado de la vida y de los placeres. Habla con fruición de la gastronomía: el olor estupendo de las carnes adobadas, las ceremonias del vino, la sensualidad de penumbras junto al ser amado, todo ese que llamamos la vida plena. Sometida a los tres grandes momentos de los que habla Paul Ricoeur , que nos servirán para concluir estas notas:
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No podemos evitar tener enemigos. El medio literario está plagado de envidias, falsarios y desde luego de enemistades: Martí, conocedor esclarecido de los entresijos de las relaciones interpersonales nos dice del modo siguiente:
“Triste es no tener amigos,
pero mucho más triste es no tener enemigos.,
porque el que enemigos no tenga, señal es que no tiene,
talento que impresione,
honra de la que murmuren,
valor temido,
ni cosas buenas que se le envidien” -
No podemos evitar envejecer, y hay muchas lecciones en las páginas de este libro. Nuestro cuerpo, el que nos acompaña siempre, se va convirtiendo poco a poco en una ruina. De Gaulle tuvo una frase felicísima para describir esta etapa de la vida que empieza, cuando atravesamos el medio siglo, in mezzo del camin de nostra vita como decía Dante. De Gaulle, vuelvo a él, nos dice: la vejez es una naufragio.
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Y, finalmente, debemos prepararnos para pasar al otro barrio. Y quiero rematar esta reflexión con las propias palabras de Matos Moquete. Las que hablan del réquiem:
“Cada vez más, pocos son quienes
me visitan en mi insufrible vejez, donde el vecindario va reduciéndose
al tiempo de mis recuerdos posado en un libro
cubierto de polvo. Serán muy pocos, escasos, lo presiento,
quienes, llegado el gran ocaso, me acompañen a la morada
final, quizás, mi mujer, mis hijos, mi perro, algún amigo,
pero es historia que otro debe contar”